Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Sangre negra

Uno de los primeros recuerdos que conservo de cuando era pequeñito y tenía poquita voz (como diría la Gran Matriarca Ojos de Hielo) y empezaba a interesarme por el entorno de este planeta -al que habían vuelto a enviarme por enésima vez debido a ciertas travesuras juveniles cometidas mucho tiempo atrás en el sistema de Aldebarán- es un libro de los que antes se llamaban "de Ciencias Naturales" en el que leí la primera explicación acerca del origen del petróleo. En el libro había varias ilustraciones que representaban el mismo lugar en distintas épocas históricas. E incluso prehistóricas, porque el primer dibujo mostraba a varios dinosaurios en una de esas selvas lujuriosas y pantanosas con las que se asocian sistemáticamente en el imaginario popular. El siguiente mostraba a los mismos dinosaurios muertos, hundiéndose en el pantano. Los demás explicaban que, a medida que los cuerpos de las grandes bestias se iban descomponiendo, se convertían en petróleo. El último dibujo mostraba una inmensa mancha negra, una bolsa de crudo, ubicada bajo tierra porque el antaño selvático y pantanoso paisaje había sido cubierto por sucesivas capas de sedimento y en la capa de la superficie había gente caminando y alguna casa con dos o tres árboles.

"Caramba", recuerdo que pensé para mí, "cuántos dinosaurios tuvo que haber en la antigüedad para que ahora podamos usar tanto petróleo, con la cantidad de coches que hay en el mundo." Esto pensaba, con total inocencia, en una época en la que había muchos menos coches que hoy y se usaba mucho menos petróleo que hoy. Y no sólo para convertirlo en gasolina o gasóleo sino en un montón de productos (asfalto, aceites lubricantes, gases licuados como el butano..., y plásticos, muchos plásticos) que la mayoría de la gente no se para a pensar que tienen el mismo origen que ese líquido oscuro, viscoso y maloliente por el que tantas guerras se ha librado y tanta sangre se ha derramado en los últimos ciento y pico años.

Hoy las definiciones científicas del petróleo son bastante más amplias que la de aquella vieja lectura y ya no se achaca el origen del petróleo exclusivamente a los restos de los dinosaurios. Está oficialmente descrito como un líquido bituminoso de origen natural compuesto a partir de distintas sustancias orgánicas (o sea, no sólo de sesos de Tiranosaurio desechos, como me imaginaba siendo niño) en una mezcla compleja cuyos procesos químicos de transformación no están del todo claros. Las reservas que podemos explotar son las más próximas a la superficie: grandes cantidades de crudo contenidas dentro de "trampas geológicas", como inmensos lagos subterráneos que contienen este preciado elemento para el desarrollo de nuestra actual civilización. Sin embargo, en realidad el origen del crudo está por aclarar, como tantas otras verdades que se toman como tal por defecto, debido a que una mayoría de técnicos están de acuerdo en la definición aunque no exista una confirmación inapelable al respecto. Pero, ¿y si el llamado oro negro no es exactamente lo que nos dicen?

Por cierto, el mismo libro donde aparecían los dibujos de dinosaurios-transmutados-en-petróleo también incluía una siniestra profecía acerca de las reservas disponibles. Según su advertencia, para el año 2.000 se habrían consumido por completo o estarían en vías de agotamiento sin solución y el mundo se enfrentaría a una crisis sin precedentes ante la necesidad de seguir consumiendo energía, cada vez en mayores cantidades -ahí si acertó-, y la imposibilidad de disponer de más crudo. O se encontraba alguna energía alternativa con rapidez o nos esperaba un futuro apocalíptico. Cuando leí esto por vez primera faltaban unos 30 años para terminar el milenio. Luego lo he vuelto a leer muchas más veces, pero los sucesivos profetas han ido chutando el balón hacia delante (es curioso, pero ha pasado algo parecido con la "conquista" de Marte: dijeron que los astronautas llegarían al Planeta Rojo antes del 2000 y luego lo han ido retrasando, con planes cada vez "mejor diseñados" pero que lo único que han hecho ha sido ir retrasando la fecha "probable" diez o veinte años más adelante, sin que el viaje termine de llegar). Hace unos días, por ejemplo, un experto como tantos otros decía que, como mucho, teníamos reservas hasta 2.050 y que seguramente ya habíamos pasado el peak oil (pico petrolero), un concepto que se ha puesto muy de moda en los últimos años y que hace referencia al punto de máxima extracción a precios competitivos. Se supone que, una vez superado ese pico, la curva de consumo petrolero comenzará a descender porque cada vez habrá menos bolsas petroleras que explotar y será más difícil y menos rentable hacerlo, por su profundidad o por su calidad o por ambas cosas.

Bueno, el caso es que, a día de hoy, viernes 8 de diciembre de 2017, el precio del barril de petróleo de las dos variedades de referencia en Occidente está en torno a los 60 dólares -a 62,58 el Brent al cierre del mercado de Londres y a 57,07 el WTI al cierre del de Nueva York-, en una tendencia alcista que según los que dicen saber de estas cosas es preocupante. ¡Eh! ¿Ya nadie se acuerda de que hace tres años el precio del barril superaba con holgura los 100 dólares? En julio de 2008 ¡llegó a los 145 dólares por barril! En aquella época, se dijo que ese precio se debía a "tensiones internacionales" (que es uno de esos argumentos que los oscuros analistas internacionales utilizan para todo, igual que, cuando los arqueólogos encuentran un objeto de una antigua civilización que no cuadra mucho con lo que se sabe de ella, suelen recurrir a la explicación de "seguramente es una pieza ceremonial") y algunos citaron los problemas en Nigeria o Paquistán, el mayor consumo de energía en China e India o la debilidad del dólar. 

Hoy día hay bastantes más problemas que los de Nigeria o Paquistán (otro día hablamos de cómo se están poniendo las cosas en Oriente Medio, por ejemplo), China e India consumen más todavía que hace un decenio y el dólar tiene menos credibilidad como moneda que nunca (menos en las películas de atracos de Hollywood, donde nunca veremos complejas operaciones para conseguir enormes botines en euros, yenes o incluso bitcoins). Y además han pasado diez años. A pesar de eso, un bien que se supone es tan escaso y está en vías de agotamiento como es el petróleo no sólo no tiene un precio más elevado sino que es algo más de un 50 % más barato. ¿Qué está sucediendo aquí?

Las explicaciones más comunes hablan de una combinación de tecnología y otras energías. En cuanto a la primera, hoy disponemos de tecnologías muy superiores a las utilizadas durante todo el siglo XX que nos permiten, primero, localizar antes y mejor las grandes bolsas de reservas petroleras (y aumentar así las previsiones de las susodichas reservas); segundo, extraer y transportar de forma más rápida y eficiente el crudo de esas bolsas; tercero, optimizar la rentabilidad de ese producto a la hora de refinarlo y utilizarlo con distintos objetivos. En cuanto a la segunda, en estos últimos años no sólo han mejorado las expectativas de la industria petrolera sino de otras industrias energéticas que pueden competir ya en muchos casos con éxito: desde la electricidad, cada vez más presente en todas partes, hasta (¡por fin!) las renovables, que han crecido en Europa en los últimos años (y podrían haber crecido mucho más si los mismos gobiernos europeos que dicen ser tan ecologistas no estuvieran integrados por algunos personajes dispuestos a venderse a los intereses de las grandes multinacionales y boicotearan su desarrollo, porque las renovables podrían poner mucha energía barata al alcance de todo el mundo, lo cual no interesa a quienes controlan los mercados internacionales). 

Hay en la actualidad distintas investigaciones en marcha para conseguir energías limpias y baratas, constantemente saboteadas para no salir adelante porque conseguirían que la energía dejara de ser un arma para controlar el planeta. Por ejemplo, el motor de agua. La fórmula del agua es H20 porque cada molécula del líquido elemento contiene dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. ¿Hay algo más sencillo que diseñar un motor que descomponga esos átomos y permita usar el hidrógeno como combustible y expulsar el oxígeno como residuo (de manera que, además, se conseguiría aire más limpio cuanto más se utilizara)? De hecho, no; como han demostrado distintos inventores que a lo largo de los últimos años han desarrollado esta idea e incluso la han llegado a presentar públicamente, pero ninguno ha conseguido que la industria la llevara a la práctica en la vida real. Particularmente, conozco el caso de un señor de Madrid que, al menos hasta hace muy poco, seguía utilizando su propio coche (que había utilizado como prototipo) con un motor de agua, sin consumir absolutamente ninguna gasolina. No podía alcanzar velocidades de Fórmula 1, pero para ir a 80 ó 90 kilómetros por hora ya le daba. Este hombre vendió su idea registrada a una conocida marca petrolera que le pagó mucho dinero..., para guardarla en un cajón, donde continúa bajo llave.

Hay también diversos estudios para conseguir petróleo sintético. La mayor parte del combustible que utilizó Alemania durante la Segunda Guerra Mundial era sintético, conseguido a partir de carbón hidrogenado. Y entre los experimentos en marcha en los últimos años tenemos, precisamente en España, el llamado petróleo azul, a base de algas y dióxido de carbono.

Pero vayamos un paso más allá: ¿y si el petróleo no fuera una energía fósil? ¿Y si no estuviera compuesto realmente de materia orgánica? ¿Y si fuera un recurso, no inagotable (porque nada lo es en el mundo material) sino mucho más grande de lo que nos imaginamos? En 2o14, un geólogo y periodista finlandés llamado Konstantin Ranks habló de esta posibilidad, a partir de los estudios de varios científicos americanos y rusos. De ellos sacaba la conclusión de que existe una capa de agua sobrecalentada y vapor bajo la corteza terrestre, que contendría más líquido que todos los océanos y mares en la superficie de la Tierra y que explicaría tanto el movimiento de las placas tectónicas como el de las erupciones volcánicas. La versión formal que hoy se maneja sobre lo que hay en el interior del planeta no contempla algo similar, pero ya hemos comentado por aquí en más de una ocasión acerca de lo poco que se sabe (decir que sabemos poco es decir que sabemos algo) sobre la composición del interior de la Tierra, que sigue siendo, a pesar de las teorías formales en boga, un misterio. 

Ranks se basaba en las trazas de ringwoodita (un mineral de nombre exótico, descubierto por primera vez en 1969 dentro de un meteorito -el Tenham- y que puede encontrarse vinculado con otros minerales como el vidrio de silicato de magnesio; de hecho, se trata de un nesosilicato como el topacio o el circón, del grupo del olivino) descubiertas por unos científicos canadienses de la universidad de Alberta en un diamante encontrado en Brasil en 2008. El diamante procedía del interior de un volcán brasileño y, según los  investigadores, había sido generado a una profundidad original de 643 kilómetros. Aún así, los restos de ringwoodita del diamante contenían una cantidad llamativa de agua. ¿Cómo era posible? Un trabajo publicado en 2014 Science por el equipo del geólogo e investigador Gonzalo Preto, con personal de las universidades de Northwestern y Nuevo México, llegaba a la conclusión de que el manto terrestre poseía enormes cantidades de este material y que éste resultaba imprescindible para el ciclo del agua en la Tierra. En su opinión, actúa como una especie de esponja para contener agua en forma química, lo que unido al hecho de que es muy abundante en los meteoritos, le entronca con la teoría, que ha venido cobrando fuerza en los últimos años, de que el agua llegó a nuestro planeta a bordo de estos mensajeros del espacio.

Científicos del Instituto Siberiano de Geología y Mineralogía encontraron también huellas de petróleo, no sólo de ringwoodita, en varios diamantes. Sumando ambos hechos, Ranks llegaba a la conclusión de que el verdadero origen del petróleo es..., inorgánico.  Se formaría a partir de procesos químicos naturales que se producen a altísimas temperaturas y presiones en el interior del planeta. Y lo haría constantemente, para aflorar poco a poco hacia las regiones superiores, más próximas a la superficie terrestre. Esta visión del crudo es muy diferente de la que tenemos actualmente: un producto almacenado en cantidades concretas y embolsadas en puntos determinados que, una vez consumido, quedaría agotado. En opinión de Ranks, estaríamos ante un recurso inagotable, siempre que fuera gestionado con cabeza, sin sobreexplotación ni derroche.

¿Y si el petróleo fuera la sangre de la Tierra?










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