Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 18 de marzo de 2016

Medita

Lo malo de ser un espíritu es que si quieres operar en el mundo material no tienes más remedio que encarnar en un cuerpo material, con todos los inconvenientes  que ello supone, como la limitación de la percepción y la capacidad de actuación, la ralentización de actividades o la pérdida de memoria sobre quién es uno en realidad. También tiene alguna ventaja, para qué vamos a negarlo... Un espíritu no puede degustar un buen solomillo al roquefort regado por un Ribera del Duero en condiciones, por poner un ejemplo. Pero pequeños placeres como éste no compensan las consecuencias de la profunda desorientación que afecta a todos aquellos espíritus que son arrojados de forma violenta -incluso a los que bajan voluntariamente- a esta arena de los gladiadores. Para cuando logran despejar su aturdimiento, darse cuenta de quiénes son de verdad y ponerse de pie, ya tienen sesenta o setenta años de vida material y no les queda demasiado tiempo para trabajar en lo que se plantearon cuando veían el espectáculo desde la grada. Consecuencia: en cualquier momento aparece el reciario de turno y te clava el tridente en los ojos o, peor, un mirmillón que te desguaza con su gladius. Y, hale, a "morir" y vuelta a empezar otra vez.

Confieso que una de las cosas que peor llevo en este tiovivo que supone la rueda de las reencarnaciones es la constante mutación física: es una verdadera pesadez. Siempre pienso que sería más productivo para nosotros encarnar directamente, digamos, con veinte años de edad -plenos de fuerza, con conocimientos básicos suficientes y por supuesto ya completamente despiertos y dispuestos- y trabajar así durante otros veinte, o treinta, o cuarenta años de manera regular, estable, manteniendo el ritmo..., hasta que el robot físico se desconectara de un día para otro, sin más, y adiós muy buenas: hasta la próxima. Pero lo de tener que empezar desde cero cada vida y, lo peor, ir luego desmoronándose poco a poco a medida que se acerca el final material, como un coche que se queda sin gasolina y va perdiendo la inercia hasta que se queda parado completamente, resulta irritante. A veces he protestado en Walhalla por esta situación, pero me han contestado (y la verdad es que no les falta razón, así que me he tenido que callar) preguntándome que a dónde pretendo ir con tantas prisas si, total, soy inmortal..., así que el número de vidas que tenga que emplear en mis cosas es absolutamente irrelevante.

Lo cual no impide, insisto, que me moleste sobremanera esa manía del cuerpo físico de colapsarse cada dos por tres con enfermedades, dolores y otras disfunciones, lo que limita aún más las actividades en este parque de atracciones por el que deambulamos entre risas y lágrimas. Tanta torpeza en ocasiones me ha llevado a experimentar la existencia física como si estuviera embutido dentro de uno de esos pesados e incómodos trajes de buzo confeccionados con lona y provistos de escafandra conectada al exterior, tan propios del siglo XIX, estando además sumergido no en agua sino en barro.

Por cierto que los problemas generados por las contrariedades materiales exigen, naturalmente, soluciones materiales. Esto, que parece de Pero Grullo, resulta por algún motivo un enigma indescifrable para una considerable legión de incautos. La verdad, no termino de entender cómo alguien en su sano juicio puede plantearse siquiera que una dificultad en la salud física pueda resolverse simplemente gracias a una "conspiración del universo para ayudarte cuando tú lo deseas de verdad", una conjunción de "intereses cósmicos" o ayudas de los supuestos "hermanos mayores",  que sea posible poner en marcha  repitiendo una serie de oraciones, o de mantrams, o de fórmulas de autoayuda dichas en voz alta para solucionar prácticamente cualquier cosa. Sí, vale, aceptemos que la enfermedad en los planos más densos es una manifestación solidificada de un desequilibrio en planos más etéreos, pero una vez que está aquí, no se puede luchar contra ella allí. Estoy seguro de que los crédulos que aceptan la posibilidad de que un cáncer terminal se pueda resolver ingiriendo exclusivamente una fruta tropical, no arreglarían el motor de su coche colocándole una vela a san Cucufato ni darían una nueva vida a su personaje de videojuego repitiendo cien mil veces el om mani padme hum delante de la consola. Todo esto tiene que ver, de nuevo, con el viejo tema del lloriqueante "que alguien (allá en el Cielo o -quién sabe- en el Infierno, pero alguien poderoso en todo caso) me salve, por favor", en lugar de tomarse uno la molestia de sanarse a sí mismo utilizando las medidas adecuadas para ello.

 Otra historia es que haya que atiborrarse de medicamentos y químicos de todo tipo para recuperarse de un problema de salud. Conozco a demasiada gente que se toma los ibuprofenos como si fuesen gominolas..., y a varias personas que han pagado muy cara su afición a ingerir píldoras, en especial si lo hacen motu proprio. El mundo contemporáneo, donde el umbral del dolor y la resistencia a la frustración están más abajo que en ninguna de las épocas históricas que nos precedieron, nos ha
 acostumbrado a vivir entre algodones como si la vida cómoda fuera deseable. Pero también el azúcar nos gusta y lo consumimos a todas horas (hasta en el pan de molde integral..., es tan interesante como aterrador tomarse la molestia de leer las descripciones de las etiquetas en los envoltorios de los productos procesados que compramos para comer), siendo como es uno de los venenos más peligrosos de los muchos que nos rodean en esta aparente "vida segura" del llamado mundo desarrollado.

Hay algunos tratamientos médicos muy eficaces que el común del homo sapiens suele ignorar olímpicamente pese a su probada eficacia..., porque no los receta como obligatorios un señor vestido con bata blanca. Sin embargo, ya decía el amigo Swift que los mejores médicos del mundo eran el doctor dieta, el doctor alegría y el doctor reposo. Habría que añadir algún especialista más a este peculiar cuadro médico, como por ejemplo el doctor sexo y sobre todo el doctor risa. Y otro que se ha incorporado recientemente: el doctor meditación.

Ha sido nada menos que la revista Journal of Neuroscience la que ha confirmado esta misma semana que la meditación no sólo garantiza el alivio del dolor sino que además lo hace con rapidez y sin necesidad de tomar medicación alguna ("no se basa en opioides", dice textualmente, lo que me parece que es decir bastante). Y, lo que más me gusta del informe, el reconocimiento de que "aún no sabemos por qué". La vida sin misterios es, definitivamente, un aburrimiento. Esta publicación especializada recoge un estudio encabezado por el norteamericano Fadel Zeidan, profesor de neurobiología y anatomía del Wake Forest Baptist Medical Center de Carolina del Norte, que se quedó de piedra al comprobar científicamente la eficacia de una actividad empleada desde tiempos inmemoriales por los alumnos de las Escuelas de Misterios en distintas partes del mundo, aunque en algunos lugares se llamara meditación y en otros, de otra forma.

Zeidan y su equipo estudiaron las reacciones de casi 80 voluntarios a una parte de los cuales se les inyectó un compuesto llamado naloxeno, cuya característica más interesante es que bloquea el funcionamiento del sistema de opiáceos naturales generados por el propio cuerpo humano (por ejemplo, las conocidas endorfinas), mientras que a otra parte se les inoculó un simple placebo. Luego  utilizaron una sonda calentada a 49 grados centígrados para generar mucho dolor a los voluntarios y se pidió a cada uno de ellos que evaluara hasta qué punto había sufrido con esta intervención. Resultó que aquéllos que recibieron dosis de naloxeno y además meditaban habitualmente (aunque lo hicieran sólo tras un período breve de entrenamiento), pero sólo ellos, sintieron un 24 % menos de dolor que los demás, lo que prueba su efecto analgésico. Los investigadores van a intentar determinar ahora en qué medida afecta la meditación en los casos de dolor crónico... Aunque las autoridades estadounidenses se han sentido interesadas desde ya, porque sólo en su país y según datos del Instituto de Medicina de EE.UU., se calcula que existen unos 100 millones de personas que padecen este tipo de dolor y por tanto necesitan una medicación que cuesta un dineral. Eso, sin tener en cuenta la adicción que desarrollan muchos enfermos hacia sus medicinas.

Ojo, porque no es la primera vez que se habla públicamente de lo que siempre fue un secreto a voces entre los practicantes habituales de meditación. Ya en 2011 otra investigación publicada esta vez en la revista New Scientist hablaba de la importancia de manejar la mente para recuperar y/o mantener la salud y explicaba que los pacientes que poseen un alto grado de fe en sí mismas, que meditan y visualizan de manera habitual, se enferman menos que la media y, si padecen algún trastorno, responden siempre mejor a todo tipo de tratamientos. De alguna forma, la meditación estimula al sistema inmunológico que, en última instancia, es quien nos protege de las agresiones externas. Además, evita la depresión y los estados de ánimo pesimistas, que conducen también indefectiblemente hacia la enfermedad. Y por si fuera poco, retrasa el envejecimiento. Lo dice un estudio de otro centro norteamericano, la Universidad de California-Davis, cuyos investigadores descubrieron que las personas acostumbradas a meditar, incluso con apenas 11 horas de entrenamiento, generaban mayores cantidades de una enzima que fomenta la producción de telomerasa, la "armadura" que protege a los cromosomas y que, hoy sabemos, se debilita cada vez que una célula se divide, proceso que conduce a la vejez de esa célula y por tanto del cuerpo que la contiene. Los meditadores, según varios experimentos, también ven incrementada la eficacia de sus hormonas sexuales y de crecimiento, pueden reducir su nivel de cortisol e incluso son capaces de alterar la amígdala: esa zona del cerebro, tan reptiliana ella, que regula el miedo junto con esa ancestral doble respuesta de huir o combatir contra una amenaza. Esto es particularmente interesante para aquellos buscadores de la verdad que estén decididos a abandonar su pasado reptiliano en busca de una humanización real de su identidad.

Buda dijo que todo lo que es el ser humano surge de sus propios pensamientos. Tampoco aportaba nada nuevo, puesto que el primer principio hermético contenido en la Tabla de Esmeralda de Hermes el tres veces grande nos anuncia desde hace milenios que Todo es mente, el universo es mental.






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