Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 3 de marzo de 2017

Silencio...

No hace mucho tiempo el mago Gran Gran Houdini me comentó durante una de nuestras charlas de café que si algún chaval me pedía consejo sobre qué debería estudiar para garantizarse un puesto laboral en el futuro le respondiera que se especializara en tratamientos para el oído y que, si pudiera, invirtiera en una empresa fabricante de audífonos o en un negocio que se dedicara a venderlos. Gran Gran Houdini no hablaba por hablar pues tiene un sinfín de contactos en el mundo de la medicina y está muy al corriente de las patologías más comunes, especialmente aquéllas cuya afección va en aumento en nuestra sociedad contemporánea.

- Vivimos rodeados de ruido y a un volumen cada vez más elevado. ¿Cuánto tiempo hace que no has ido al cine, por ejemplo? -me preguntó- Las películas, los anuncios publicitarios y las autopromociones de las propias salas se proyectan cada vez a mayor volumen para "provocar una sensación envolvente en el espectador" según la publicidad. En realidad, para aturdirle con más facilidad y apoderarse así de su atención durante el tiempo que está en la sala...

- Voy muy de tarde en tarde, cada vez menos -reconocí-. Siempre me ha gustado mucho el cine, pero me echaron de allí dos factores: los precios y los otros espectadores. Los precios, porque me parece una estafa cobrar el dineral que cobran por cada entrada con unas instalaciones que a menudo resultan incómodas o insuficientes y teniendo en cuenta que en pocos meses tendré la película en el mercado -debo ser el único tipo honrado de mi ciudad, que no se "baja" las películas gratis en esos servidores de Internet que están arruinando la industria creativa en todo el mundo, sino que se compra el DVD si está interesado en algún título concreto-. Los otros espectadores, porque hasta hace unos años podías encontrarte a algún maleducado hablando en voz alta, contando chistes o eructando en la sala pero hoy día lo raro es encontrarse a alguien que respete a los demás y contemple la película sin molestar al resto del público.

- Bueno, pues no es sólo el cine. También, el volumen empleado para ver la televisión o la radio. La manía de ir con auriculares a todas partes y siempre con la música muy alta, para aislarse del entorno. Los teléfonos móviles..., ¿has visto la cantidad de gente que grita por la calle hablando por su teléfono móvil? Bueno, y los que no necesitan el teléfono, los que gritan porque sí, porque es su tono de voz. Muchos espectáculos públicos tienen ejemplos de impulso a la sordera. Y el tráfico..., cómo nos gusta darle al claxon aunque no haga falta...

- Sí, ya sé que España es el segundo país del mundo con un nivel de ruido más elevado, sólo superados por Japón.

- Exactamente. Pues aunque mucha gente no lo sabe o, mejor dicho, no se lo cree, el ruido ya está teniendo efectos devastadores sobre su salud. Desde la lógica pérdida parcial o total de la audición hasta las alteraciones del sueño, la depresión, la agresividad, el estrés, las alteraciones en el metabolismo o en la memoria... Las mujeres embarazadas que soportan altos niveles de ruido a partir del quinto mes de gestación dan a luz niños con un tamaño inferior a la media y que luego se ven muy afectados a su vez por el ruido. En los pequeños, la educación en sitios con excesivo bullicio producen entre otras cosas un retraso en el aprendizaje de la comunicación verbal y la lectura, así como un nivel más reducido de sociabilidad.

- Menudo panorama...

- Por eso, en un futuro muy próximo la venta de audífonos y, en general, de tratamientos contra la sordera se multiplicará hasta niveles nunca antes vistos y desde edades mucho más tempranas de lo que hasta ahora estamos acostumbrados.

Pensando sobre este asunto, recordé la importancia que, a lo largo de la Historia, han concedido prácticamente todos los sistemas religiosos y filosóficos a la práctica del silencio, el recogimiento y la meditación. Quizás el caso más conocido sea el de la Escuela de Crotona fundada por Pitágoras. Este iniciado en los Misterios en Grecia, y especialmente en Egipto, fundó una Escuela en la que tenía alumnos de distintos niveles -como en todas las Escuelas de verdad- y sólo a los de su "círculo interior" les sometía a  pruebas concretas de purificación, sacrificios necesarios para alcanzar cierta sabiduría y ejecutar con éxito determinadas prácticas vetadas a los humanos corrientes. Tal vez, la prueba más impactante era la exigencia de 5 años de silencio absoluto antes de ser admitido al grupo de discípulos de confianza. 5 años. ¿Nos vemos a nosotros mismos capaces de callar durante 5 años seguidos? ¿Nosotros, a quienes nos encanta intervenir en las conversaciones ajenas para opinar sobre lo que sea, que estamos deseando contar a nuestros familiares y amigos lo que nos ha pasado a lo largo del día, que respondemos a cualquier insulto con otro aún mayor y por duplicado, que le hablamos a la televisión como si nos pudiera escuchar, que cantamos por pasar el rato o para ocultar nuestros nervios o nuestro miedo? En cierta ocasión, durmiendo plácidamente con una persona en una casa aislada cerca del mar, lejos del pueblo más cercano, la persona que estaba conmigo me despertó, asustada, precisamente porque le daba miedo no escuchar nada, aparte del leve rumor de las olas...

Varios estudiosos modernos han planteado que no todos los discípulos se sometían a los 5 años de silencio, sino que esta cifra era una media, pues algunos alumnos especialmente despiertos no necesitaban ir más allá de los 2 años de práctica. Aún así, hablamos de 2 años en silencio... ¿Cuántas personas resistirían eso a día de hoy, cuando sabemos que uno de los mayores castigos concebidos en la cárcel es el de ser encerrado en una celda de castigo, es decir, de aislamiento total? (si alguna vez fuera a la cárcel, creo que me dedicaría a hacer el mayor número de barbaridades posible para que me encerraran en una de esas celdas: ¡qué oportunidad de oro para reencontrarme y conversar conmigo mismo con total tranquilidad y sin que nadie me molestara!) Los alumnos que no conseguían mantenerse en silencio durante el tiempo requerido, eran expulsados con la fórmula ritual: "si no has logrado cambiar, has muerto para mí"...  Sin embargo, los que lograban pasar la prueba eran honrados con el título de Matemáticos, ya que la escuela pitagórica le daba suma importancia al número -pero éste es otro tema que ahora mismo no nos interesa- e iniciados y, a partir de aquel momento, podían ver y relacionarse directamente con su maestro... De todas formas, no podrían olvidarse del silencio de ahí en adelante, pues el conocimiento que adquirían les obligaba al secreto.

Se han dicho muchas tonterías sobre el secreto en las Escuelas de Misterios. Recuerdo haber leído el ingenuo -o malintencionado- razonamiento de más de un articulista argumentando que, si las intenciones de una persona o de un grupo de personas son buenas y razonables, no necesitan ser mantenidas en secreto. De donde se deduce que todas las sociedades secretas son grupos de conspiración guiados por el Mal, encaminados a la dominación mundial y etcétera. Es un argumento que un niño pequeño podría rebatir pero, de alguna forma, un enorme porcentaje de personas supuestamente adultas de nuestra sociedad contemporánea se muestra incapaz de ver que ¡estamos rodeados de secretos por todas partes y sabemos que muchos de ellos no esconden una amenaza!

Hay, por ejemplo, personas que han ganado importantes cantidades de dinero en los juegos de azar y lo guardan en secreto gastando con discreción, porque saben que, en cuanto hicieran pública su fortuna económica, se expondrían a un constante acoso por parte de amigos, conocidos y desconocidos que acudirían a pedirles dinero para todos los propósitos imaginables, por no mencionar que se convertirían en objeto de deseo de muchos criminales. Hay, otro ejemplo, muchas empresas que se enfrentan a un entorno competitivo, especialmente complicado por la crisis, que les obliga, si quieren sobrevivir, a mantener en secreto la mayor cantidad posible de información sobre sus actividades -en realidad, casi todos los empresarios que he conocido hacen públicas cifras distintas de las reales, pero no por esconder dinero a Hacienda sino por proteger sus negocios y mantenerlos en marcha: para la gente que siempre ha estado a sueldo de alguien, es difícil comprender lo que cuesta tener en pie una empresa porque nunca se ha dedicado a ello-. Hay, un tercer ejemplo, que mantener forzosamente en secreto la verdadera potencia militar y de seguridad de un país si éste no quiere convertirse en una pieza apetecible para sus vecinos más expansionistas. Y así podríamos citar mil y un ejemplos más.

Las Escuelas de Misterios -las reales, no los clones que hoy florecen como setas tras la lluvia- guardan en secreto, en estricto silencio, sus conocimientos por dos motivos fundamentales. Primero, para protegerse ellas mismas de la codicia de los homo sapiens, siempre ansiosos de depredar todo lo ajeno para su propio beneficio. Segundo, para proteger a los mismos homo sapiens pues es muy cierto, aunque parezca un lugar común, que la sabiduría mal utilizada se transforma automáticamente en una pesadilla pavorosa. En alguna parte de esta bitácora citamos en su momento la versión Disney de El aprendiz de brujo de Paul Dukas -compuesta a partir de la idea original contenida en un poema del gran Goethe-, recogida en la película Fantasía. La lección más clara de esta historia es que la misma magia que, en manos del maestro, es capaz de bellísimas realizaciones se convierte, en las del alumno inexperto, en un arma terrible y descontrolada que amenaza la vida del propio alumno.

Los alumnos de Pitágoras no sólo guardaban el silencio y el secreto, sino que todas las noches, antes de dormir, debían meditar sobre sus acciones a lo largo del día, evaluando su comportamiento bueno o malo y lo que habían experimentado y comprendido durante la jornada. No, la meditación no es una técnica importada de Oriente, como nos insisten los supuestos connoisseurs esotéricos con que nos tropezamos tan a menudo por todas partes en estos días del Kali Yuga. Ya existía en Occidente y, probablemente mucho antes, aunque las vicisitudes históricas ocultaran éste y otros antiguos conocimientos a la mayoría de los ciudadanos con el velo del olvido.


Crotona es sólo un caso. El poder del silencio ha sido muy valorado entre "la gente que sabe" en todas las épocas y en todas las regiones del mundo. Tan valorado como, al mismo tiempo, era poco estimado o incluso despreciado por las sociedades en las que vivieron esas gentes con sabiduría... Pero es que resulta que un equipo de investigadores del Centro de Investigación de Terapias Regenerativas de Dresden, en Alemania, ha descubierto ahora que el silencio es realmente importante para el cerebro, desde el punto de vista meramente físico. Estos científicos experimentaron con el cerebro de ratones a los que dejaban en silencio durante dos horas al día, mientras a otro grupo de ratones les sometían a los ruidos normales. Descubrieron que, en aquellos roedores que disfrutaban del silencio diario, su hipocampo generaba nuevas células, lo que no ocurría con los otros. Esas células eran además capaces de diferenciarse e integrarse en el sistema nervioso central y cumplir allí distintas funciones. El hipocampo es una región cerebral relacionada con el aprendizaje, la memoria y las emociones. 

El significado de esta experiencia es sumamente interesante, entre otras cosas porque nos permite probarlo en nosotros mismos y observar los resultados: ¿qué pasaría si fuéramos capaces de reservar un par de horas diarias para retirarnos a nuestro interior y guardar ese silencio? ¿Qué encontraríamos allí dentro? ¿Cómo mejoraría nuestro cerebro y, con él, nuestra calidad de vida? Quizá sea mucho pedir empezar por dos horas diarias, pero seguro que cualquiera de nosotros puede, si así lo desea, reservar diez o quince minutos para comenzar a experimentar.

Otro equipo de investigadores, esta vez de la norteamericana Universidad de Harvard, estudió la red cerebral que se encarga de examinar la información que hemos acumulado a lo largo del día, para asimilarla definitivamente o eliminarla. Lo hace durante el sueño. De hecho, parece que dormir -y soñar- es tan necesario para nosotros porque durante ese tiempo, nuestro cerebro hace la digestión de la monumental cantidad de datos y estímulos que ha recibido a lo largo de la jornada. Es un proceso similar al de nuestro sistema digestivo, en el que el estómago procesa y prepara la comida ingerida para que, luego, a través de los intestinos, el cuerpo pueda asimilar los nutrientes y eliminar en forma de heces el sobrante. En ese sentido, nuestras heces mentales se manifestarían en forma de sueños irrelevantes. Pues bien, los investigadores yankees descubrieron que esa red que actúa durante nuestro sueño, también lo hace y de una manera particular cuando nos paramos a meditar y reflexionar sobre nosotros mismos. La red se activa siempre que no hay estímulos para distraerla; es decir, cuando estamos con los ojos cerrados..., y en silencio.

Se dice que el hombre inteligente habla poco, mientras que el sabio no habla (lo que, sobre la marcha, me descarta a mí como una cosa o como la otra, porque me paso el día hablando). Ahora que tenemos el fin de semana por delante, puede ser una buena oportunidad para probar a entrar en el reino del silencio y ver qué descubre cada cual dentro de sí mismo.






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