Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Ladrones y pollos

Nicolás Maquiavelo ha pasado a la historia como el rey de los cínicos pero desde muy antiguo se sabe que el homo sapiens es capaz de vender a su propia madre y de justificar lo injustificable con tal de conseguir lo que desea, abandonando en el camino cualquier resto de honor, cordura o dignidad que pudiera quedar escondido bajo los pliegues de sus ambiciones. Lo vemos a diario en las noticias. Es más, lo vemos a diario en nuestro trato con los que nos rodean, salvo honrosísimas excepciones. La triste verdad es que tan sólo los seres humanos reales -y eso quiere decir un pequeñísimo porcentaje de la población total de lo que las estadísticas, hoy, consideran humanidad- son capaces de combinar su deseo por alcanzar un objetivo con el hecho de conseguirlo de forma honorable, caballeresca y justa.

Mi profesor de Misticismo y Paradojas, el mulá Nasrudin, nos lo explicó de manera muy gráfica hace poco en la Universidad de Dios, autocitándose como es en él costumbre. Según su relato, una noche en la que dormía plácidamente fue despertado por su mujer, que estaba muerta de miedo. Unos ladrones habían entrado en su granja y rebuscaban en el piso de abajo sin preocuparse por el ruido que empezaron a hacer los pollos, igualmente sobresaltados, que tenía la familia en su gallinero.

- Haz algo, Nasrudín -pidió ella con la voz temblorosa-. Baja y ahuyéntalos.

Pero la verdad es que el mulá se había quedado petrificado pues estaba tan aterrado como ella. O más. En las últimas semanas, se había producido una serie de crímenes en otras granjas a manos de una banda de peligrosos ladrones que podían ser los mismos que buscaban ahora saquear su casa. Entonces, las voces del piso de abajo vinieron a confirmar las sospechas. Oyeron al que parecía el jefe, con su voz gutural, mientras decía:

- No hay mucho que robar aquí, así que esto es lo que vamos a hacer... Primero subiremos a la zona de los dormitorios. Allí estrangularemos a Nasrudin y raptaremos a su mujer. Luego mataremos también a los pollos y nos los llevaremos para darnos un banquete. Será una noche redonda.

Al escuchar esta amenaza, Nasrudin no pudo soportarlo más y empezó a gimotear, suspirar y lloriquear. Tanto miedo tenía, que los sonidos que salían de su garganta eran extrañamente feos, casi antinaturales. Los ladrones, que los escucharon cuando ya estaban subiendo por la estrecha escalera, se asustaron pensando que procedían de algún gran mastín, un lobo o cualquier otro peligroso animal que hubiera sido entrenado para defender la casa. Después de todo, el mulá tenía fama de extravagante: quién sabe qué fiera sería ésa que generaba aullidos tan horribles. Los ladrones prosiguieron avanzando pero con mayor prudencia y, cuando Nasrudin y su mujer se percataron de que estaban ya al otro lado de la puerta, el mulá prorrumpió en unos quejidos horribles mientras se caía de la cama. El ruido  asustó a los ladrones, que se fueron corriendo pensando que la extraña bestia había sido liberada y en cualquier momento iba a salir tras ellos.

Tras ver desde su ventana cómo se alejaban los delincuentes, la mujer se volvió hacia su marido reprochándole:

- ¡Eres un cobarde! ¿Qué clase de hombre te crees, tú que lloriqueas durante un robo en lugar de enfrentarte a los malvados?

Aliviado por la huida de los ladrones, Nasrudin se incorporó con afectada dignidad y contestó:

Los ladrones han huido... ¿Acaso piensas que a los pollos o a mí nos importa mucho la razón? He hecho más que tú, en este caso.



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