Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 6 de febrero de 2015

Cinco por Infinito

Son numerosos los lectores de esta bitácora que se han interesado por los planes de estudio de la Universidad de Dios. No voy a ponerme a desvelarlos ahora, aunque a lo largo de esta ya larga recopilación de artículos bajo el título de Fácil para nosotros he tenido ocasión de referirme a algunas asignaturas concretas e incluso a algunos de mis maestros concretos, como gran Epícteto, mi profesor de Filosofía; el mulá Nasrudin, mi profesor de la asignatura de Misticismo y Paradojas; o Lee Jun-Fan, el de Destrucción del Paradigma a través de la Educación FísicaNo obstante, existe una asignatura en concreto que sorprende mucho a los neófitos y/o aspirantes a ingresar algún día en estas magnas aulas cuando alguien les revela su presencia y es Estudio Práctico del Arte. Y significa exactamente eso. Todos los alumnos que nos devanamos los sesos y hacemos examen tras examen al objeto de avanzar en nuestra educación para algún día poder tener el diploma oficial de Licenciado de Dios tenemos la obligación de aprender y practicar arte en todos y cada uno de los trece cursos de estos estudios tan particulares. Al fin y al cabo, si el trabajo de fin de carrera es la creación de tu propio Universo, tienes que saber cómo animarlo de mil y una formas. Además, hay una clasificación muy fácil de las artes elaborada ya desde hace mucho tiempo. 

Para empezar, hay que aprender las denominadas 6 artes "clásicas" que son Literatura (ésta la voy aprobando con nota), Música (sé llevar un ritmo con las palmas), Pintura (también la controlo sin problemas), Arquitectura (dibujo bastante bien los edificios en mis chistes e historietas, aunque sospecho que hará falta algo más para que me den el visto bueno), Escultura (no he pasado de la fase muñequitos-de-plastilina, lo reconozco) y Danza (mejor no hablaré mucho sobre ella, aunque he hecho grandes progresos últimamente y ya sé cruzar una pierna delante de otra sin caerme al suelo). Luego vienen las artes optativas, que uno puede desarrollar o no y que, en mi caso, aspiro a aprender también en la medida de lo posible, porque también me gustan. Al menos, las tres más famosas, que son las que vienen después de las clásicas: Cine (de momento soy más bien consumidor antes que productor, en cuanto a obras del séptimo arte pero..., ¡dadme tiempo!), Fotografía (con ésta no tengo problemas) y Cómic (o Historieta, el noveno arte, en la que progreso adecuadamente).

Por eso en mis fiestas de cumpleaños y aniversarios variados, que celebro prácticamente a diario (cualquier momento de cualquier día es bueno para celebrar cualquier cosa..., los -aprendices de- dioses somos así), siempre incluyo entre mis regalos un montón de tebeos. Bien escogidos, eso sí, porque en la historieta, como en la literatura, hay de todo y últimamente no demasiado bueno. Sin embargo, cuando miro mi colección de cómics y, mejor, cuando consigo un rato para sentarme y disfrutar de alguno de sus ejemplares, me encuentro razonablemente satisfecho. Ahí está desde la -para mi gusto- obra cumbre del tebeo que es Prince Valiant de
 Hal Foster (aquí a la derecha) y, debajo de él, una amplia selección que va desde los Sturmtruppen de Bonvi hasta el Alix de Jacques Martin, pasando por la Mafalda de Quino, el Flash Gordon de Alex Raymond, Los eternos de Jack Kirby o el Nippur de Lagash de Robin Wood entre otras joyas. Es curioso, porque a Mac Namara no le interesa nada de esto ni lo más mínimo. Nunca le he visto leyendo un tebeo (se podrá argumentar que resultaría raro ver a un gato leyendo, pero sí, él suele leer todas las noches después de cenar su correspondiente tazón de leche, aunque siempre sesudos libros de ensayo..., rara vez una obra de ficción y, desde luego, nunca un cómic; será por eso por lo que ha salido tan conspiranoico).

Toda esta amplia introducción viene a cuento porque uno de los últimos ejemplares que ha pasado a engrosar mi valiosa librería de historietas (encajonada por cierto en un pasillo del angosto apartamento que compartimos Mac Namara y yo junto al campus universitario) es el monumental integral de la maravillosa serie Cinco por Infinito de Esteban Maroto publicado por Ediciones Glénat. Por accidente (¿por accidente?) descubrí hace unas semanas que existía ¡¡¡nada menos que desde 2011, hace cuatro años, y yo sin enterarme!!!! esta reedición de las aventuras místico/espaciales de los cinco terrícolas dirigidos por el misterioso Infinito publicadas originalmente en 1967 y que yo llevaba no sé cuántos eones ya buscando infructuosamente en un formato más pequeño, desconocedor de esta edición de lujo. Así que gracias a las facilidades dadas por Internet para todo lo que sea compra y venta de cualquier cosa, hasta de la propia alma, pronto me pude hacer con uno de los ejemplares, que he devorado estos últimos días.


Confieso que Maroto nunca fue uno de mis dibujantes favoritos (demasiado pasteloso para mi estética y, en muchas ocasiones, repetitivo en sus figuras humanas), aún reconociéndole una habilidad extraordinaria con las tintas, así como el hecho de que tuvo que desarrollar su carrera en un país (España) y una época (comenzó su carrera de dibujante en 1955), ambos complicados. Eso, sin tener en cuenta que el de dibujante nunca ha sido un oficio bien pagado en tierras celtibéricas. Ni siquiera bien reconocido, a pesar de la extraordinaria nómina de dibujantes, ilustradores y pintores de la que ha disfrutado el arte español. Quizá sea por eso, porque por aquí tenemos la estúpida costumbre de opinar que "total, dibujar cuatro monos es muy fácil" aunque luego le pidas al listo de turno que te dice eso que dibuje él algo y lo único que le sale es lo de "con un 6 y un 4, pinto la cara de tu retrato". Pero hay que reconocer que se trata de un valor más que sólido de la historia de la historieta española y que debe figurar en ella por méritos propios. De hecho, ya lo hace, porque está formalmente incluido en algo que los especialistas teóricos llaman el Grupo de la Floresta, un grupo de seis dibujantes que se aliaron para trabajar conjuntamente en Barcelona a finales de los años sesenta del siglo XX. Además de Esteban Maroto, los integrantes de ese grupo eran Carlos Giménez, Luis García, Suso Peña, Adolfo Usero y Ramón Torrents.

De esa colaboración (y de la idea y los lápices originales de Maroto) surgieron, por cierto, los primeros capítulos de Cinco por Infinito, en los que colaboraron Torrents dibujando a las féminas, Usero a los machotes y Peña, los fondos. La multiplicación de trabajos de los artistas redujo el equipo inicial a Maroto y Usero en el cuarto episodio de la serie y, a partir del quinto, su creador se encargó de ella en solitario hasta el final de los veinte capítulos que duró esta interesante obra de Ciencia Ficción que obtuvo un éxito internacional muy merecido, ya que se tradujo y se vendió en varios países europeos y americanos, incluyendo los Estados Unidos, donde tuvo su propia versión con el nombre de Zero Patrol (Infinito cambiaba el nombre por Zero) impulsada nada menos que por Neal Adams.

La serie cuenta la historia de cinco terrestres con nombres de inspiración estelar: Altar, un catedrático de astrofísica y astronomía que posee una inteligencia superior y es una especie de Reed Richards pero a la española (aunque es profesor de una universidad rumana); Orión, un guardaespaldas profesional de gran tamaño y una fuerza extraordinaria (según Infinito, "muy pocos seres pueden comparársete" en fuerza aunque luego en las sucesivas historias veremos que tampoco es para tanto..., es sólo el muchachote del grupo), Aline, doctora en psiquiatría y especializada en ciencias ocultas y parapsicología (alguna vez utiliza sus poderes telepáticos, pero nunca aparece actuando de bruja, la verdad); Sirio, un doble de películas de acción, ágil y con gran capacidad de reflejos (y el guaperas del grupo) e Hidra, una estrella de cine inicialmente no invitada a la fiesta, pero que al estar junto a Sirio se ve arrastrada a la aventura (básicamente, la típica rubia mona y tonta, que se pasa el rato pidiendo ayuda a Sirio). Los cinco son convocados a través de una nave espacial por Infinito, el último (y calvo, además) representante de una desarrollada cultura extraterrestre que cometió el mismo error que nosotros estamos cometiendo ahora en la Tierra: es decir, dejar todo el trabajo progresivamente en manos de las máquinas con la excusa de la "civilización del ocio". Claro, un día las máquinas empiezan a autorrepararse y a regularlo todo y, al día siguiente, llegan a la conclusión de que el hombre es una criatura ineficiente y sobrante en la nueva dictadura de las tuercas que quieren imponer. Así que se rebelan y matan a todo quisque..., menos a Infinito, que logra escapar porque estaba en una estación espacial orbitando su planeta (lo que no se explica es por qué no se rebelaron también las máquinas de la estación).

Infinito pide ayuda a los cinco terrestres para vengarse destruyendo la malvada civilización de las máquinas, cosa que los humanos hacen sin grandes problemas con la ayuda tecnológica de su nuevo mentor. Como premio por su ayuda, Infinito les ofrece quedarse con él y formar una especie de minilegión galáctica autodenominada "Exploradores del Espacio" que se dedicará a partir de ese momento a recorrer el universo para recopilar todo el conocimiento posible sobre las diversas razas que lo pueblan (luego resulta que la mayoría de ellas son humanas o al menos de aspecto humano) y echar una mano si alguna se lo pide. Ni qué decir tiene
 que todos se apuntan (yo también lo hubiera hecho, a pesar de mi vértigo) y, a partir de entonces, vivirán extraordinarias aventuras. Más extraordinarias si tenemos en cuenta que fueron imaginadas y dibujadas por autores españoles en una sociedad en la que la fantasía y la imaginación fue (y sigue aún siendo) marginada y estigmatizada en favor del "realismo". Aunque justo es reconocer que Esteban Maroto contó con una "ayudita" adicional que cualquier buen aficionado al cómic detecta de inmediato. Y es que al Grupo de la Floresta no sólo les gustaba dibujar tebeos, sino leer los de sus colegas. Por eso resulta sencillo descubrir dónde se "inspiraron" Maroto y sus compañeros para dibujar algunas de sus viñetas. Se pueden reconocer fácilmente las copias de ilustraciones de Frank Frazetta o dibujos de Dan Barry, por ejemplo. O, como en la foto que vemos adjunta, nada menos que de un portaaviones que aparece en la primera de las aventuras de Tanguy y Laverdure de Jean-Michel Charlier y Albert Uderzo. En color, aparece el original de los autores franceses y, en blanco y negro, la historieta de Maroto.

En general, Cinco por Infinito mantiene de todas formas un nivel muy alto, sobre todo teniendo en cuenta el momento en el que la serie fue publicada por primera vez. Hay algunos episodios especialmente buenos como El sublime (donde un listillo secuestra a las mujeres más guapas y a los hombres más audaces de un pueblo primitivo haciéndoles creer que van a una especie de cielo..., luego se queda con las mujeres y arroja a los hombres al cubil de una araña gigante), Juicio a la Tierra (donde unos extraterrestres feos y cabezones están a punto de destruir al hombre por considerarlo un ser brutal, primitivo y prescindible y los exploradores tienen que hacer de abogados ante un exigente tribunal galáctico), Lluvia (en la que el agua que cae del cielo desquicia literalmente a toda una civilización), La diosa de las profundidades (donde nada es lo que parece, ni siquiera un malvado brujo) o mi favorita, El planeta de los espíritus (en la que una raza de poderosos pero crueles seres incorpóreos que viven en el viento aspiran a encarnarse en los humanos de carne y hueso que pueblan el planeta). El último capítulo, Energía vital, lleva a los seis protagonistas de la serie hasta el mismísimo límite físico del Universo y, con él, al final de una saga extraordinaria que seguramente podría haber continuado de manera indefinida si Maroto se hubiera encontrado con fuerzas suficientes para ello.












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