Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 16 de febrero de 2018

Darío

Anda todo el mundo estos días alicaído en la Universidad de Dios por la marcha de Darío, el más querido de nuestros profesores. Le he citado poco en esta bitácora, porque su trabajo era tan importante que para salir adelante requería cierto grado de discreción por parte de nosotros, sus estudiantes. De hecho, y aunque el Gran Thoth es mi tutor personal directo, en realidad la mayor parte del trabajo, los ejercicios, las lecciones, los exámenes y todo lo demás se canalizaba a través de Darío, su principal ayudante en nuestro peculiar centro universitario, quien se encargaba de evaluarnos y monitorizarnos a lo largo del curso. Sin embargo, ahora que ya no está con nosotros, creo que es justo dedicarle unas palabras, más que nada porque ha sido el principal de mis guías, un verdadero faro en medio de las tormentas de este juguetón océano que llamamos vida, durante los últimos 30 años.

En un principio me sorprendió su nombre tan singular, de origen persa aunque él fuera chileno. De hecho, es el único Darío al que he conocido en esta vida. De las anteriores, sólo recuerdo a Darío el Grande, el aqueménida: otro gran hombre, aunque en un sentido muy diferente, cuyo hijo Jerjes no estuvo a su altura (pero ésa es otra historia). El Darío de la Universidad de Dios trabajó de una forma muy especial, muy eficiente y muy amorosa y, cuando me enteré de lo que quería decir exactamente su nombre, sólo pude esbozar una sonrisa de complicidad. Porque Darío significa, literalmente, "el que posee o mantiene el Bien y protege contra el Mal". ¡Nunca nadie tuvo un nombre tan adecuado, por todos los dioses!

La primera vez que tuve una reunión personal con él le mostré con gran orgullo y le regalé (firmado, por supuesto, aunque él no me lo había pedido) el que entonces era mi segundo libro publicado: Los mitos celtas. Hoy está completamente descatalogado y en Internet hay algún insensato dispuesto a adquirir un ejemplar por varios cientos de euros (costaba unos 6 euros cuando apareció por vez primera en enero de 1998), pero esta obra breve ha sido uno de mis grandes éxitos de ventas. De hecho, creo que es la que más ha vendido hasta ahora de toda mi producción, si no cuento las que publiqué mucho más tarde con seudónimo, alguna de las cuales llegó a ser para mi sorpresa un best seller internacional. Hoy el lector puede encontrar cuarenta mil libros sobre mitología celta en cualquier librería, real o digital, pero en aquella época mi texto era una de las muy escasas publicaciones sobre la materia y levantó mucho interés, publicándose varias ediciones. 

Con todo, Los mitos celtas no deja de ser un pequeño ensayo que no resiste la más mínima comparación con los libros que Darío ya había publicado entonces, que contaban con muchas más ediciones, muchos más ejemplares vendidos y, sobre todo, con mucho más contenido y mucho más valor para cualquiera con dos dedos de frente. Por ese motivo, podría haberme hecho un comentario jocoso -siempre ha tenido mucho sentido del humor- o haberme mirado por encima del hombro o haberme despachado de cualquier manera. En lugar de ello, recibió mi obsequio con amabilidad y humildad y se mostró muy atento a mis explicaciones, como si realmente le importara lo que le estaba contando y estuviera deseando empezar a leer el libro. Quién sabe..., quizá después de todo lo leyó y le gustó aunque hoy día, desde la distancia, lo dudo mucho y, al recordar aquel encuentro, me río de mí mismo y de mi antigua arrogancia por haber intentado impresionar a alguien que estaba mucho más allá de mi capacidad para deslumbrarle.

Por fortuna, no me tomó manía y durante todos estos años he intentado estar a la altura de sus enseñanzas. A veces lo he conseguido y a veces no, porque la carne es débil, como reza el clásico. Mas algo sí he logrado y no es poco viendo cómo suceden las cosas: mantenerme en el camino. No he ido muy lejos, porque en tanto tiempo sólo he conseguido aprobar tres cursos de esta larga carrera. Pero es que tampoco tengo excesiva prisa: después de todo, una ventaja de los inmortales es que pueden tomarse todo el tiempo que les venga en gana para terminar sus proyectos... 

Lo más importante de la Universidad de Dios, un punto en el que él insistía una y otra vez cuando nos daba clase, es hacer bien las prácticas. Muchas y bien hechas. Toda teoría es inútil y de nada sirve ser un gran erudito, si uno es incapaz de llevar al mundo real todo lo que sabe. Al contrario, no sólo es contraproducente sino peligroso: darse cuenta de que uno tiene las herramientas, la técnica y la oportunidad para ascender a lo más alto del Everest y, en lugar de ello, quedarse tumbado en el sofá contemplando el pico desde lejos, es una de las cosas más frustrantes que le puede suceder a una persona. Sobre todo, si ve que otras personas con las mismas herramientas, técnicas y oportunidades sí aprovechan la ocasión y culminan con éxito la ascensión  mientras ella continúa abandonada de sí misma, rascándose la barriga. "¿Por qué a ellas les regalan el éxito y a mí no, si yo soy igual de sabio?", se empieza a plantear con resentimiento..., y equivocando la pregunta, ya que el verbo correcto en este caso no es regalar. Lo cierto es que cuando aparece ese interrogante, es el comienzo del fin.

De verdad que es preferible no tener piernas, que tenerlas y quedarse sentado sin utilizarlas. Yo he visto a compañeros de la Universidad que, después de haber aprendido cosas importantes, incluso después de haber conseguido cosas importantes, la abandonaban airados blasfemando contra todo y contra todos porque, pese a su trabajo, el poder del Sueño es enorme, mucho mayor de lo que podría imaginar un neófito y, cuando uno se relaja mínimamente, puede acabar atrapado entre sus garras con una facilidad espantosa. El ánima de algunos estudiantes (de aquéllos que han conocido la enseñanza de nuestra particular Universidad y la han abandonado víctimas de una siempre inesperada traición a sí mismos) suele entrar entonces en bucle y, para su desgracia, puede vivir hasta el final de sus días repitiéndose las mismas cosas sin sentido. Igual que un disco rayado, o que un planeta fallido que jamás llega a superar la fase de mera pieza de roca vagando en una órbita tan extravagante como estéril.

Suena un poco duro, como si uno no pudiera permitirse algún descanso de vez en cuando, pero hay algunos secretos para superarlo. En el fondo, todo consiste en adquirir ciertos hábitos beneficiosos para el estudiante y en general ajenos al mono sapiens, aunque formalmente puedan parecerse a sus costumbres. Es largo de explicar, si bien podríamos resumirlo comparándolo con esa "tensión tranquila" que practican los gatos: en apariencia completamente relajados y en la práctica en alerta permanente. Sin conceder ni un solo esfuerzo más allá del necesario pero dispuestos a saltar en todo momento: de cero a cien en medio segundo. Todo aquél que conviva o haya convivido con un felino sabrá a lo que me refiero. Yo lo veo cada día a todas horas con Mac Namara. Cuando una compañera de clase preguntó al propio Darío cuándo descansaba él, contestó con un concepto elegante a la par que conmovedor: "Entre latido y latido de mi corazón".

Darío enfermó hace unos meses. Era grave, por supuesto. Cuando una persona con determinados poderes enferma, a la fuerza tiene que ser una cuestión de vida o muerte. Si no, no se toma la molestia de padecer ningún mal. Como es lógico, todos los estudiantes nos ofrecimos de inmediato para transmitirle nuestras mejores energías y deseos de salud y fortaleza. Sin embargo, una noche vino a verme y me explicó que, en mi caso, no quería esa aportación, aunque la agradecía igualmente. "Prefiero que me envíes buen humor y alegría, que a ti te sobran", me explicó con un aire divertido, como si no estuviera al borde del precipicio. Ante mi perplejidad, argumentó que ya tenía muchos y muy buenos regalos de poder, pero que echaba de menos más cantidad de lo que me estaba pidiendo.

"En este camino nuestro, en la vida misma incluso de la persona corriente, esos dones son oro puro", continuó con tono afable mientras al mismo tiempo practicaba unas extrañas piruetas, "porque la fuerza se puede desarrollar con relativa facilidad: sólo se necesita hacer músculo. Y lo mismo sucede con la fuerza de voluntad y la fuerza espiritual, aunque en ese caso hay que echar mano de otro tipo de músculos, no sólo los físicos. Pero el contento interior, el alborozo, la capacidad de reírse del 'éxito' y del 'fracaso' a la vez, la alegría, el gozo sincero y satisfecho que todo lo relativiza, el humor relajado, eso que los franceses llaman 'joie de vivre'..., es mucho más raro, cuando nace de lo profundo y no desde la frivolidad. Y, sin embargo, es absolutamente imprescindible para enfrentar la existencia. Nuestro planeta también necesita, hoy más que nunca, risas. La risa sana es una expresión del amor y éste es la fuerza más poderosa del Universo, aunque suene tópico. De hecho, es la única que puede derrotar la creciente fuerza de las sombras. Los antiguos decían 'Ordo ob Chaos'. El Orden se consigue con amor y no es extraño que 'amor' y 'humor' sean palabras tan similares. El mundo necesita risas. Dale todas las que puedas."

Fue la última vez que hablé con él. Pocos días más tarde, a primeros de febrero  -y coincidiendo con Imbolc, la festividad de purificación, de regreso al vientre de la Madre- nos llegó la noticia de que el Gran Thoth había firmado su traslado definitivo -no sé si llegó a acompañarle personalmente, pero no me extrañaría- desde la cátedra de la Universidad de Dios donde había pasado el último medio siglo impartiendo clase hasta no sé qué despacho de control de calidad espiritual que comparte ahora con Confucio, Gurdjieff y otros grandes maestros con los que, por cierto, se llevaba muy bien. Doy fe porque le vi más de una vez bromeando con ellos en la cafetería, en los descansos lectivos.

He intentado seguir sus instrucciones desde entonces. Reír mucho y transmitir esa alegría al mundo. Poner así mi granito de arena (es sólo un granito, pero muchos granitos pueden terminar construyendo una playa). A veces al recordarle se me salta alguna lágrima, pero creo que es porque me río demasiado.

Querido Darío: no es un adiós, es un hasta pronto.









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