Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Tres conferencias para iluminarse

Alguna amable lectora de este blog me ha lanzado varias e indisimuladas sugerencias para que le preguntara a Mac Namara por todo lo que está pasando últimamente en Cataluña. Argumentaba, con toda la razón, que no se está contando en público ni la mitad de las cosas que están sucediendo en realidad, más allá del show mediático que llevamos ya aguantando durante demasiadas semanas (o meses). Ella, persona curiosa y con capacidad de reflexión propia, tenía ciertas sospechas de conspiración que quería ver corroboradas, o no, por mi gato conspiranoico. Deseaba por tanto que yo le preguntara y, por supuesto, que luego contara en el blog lo que me hubiera dicho. 

Huelga decir que de hecho llevo mucho tiempo hablando con Mac Namara sobre todo esto y que, sí, me ha contado cosas muy interesantes, incluso abracadabrantes algunas de ellas, sobre la trastienda de lo que está aconteciendo y, en especial, sobre algunos personajes que no aparecen en primera fila pero que son mucho más importantes que los muñecos que vemos todos los días en las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos. Por supuesto, no he publicado nada de ello ni pienso hacerlo (para lamento de mi lectora, a la que ya se lo expliqué en privado) por razones obvias, la primera de las cuales es que quiero seguir mucho tiempo disfrutando de un puesto de observación privilegiado y tengo verdadera curiosidad por saber cómo terminará la comedia.

Lo único que diré es que, aunque los actores del espectáculo son (casi) todos españoles, el guión del mismo en absoluto lo es y además estaba escrito desde hace mucho tiempo. Su objetivo final no se detiene en la invención de un país inexistente (si alguien tiene tan poco seso y tragaderas tan grandes como para creerse de verdad que Cataluña es algo diferente del resto de España, las tiene para cualquier trola que le quieran colar sobre cualquier remoto rincón de Europa). Estamos en realidad ante un ensayo sobre el teatro de la piel de toro de un modus operandi que pudiera ser aplicable posteriormente al resto del Viejo Continente, más en peligro de desaparecer que nunca, aunque casi nadie se dé cuenta de esto o acaso no le importe demasiado. 

Está sucediendo ahora un poco como con la última de nuestras guerras civiles, la de 1936/39, en la que ciertas fuerzas internacionales bastante oscuras ensayaron lo que, una vez terminó el conflicto celtibérico, pasó a la Historia con el nombre de Segunda Guerra Mundial. A estas fuerzas, les gusta emplear a los españoles como cobayas en sus siniestros experimentos de ingeniería social porque, entre los pueblos europeos, es uno de los que más temen por su imprevisibilidad y su temeridad, entre otras cosas, y por tanto tienen una doble razón para ir contra ellos. Así que, al igual que sucediera hace 80 años, una multitud de personas camina, hipnotizada, como un rebaño de borregos aturdidos, rumbo al matadero para ser esquiladas antes de ser sacrificadas en los altares de nuestro viejo amigo Moloch.

También diré otra cosa, de las muchas que me ha susurrado Mac Namara, para que nadie me acuse luego de escribir cosas contradictorias. Y es que, aunque he dicho que quiero saber cómo terminará todo, también he afirmado que todo estaba escrito. Si está todo escrito, debería saber ya cómo acabará ¿no? 

Pues no. Ya lo adelanta el cuarto principio hermético, el de la Polaridad: "...los extremos se tocan, todas las verdades son semiverdades, todas las paradojas pueden reconciliarse". El asunto es que el guión se desarrollaba tal y como estaba previsto cuando apareció un factor que sus autores nunca tuvieron en cuenta: los propios españoles. Las manifestaciones masivas, de millones de personas, que se han echado a la calle en toda España (empezando por la propia Cataluña, donde se ha movilizado más gente en contra de la independencia que a favor de ella, a pesar de los esfuerzos de las autoridades locales y autonómicas por disimularlo) para defender su bandera (creo que es la primera vez en esta vida que veo a tanta gente con la rojigualda puesta sin participar ningún equipo deportivo español en ninguna final) y su nación (o sea, en el fondo, a sí mismos) jamás entraron en los cálculos de los guionistas, que no esperaban a estas alturas de la película mayores resistencias de una sociedad adormecida y manipulada ad nauseam durante tantos años.

- Fíjate bien lo que te digo -me ha indicado, con bastante rotundidad, Mac Namara-. Ha sido la reacción popular, la gente en la calle, los españoles mostrando que están dispuestos a defender España, lo único que ha impedido la secesión que, por disparatado que fuera el proyecto, estaba muy cerca de consumarse. Lo único. Piensa en el significado de lo que estoy queriendo decirte...

Y hasta ahí puedo leer.

Por eso estoy verdaderamente intrigado por saber cómo continuará el show. No es posible continuar con el guión original. ¿O sí? Y, en ese caso, ¿qué sucederá si a pesar de los cambios que se puedan incluir en el texto, no hay manera de convencer a "los imprevisibles" y éstos siguen echándose a la calle? Como dice el tópico periodístico: las espadas están en alto, señores...

No obstante, como digo no puedo contar en voz alta mucho más. Todo esto me recuerda una de las historias de mi Profesor de Misticismo y Paradojas en la Universidad de Dios, el gran Nasrudin...

 Un día nos contó que le invitaron a dar una conferencia en Samarkanda para iluminar al pueblo y él fue, en principio, muy contento, porque le encanta viajar y porque un admirador de la ciudad le pagaba el viaje. Pero su sonrisa se borró de la cara cuando descubrió la multitud que le estaba esperando para escucharle. No llevaba nada preparado, como de costumbre, pues prefería dejar que fuera su espíritu el que hablara libre y contara lo que quisiera en aquel momento pero, claro, eso es lo que suele hacer ante auditorios pequeños. Se puso muy nervioso al ver que había allí varios cientos de personas y no sabía si podría estar lo bastante cómodo como para que su espíritu pudiera manifestarse. 

Ciertamente, no lo estaba. Notó que nunca sería capaz de decir algo útil a la gente allí reunida, así que diseñó una de sus estrategias peculiares: pese a sus nervios, asumió la cara más seria y segura de sí mismo que pudo encontrar en su maleta de máscaras personales, se presentó ante la muchedumbre, saludó y abrió sus manos. Y dijo:

- Supongo que si estáis aquí, si habéis venido a escucharme, es porque ya sabréis lo que he venido a contaros.

Muchos espectadores se miraron unos a otros, sorprendidos ante semejante comienzo de discurso y varios le gritaron:

- ¡No! ¡No sabemos nada! ¿Qué puedes contarnos? ¡Háblanos, maestro!

Por cierto que, como a todos los buenos maestros, no hay cosa que le fastidie más a Nasrudin que el hecho de que le llamen maestro. Así que eso le dio fuerzas para cumplir su plan y contestar:

- Si habéis venido a Samarkanda sin saber qué es lo que vengo a contar, es que no estáis preparados para escucharlo -dicho lo cual, se fue con la intención de largarse cuanto antes de la ciudad; prefería quedar como un maestro enigmático que como un maestro tonto.

El público se quedó de piedra. Todo el mundo había ido allí, algunos haciendo un viaje largo, para escucharle..., y eso era todo lo que les contaba. En medio de la confusión, el tipo que había invitado a Nasrudin, comentó en voz alta:

- ¡Qué inteligencia! 

Nadie sabe si lo dijo de verdad o de forma irónica pero, como suele suceder cuando alguien no entiende una cosa y el de al lado afirma con seguridad que aquella cosa es algo valioso de verdad, todo el mundo empezó a repetir que Nasrudin era muy inteligente para no sentirse como unos idiotas. De hecho, uno de los idiotas agregó:

- Es inteligente y al mismo tiempo breve, porque lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y es un hombre sabio: ¿cómo se nos ha ocurrido venir a verle sin saber qué veníamos a escuchar? No podemos volver a estropear una ocasión como ésta, no le dejemos ir, pidamos a Nasrudin una nueva oportunidad.

Le encontraron a punto de marcharse y le rogaron que no se fuera, sin ofrecerles esa segunda conferencia para poder terminar de iluminarse. El mulá, que a esas alturas lamentaba mucho haberse acercado a Samarkanda y ya no sabía cómo marcharse de allí, les dijo que estaban equivocados y reconoció que no poseía conocimiento suficiente para dar ni una conferencia. A lo cual, el que había dicho que era muy inteligente, dijo también en voz alta: 

-¡Qué humildad!

Y todos lo repitieron y alabaron la actitud de Nasrudin. La constatación de que en una sola persona se reunían la inteligencia, la sabiduría y la humildad (o eso creía toda aquella gente) llevó a las autoridades de la ciudad a ofrecerle una noche de lujo en un palacio de Samarkanda, con una cena opípara entretenida con bailarinas y luego la compañía de varias huríes para calentar sus sábanas. Nasrudin también era humano, después de todo, así que se dejó convencer.

No obstante, cuando se enfrentó al público de nuevo al día siguiente (después de pasar una noche bastante divertida), su ánimo volvió a flaquear. Entre otras cosas, porque había más gente que durante la primera conferencia. Muchos habían llamado a sus amigos y familiares para que fueran a escuchar las maravillosas palabras de aquel extravagante sabio y toda la explanada estaba a rebosar. Así que decidió repetir su estrategia de la jornada anterior y, esta vez sí, largarse luego enseguida. Así que volvió a decir lo mismo:

- Supongo que si estáis aquí, si habéis venido a escucharme, es porque ya sabréis lo que he venido a contaros.

El público, instruido para no caer en el mismo error de la primera vez, contestó a gritos:

- ¡Claro, por eso estamos aquí! ¡Por eso hemos venido!

Ligeramente sorprendido, Nasrudin se quedó un instante mirando al infinito pero de inmediato se recuperó y dijo:

- Pues si ya sabéis lo que vengo a deciros, no necesito repetirlo -y volvió a dar la espantada.

De nuevo la estupefacción. Y de nuevo la voz de la misma persona:

- ¡Qué lógica!

Todo el mundo empezó a repetir que el mulá era un verdadero maestro de la lógica, lo que le convertía probablemente en el mejor jugador de ajedrez que nunca hubiera existido, aunque él nunca hubiera alardeado de ello. Era una razón de más para demandar una tercera conferencia. Bueno..., eso y la brevedad de sus conferencias. 

Fueron a buscarle y de nuevo le encontraron a punto de partir. Esta vez fue más difícil de convencer: le pidieron, le rogaron, le suplicaron..., finalmente le ofrecieron su peso en oro, además de otra noche en el palacio con todos los lujos y compañía de la noche anterior, con tal de que diera, al menos, una tercera y última conferencia. Él aceptó al fin, no sin antes obligar a las autoridades de Samarkanda a firmar un documento jurando que aparte del pago le dejarían ir en paz cuando terminara esta última intervención.

Y, tras otra noche inolvidable, el mulá se presentó de nuevo ante lo que ya era una inmensa marea humana, una muchedumbre que alcanzaba hasta donde podía ver, atraída por el magnetismo de su presencia. Nasrudin carraspeó y, por tercera vez, dijo:

 - Supongo que si estáis aquí, si habéis venido a escucharme, es porque ya sabréis lo que he venido a contaros.

Un representante de la ciudad se adelantó, para contestar en nombre de la muchedumbre y evitar así una contestación errónea:

- Algunos lo sabemos, pero otros no. ¡Ilumínanos!

Durante un instante, un pavoroso silencio se apoderó del lugar. Y Nasrudin, con una majestuosidad entrenada en las obras teatrales de las grandes ocasiones, levantó sus brazos y sentenció:

- Si es así..., los que saben que le cuenten a los que no saben.

Y se fue.




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