Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 26 de mayo de 2017

...sueños son

Mac Namara suele decir que, si a día de hoy los Amos están gastando descomunales cantidades de dinero en algún tipo de investigación específica, lo están haciendo en todo lo que tiene que ver con el cerebro: cómo funciona exactamente, cuáles son sus verdaderas posibilidades y cómo se puede curar o deteriorar a voluntad de terceros. Además, por supuesto, de cuál es la mejor forma de manipularlo desde el exterior para que su poseedor físico tienda a..., digamos, "aceptar sugerencias". Mi gato conspiranoico defiende la idea de que esa gente está obsesionada con el control en todas sus formas y que, de hecho, la actual sociedad (donde cada vez hay mayor número de prohibiciones y regulaciones hasta para las actividades más exóticas) no deja de ser más que un reflejo de su enfermiza mentalidad, que no sólo aborrece sino que tiene pánico -literalmente- a las personas conscientes, libres y por tanto impredecibles. Estas personas no se rinden fácilmente al fabuloso decorado en medio del cual vivimos, no siguen modas ni se apuntan por inercia a cualquier tipo de pensamiento o creencia cuya definición termine con el sufijo -ismo, no están en lo profundo anclados a lo material... En definitiva, no son útiles como esclavos e incluso pueden resultar una amenaza porque su ejemplo puede terminar inspirando a los que sí padecen los grilletes para que cambien de vida.

No sé si será por eso por lo que cada día veo más noticias sobre el cerebro en los medios de comunicación, tanto en los "serios" como en los alternativos. La mayoría de ellas son, de verdad, muy interesantes, aunque no obtengan mucho eco social porque el consumidor habitual de información está más preocupado por la última tontería que ha dicho el político de turno, con quién se ha acostado el famosete de la tele o quién metió el gol en la final. Pero aquí está esta bitácora, siempre al servicio de las selectas minorías que se citan con nosotros cada viernes, para recoger varias de esas cosas que se han publicado en los últimos tiempos y que, por cierto, en algún caso corroboran desde el punto de vista científico ciertas enseñanzas antes reservadas a las antiguas Escuelas de Misterios. Ideas que en consecuencia no habían sido previamente divulgadas al gran público o, si lo fueron, se tergiversaron y deterioraron con rapidez al desembocar en el conocimiento vulgar...

Por comenzar con una autocita -ya le mencioné brevemente a él y a su libro hace pocos meses- el catedrático de Psicobiología del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona Ignacio Morado publicó hace un par de años su libro La fábrica de las ilusiones. Durante su promoción aprovechó para hablar sobre cómo funciona el cerebro, de acuerdo con su experiencia como profesional. Quizá lo más interesante que leí en una entrevista que le hicieron entonces fue cuando reconoció que lo que más le había sorprendido de sus investigaciones es que "nada de lo que hay aquí está realmente fuera, todo son ilusiones que crea nuestro cerebro", es decir, que el cerebro inventa literalmente el mundo utilizando "moléculas que crean ilusiones", aunque se trata de "una ilusión práctica, que funciona, que me permite adaptarme al mundo". Morgado precisaba que su definición de ilusión hacía referencia "a todo lo que hay en la mente y no tiene un correlato con la realidad" y lo relacionaba con el tacto, "una ilusión muy práctica" pues "lo notamos en la mano y nos permite alargarla para coger objetos" pero "es el cerebro el que siente", como ha demostrado el hecho de que hay personas que con un brazo amputado siguen notando el tacto de una mano que ya no tienen. Como en este caso, "casi todo el cerebro funciona a partir de ilusiones prácticas".

Sólo estas declaraciones dan para pensar, y mucho, acerca de la "realidad" de cuanto tenemos a nuestro alrededor (y por eso las repito) pues, como escribiera hace unos cuantos siglos mi tocayo don Pedro Calderón de la Barca, uno de esos iniciados secretos que consiguió "colarse" en las listas de autores populares de todos los tiempos, "...sueña el rey que es rey y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando (...) sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza (...) sueña el que agravia y ofende (...) todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende. Yo sueño que estoy aquí, destas cadenas cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. (...) que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son..."  

Antes de Morado  no obstante, tuvimos ocasión de leer otra entrevista con el investigador mexicano Ranulfo Romo, del Instituto de Fisiología Celular de la Universidad Autónoma de México, quien asumía que "probablemente tomar una decisión es el mecanismo cumbre de nuestro cerebro" y que "absolutamente todo lo que hacemos a diario son decisiones; por ejemplo, cuando tecleamos en el ordenador, el cerebro está tomando decisiones muy rápidas para escribir lo más relevante". Ahora bien, ¿quién toma esas decisiones? ¿Quién manda en el "mecanismo cumbre"? Mucha atención a su respuesta: "es una ilusión creer que somos dueños de nosotros mismos y que tenemos control en la toma de decisiones" porque quien lo hace realmente "son los circuitos neuronales que, en su trabajo por detrás del nivel, de conciencia, hacen estas operaciones y finalmente mandan una decisión para que creamos que la hemos tomado nosotros".  La demoledora consecuencia de todo esto: "es probable que no seamos otra cosa que títeres de nuestras neuronas".

Esto es importantísimo, vital, para conocer cuál debe ser el trabajo personal de cada uno: recuperarse a sí mismo. No hay nada más importante puesto que nada de lo que hagamos en este mundo, por importante o terrible o maravilloso o influyente o fascinante que parezca a primera vista tendrá valor alguno si no surge de nuestro interior, si no somos nosotros mismos quienes lo estamos haciendo y no otros, a quienes desconocemos y que nos emplean como robots, forzándonos a actuar así a través de los mandatos insertos en nuestras neuronas. Para ello, es preciso previamente conquistarse y, antes aún, autodescubrirse. Gnóthi seautón, decían los sabios de Delfos, con razón: Conócete a ti mismo.

No sólo en Delfos se ha repetido esto -y otras claves de la vida- hasta la saciedad. En todas las épocas, en todos los lugares del mundo, ha existido siempre una tradición disimulada en forma de cuentos, de leyendas, de tradiciones, de costumbres, que ha contado lo importante de forma más o menos encubierta. Incluso de la forma más insospechada. Por ejemplo, la  simplona crítica actual, tan acostumbrada -como la inmensa mayoría de los críticos de cualquier época- a mirarse su propio ombligo, ha desdeñado grandes obras de la Ciencia Ficción como Amos de títeres de Robert Heinlein o La invasión de los ladrones de cuerpos de Jack Finney al considerar que estas novelas que describen una invasión alienígena silenciosa en la que resulta casi imposible para los protagonistas diferenciar un ser humano normal de otro "invadido" y al servicio de los extraterrestres no son más que insidiosas metáforas del macarthismo. Sin embargo, cuando los especialistas en el cerebro nos dicen cosas como las que hemos recordado unos párrafos más arriba,  ¿no es lícito plantearse si estos autores "de entretenimiento" tal vez estaban diciéndonos algo más?

Romo reconocía en la misma entrevista que "es cierto que hay un tiempo muy corto donde interviene la conciencia (en el mecanismo cerebral) y se puede vetar la decisión" autónoma de las neuronas, pero este tiempo no sólo es mínimo sino que, además, está condicionado por factores como los sistemas de educación familiar, que "intervienen mucho". Léase: la instalación de mecanismos sociales automáticos. Además, hay que contar con la interferencia de las emociones. Y el remate: "hasta un gusano como 'Caenorhabditis elegans' tiene que tomar decisiones y nos parecemos a él en que son categóricas" como las humanas. De hecho, la diferencia entre lo que hace el gusano y el homo sapiens es que "yo puedo posponer mis decisiones y no estoy seguro de que el gusano pueda hacerlo". Y poco más. 

Romo hacía referencia también al inapelable resultado de un experimento de Benjamin Libet, quien pidió a sus sujetos de experimentación que hicieran un movimiento, el que quisieran y cuando quisieran, mientras él registraba su actividad cerebral. Lo que descubrió es que, 300 milisegundos antes de que los sujetos hicieran el movimiento físico que habían planeado, las neuronas ya estaban activadas. Es decir: "todo movimiento voluntario es involuntariamente iniciado y todo acto conscientemente iniciado es inconscientemente iniciado". A pesar de la evidencia, Romo quería creer que "existe la posibilidad de que tengamos una franja de tiempo muy corto donde podemos juzgar ese deseo, esa intencionalidad y dejarla pasar, bloquearla, vetarla o modularla". Sólo hay una forma de intervenir, dirían los sabios antiguos: el desarrollo de la conciencia para tomar control progresivamente sobre esa oportunidad temporal.

Y ahora viene una tercera entrevista con otra revelación espectacular. Álvaro Pascual-Leone, otro neurocientífico español esta vez con laboratorio en la Universidad de Harvard, demostró que imaginar una actividad "induce cambios cerebrales que en algunos aspectos son idénticos a los que ocurren al hacerlo". Es decir, imaginar que uno va a hacer algo no es igual que hacerlo, pero se le aproxima mucho (tal vez algún día sea exactamente igual una cosa que otra, si es que la imaginación es capaz de replicar al 100 por 100 el hecho). Por eso las visualizaciones antes de la práctica real de cualquier actividad mejoran el rendimiento final. Pascual-Leone lo confirmó llevando a la práctica una hipótesis de Santiago Ramón y Cajal, quien creía que si un pianista se ejercitaba con la imaginación, sus movimientos serían más ágiles después. Así que decidió emplear a dos grupos de personas que nunca habían estudiado piano. Les indicó qué dedos debían mover para interpretar una secuencia de notas mientras las escuchaban y un grupo practicó sobre el teclado mientras el otro lo hacía sólo en la imaginación. Tras cinco días de entrenamiento, todos habían aprendido a tocar la melodía y mostraban los mismos cambios cerebrales..., hubieran tocado o no el piano de manera física. 

La diferencia entre la imaginación y lo real, según este especialista es que, sólo en el segundo caso, recibes "feedback" del entorno respecto a lo que has hecho y eso también cambia tu cerebro. Para Pascual-Leone, entrenarse para llevar a cabo visualizaciones es efectivo, especialmente si se hace "justo antes de ejecutar la tarea y esto es útil", si bien advierte de que lo que se aprende deprisa no se graba permanentemente en el cerebro.

Un momento... ¿Dónde hemos visto antes esta relación/confusión entre imaginación y realidad? En efecto: en los espectáculos de hipnosis, cuando una persona cae en manos del mentalista de turno y pierde toda referencia con el mundo real para pasar a vivir en el mundo de la imaginación. Es su imaginación, pero el dios que rige ese mundo es el hipnotizador, que puede por ello manejarle a voluntad ordenando que tiemble de frío porque le hace creer que está en el Ártico aunque el espectáculo se desarrolle en el mes de agosto en Senegal. Pero eso sólo sucede en los casos de hipnosis..., alegarán los más ingenuos. Sí, naturalmente, mas ¿quien puede garantizarnos que ahora mismo no estamos hipnotizados y no lo sabemos? La persona en poder del mentalista tampoco lo sabe: lo olvidó en cuanto cayó en su poder. Y si aún hay quien protesta diciendo que sería perfectamente capaz de reconocer cuándo ha sido hipnotizado y cuándo no, le sugiero que piense en su descanso nocturno. Es decir, cuando uno se va a dormir, ¿acaso es capaz de mantener la conciencia y darse cuenta del momento exacto en el que cae en el mundo de los sueños? ¿Acaso no tiene que esperar a despertar para descubrir que estaba soñando? Será interesante descubrir lo que sucede cuando despertemos de lo que parece ser la vida. Sólo es cuestión de esperar para saberlo a ciencia cierta, porque nuestro reloj despertador se llama Muerte y nos espera a todos y cada uno.

Otro ejemplo de cómo funciona la confusión entre lo real y lo imaginado es la pornografía; por cierto, una de las mayores lacras sociales de la democracia, que a menudo aparece vinculada en los medios de comunicación con la trata de blancas y la esclavitud sexual, entre otros delitos. Para un observador poco informado, que no se haya tomado la molestia de estudiar la siniestra profundidad de este tema (y que daría pie para una larga serie de artículos monográficos), podría resultar hasta chocante el hecho de que tantas instituciones políticas y sociales que suelen hacer gala de su supuesto feminismo nunca alcen la voz contra la abundancia, gratuidad y facilidad con la que se puede encontrar en la actualidad en Internet todo tipo de imágenes degradantes de la mujer -y también del hombre, pero en menor cantidad-. Imágenes que sirven de "inspiración" a tantas bestias provistas con el aspecto físico de seres humanos que cada día agreden, violan, e incluso asesinan a lo que para ellos no son más que "muñecas" de usar y tirar. Bien, pues la base de la pornografía no es más que un acto de sustitución de la realidad por la imaginación. El usuario no puede satisfacer su deseo sexual con las mujeres que ve en las fotos o en las películas (y probablemente no puede hacerlo con mujeres en general, por distintos motivos) así que se satisface a sí mismo imaginando que está haciéndolo con esas mujeres. Pero el orgasmo que experimenta ¿no es similar al que sentiría si estuviera con una de ellas?

En algunos centros médicos y de investigación existen unos recipientes acristalados para manejar sustancias o intervenir en condiciones de aislamiento. El especialista introduce sus manos en sendos guantes proyectados al interior de estos peculiares receptáculos mientras procede a la manipulación desde fuera. Nuestra vida es un poco así: buscamos la solución, la explicación a nuestra existencia, como si de pronto los dedos cobraran vida y se engañaran a sí mismos con la idea de que deben romper los guantes y escapar así de ellos. Pero no pueden: los guantes son más fuertes. Y aún si consiguieran rasgarlos, lo único que conseguirían sería encerrarse aún más dentro del recipiente de cristal. En lugar de eso, lo que hay que hacer es sacar las manos de los guantes. La salida está dentro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario