Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 30 de enero de 2013

Cliodinámica

El segundo y, probablemente, el más conocido de los siete principios elaborados y proclamados por Hermes, mi tutor en la Universidad de Dios, es el de Correspondencia. Aquello tan popular de "lo de arriba es igual a lo de abajo y no hay nada nuevo bajo el Sol". Muchos filósofos han recogido esta idea y la han actualizado o adaptado a su época de alguna manera, como el Viejo Fritz cuando se refería a la ley del Eterno Retorno. Y la verdad es que cuando uno mira a su alrededor todo parece igual a todo. Hace un rato, por ejemplo, me entretenía estudiando este mapa publicado por la revista Desperta Ferro, que resume los conflictos de Oriente Medio durante la Edad del Bronce con las rivalidades entre Egipto, Hatti, Mitani, Asiria y el resto de protagonistas político/greográficos de la región... Y me preguntaba qué diferencias hay con los problemas que hoy enfrentan a Israel, Siria, Iraq, Turquía y demás actores modernos. Sí, es cierto que en la actualidad existen armas más poderosas, que pueden matar mucha más gente en menos tiempo, pero en aquella época no existían las cortapisas morales impuestas por la opinión pública para evitar el exterminio masivo en caso de victoria. Vaya una cosa por la otra a la hora de contar víctimas.

Hoy, los científicos quieren apuntarse al carro de las predicciones aunque cambiándole el nombre por el de prospectivas o proyecciones en el tiempo, partiendo de la base de analizar lo que ocurrió en el pasado para tratar de adivinar lo que ocurrirá en el futuro. Es la aplicación de aquella frase tan resultona de "el pueblo que olvida su pasado está condenado a repetirlo"...
 Y es que sigue anidando en muchos homo sapiens ese ansioso morbo por conocer lo que les deparará el futuro como si fuera posible controlarlo, aun en el caso de que realmente estuviera a su alcance llegar a saber lo que las Nornas han predeterminado a la hora de hilar su destino o cortar directamente los hilos que les animan. Por ello han creado lo que llaman Cliodinámica, definida con gran pompa y circunstancia como un "enfoque interdisciplinario que se relaciona con la modelación matemática de los procesos históricosociales a largo plazo". Los procesos a los que se refiere son, en general, las bases de datos sobre el mundo antiguo, incluyendo todo tipo de cifras relacionadas con la demografía y el desarrollo de civilizaciones. A los homo sapiens les encanta lucirse con palabras muy elaboradas... Sería más fácil acudir a la etimología: Clío es el nombre de la musa de la Historia (una de mis favoritas, por cierto), así que Cliodinámica no significa otra que cosa que el estudio y comprensión de la Dinámica de la Historia, si bien desde un enfoque especialmente matemático.

La Historia es fascinante, una de mis materias de estudio preferidas porque, en contra de lo que sigue creyendo tanto iluso, la mayoría de las cosas que cuentan los libros en los que se analizan e interpretan los llamados "hechos históricos" no son ciertas o, al menos, no son completamente ciertas. Y eso incluye las cifras. Un simple ejemplo: con todo lo épico y honorable que fue el episodio de las Termópilas, los historiadores griegos convencieron al mundo durante siglos de que sólo 300 espartanos contuvieron durante tres días a un millón de persas (el gran Heródoto habla de más de dos millones de persas). 
Sin entrar en valoraciones personales (en aquella vida me lo pasé en grande combatiendo junto al rudo Leónidas), las investigaciones y cálculos contemporáneos parecen demostrar que no sólo no hubo tantos persas sueltos (en la actualidad se calcula que el ejército de Jerjes no superaba las 300.000 personas, aunque esto ya es una cifra considerable) sino que además otros griegos, hoy ocultos por la fama de los espartanos, perecieron allí con idéntico valor (al menos 700 tespios y tebanos, además de algunos cientos más de soldados griegos sin origen definido). Como éste, hay muchos más ejemplos pese a los cuales el academicismo oficial tiene tendencia a creer lo que escribieron los historiadores de épocas precedentes como si fueran dogma y verdad histórica por el simple hecho de que sus publicaciones recibieron el visto bueno de las autoridades de su época.

Olvidan la consabida ley no escrita según la cual son los vencedores los que redactan lo ocurrido (a menudo porque son los únicos que han quedado vivos para poder contarlo...) y además lo hacen teñidos por sus propias impresiones y preferencias. Por ello tantos tratados históricos se convierten en una mera sucesión propagandística de nombramientos de líderes, exploraciones de tierras desconocidas y batallas ganadas o perdidas que, aparte de constituir una lista más o menos aburrida de hechos deformados, carece de una explicación de fondo, de un hilo conductor mediante el cual vincularse con otras listas, por no hablar de una confirmación pura y dura de los hechos, a fin de crear una continuidad histórica real. Son islas perdidas en medio de un océano, sin aparente conexión unas con otras. Cuando era pequeño
(en esta reencarnación) mirábamos con pavor cómo a nuestros predecesores en las clases superiores les obligaban a aprender de memoria listas tan áridas y absurdas como la de los reyes godos, temiendo que luego nos tocaría a nosotros... Y sin embargo cuando, mucho más tarde, pude estudiar a nivel particular la epopeya de los godos, los Gotts o pueblo de los Dioses, descubrí una historia fascinante que explicaba aquella época y que seguramente ninguno de nuestros profesores había llegado a conocer. A ellos sólo se les exigía que nosotros nos aprendiéramos la lista, sin más (por cierto, resulta significativo que diversas generaciones de escolares temieran enfrentar la lista de los reyes godos y luego se aprendieran motu proprio, sin ningún tipo de problema, las de los superhéroes de Marvel o de DC, los Pokemon, los Gormiti o cualesquiera otros personajillos de ficción de moda).

Así pues, la Cliodinámica es, en el fondo, un intento de dar un sentido al ingente volumen de datos más o menos ordenado que los académicos han impuesto a la sociedad en función de lo que se supone que ha ocurrido, aunque empleando especialmente los cálculos matemáticos. En concreto, utiliza cuatro patrones principales: la población de un país, su estructura social, la fuerza de la que dispone su Estado y la estabilidad o inestabilidad política de un momento determinado. Cada una de estas variables tiene su propio nivel de estudio en función de los factores que les afectan. Y todo de acuerdo con la información facilitada por los historiadores de cada época. No me resisto a recordar de nuevo al científico ruso Anatoly Fomenko, ya comentado en esta bitácora en alguna ocasión, quien descubrió que varios cientos de años que figuran en el registro histórico oficial en realidad jamás llegaron a existir... No deja de ser curioso que uno de los defensores de esta nueva ciencia sea precisamente otro ruso, aun de pasaporte norteamericano: el biólogo Peter Turchin, quien ha publicado no ha mucho en la revista Nature en calidad de experto en "Población Biológica y Cliodinámica" (entre paréntesis, me pregunto si existe algún tipo de población que no sea biológica..., hay que ver lo que les gusta a algunos la nomenclatura rimbombante).


Turchin afirma llevar más de quince años trabajando con estas técnicas y obteniendo buenos resultados en distintos campos y objetivos. Entre ellos, en el estudio de tendencias demográficas, previsiones de evolución económica y predicción de posibles epidemias de violencia en los Estados Unidos. En su artículo para Nature explicaba que cuando a lo largo de cincuenta años se detecta un mínimo de tres picos de inestabilidad política grave, ello no puede considerarse como una simple coincidencia sino como una advertencia clara del inminente estallido de un conflicto, que puede ser bélico o quizá revolucionario, de gran violencia social. En ese sentido, ha augurado que, como mucho para el próximo año 2020, EE.UU. se verá abocado a una guerra (a la que previsiblemente se viera arrastrada el resto del mundo, al menos occidental, por aquello de los "fuertes e inalienables vínculos entre las dos orillas del Atlántico" y demás terminología característica de alianzas como la de la OTAN) o bien a un gravísimo estallido de rebelión ciudadana contra el orden establecido (justificado en la creciente y, según parece, imparable corrupción política, en el evidente deterioro económico-financiero y la ausencia de perspectivas de futuro para millones de personas acosadas por el paro, la pobreza y la exclusión social).

Sin embargo, esta previsión en principio alarmante no lo es tanto si consideramos que, en realidad, jamás hemos dejado de vivir en guerra (y de la guerra: éste es uno de los mayores negocios económicos del planeta). Es más, la historia del homo sapiens no es otra cosa que la historia de sus guerras. Y éstas son iguales a sí mismas, siempre lo han sido, sin excepción, por más que recordemos las últimas como las peores (igual que siempre pensamos erróneamente que este último invierno hizo más frío que el anterior). Los genocidios y las masacres de la Segunda Guerra Mundial no son, cualitativamente, diferentes de las desarrolladas en cualquier otro escenario bélico en cualquier otra época. La crueldad de la última Guerra Civil Española no es superior a la de otras guerras civiles en la piel de toro o en otras naciones. Ambos conflictos sólo han sido más publicitados que otros y, además, son los últimos en nuestra memoria: por eso nos parecen tan grandes. Sobre todo en un continente como el europeo donde, en los países "desarrollados" la violencia ha quedado reducida a formas residuales (terrorismo) o sutiles (violencia mental ejercida a través de la propaganda y la manipulación de los medios para el control pacífico de la población). Pero, ¿qué sabe (y peor: qué le importa)
el ciudadano europeo medio acerca del genocidio africano de la llamada "primera guerra mundial de África" en torno a la paradójicamente llamada República Democrática del Congo, con unos tres millones de muertos y un número indeterminado pero mucho mayor de afectados? ¿Qué sabe de los trescientos mil muertos y el millón de desplazados en el también africano territorio del Sahel? ¿Qué, de los entre dos y tres millones de muertos en la antigua Kampuchea Democrática, hoy Camboya, a manos del movimiento comunista de los jemeres rojos? Son sólo tres ejemplos de muchos que podrían citarse, de guerras terribles que se han sucedido en los últimos cuarenta años y sobre los que la opinión pública occidental ha pasado de puntillas, adormilada y debilitada por su masturbatoria utopía de la "sociedad del bienestar" y el hipnótico poder de la pseudodemocracia imperante.

Habrá guerra en 2020, como la ha habido todos los años de la historia del homo sapiens sobre el planeta. Que esa guerra se desarrolle en territorio norteamericano o europeo será exclusivamente una cuestión de circunstancias... Y, que las armas que se utilicen sean más o menos letales para la supervivencia de nuestra civilización, cuestión de oportunidades. Nada raro hay en ello. Lo raro, para nosotros, es el período que hemos vivido en los últimos decenios de relativa tranquilidad dentro de las fronteras occidentales. Hemos llegado a creer que eso es lo normal, pero la experiencia histórica (y no hace falta ser cliodinámico para eso) nos enseña que todo se repite, invariable, metódica, implacablemente. Sólo es cuestión de tiempo. Turchin cita a Arnold J. Toynbee cuando decía aquello de "La Historia no es una maldita cosa tras otra". No, todo tiene un sentido, pero hace falta saber leerlo, sobre todo cuando el texto que se nos facilita está fragmentado y desordenado. 



 

lunes, 28 de enero de 2013

El hombre que gritaba alrededor del pozo

En la antigua ciudad de Uruk, durante el reinado de Udul Kalama de Unug, el segundo rey después de la partida definitiva de Gilgamesh, vivía en las afueras de la gran ciudad, a un cuarto de día de viaje de las murallas, un hombre de edad indefinida llamado Pasittu Namtar que tenía muy mala fama. Vivía aislado en una pobre choza de adobe de una sola habitación y todos le rehuían pues, aunque parecía ya demasiado viejo para hacer daño a nadie que no fuera un bebé de pecho, se decía de él que había ejercido como mercenario, esclavista, torturador y verdugo. No tenía hijos ni posesiones de interés y era tan feo que hasta los leones evitaban el paso por la cañada donde se levantaba su mugrienta vivienda.

La única persona que le frecuentaba era una mujer madura que había llegado a un acuerdo con él para, cada dos o tres días, acercarle algunas viandas y un poco de vino. Él pagaba los víveres con mala cara y un hosco gruñido, pero también con una sorprendente y excesiva generosidad dada su situación.

- Si tiene tanto dinero para asegurarse una manutención regular, es extraño que viva como un anacoreta -comentaba la mujer con sus amigas, de regreso en Uruk-. Tal vez posea un tesoro escondido, pero no en el interior de su casa, pues yo la he visto y apenas dispone de un lecho ruinoso, una mesa y una silla. Todo, muebles bastos y sin gran valor.

- Quizá lo tiene enterrado junto a su casa -argumentó una de sus amigas-. Se dice que cuando las personas envejecen demasiado y llegan a una cierta edad pierden el contacto con la vida real y se vuelven incapaces de razonar. Puede que en su vida de fechorías acumulase una gran riqueza y ahora, al borde de la demencia, haya olvidado para qué sirve el dinero.

- Desde luego, muy bien de la cabeza no debe estar. Casi siempre que voy a su choza me lo encuentro en un campo cercano dando vueltas alrededor de un hoyo y gritando números, hablando solo. Al principio pensé que estaba realizando algún maleficio o alguna invocación a uno de los Annunaki pero luego me di cuenta de que siempre repetía lo mismo, como si fuera víctima de una obsesión. Me siento a una cierta distancia y espero a que se canse y se acerque finalmente a donde estoy para darle la comida y recibir sus monedas.

Durante el resto de la tarde, la mujer y sus amigas discutieron sobre el estado mental de Pasittu Namtar, sobre cuán importante podría ser el tesoro y sobre dónde podría guardarlo. Por la noche, una de sus amigas le contó lo sucedido a su marido, Elulu Susuda de Kish, que había servido en el ejército durante diez años como guerrero y aún conservaba mucho del vigor de su juventud. También guardaba su vieja espada con su vaina: un arma que había manchado con la sangre de una docena de hombres en la guerra.

- ¿No te das cuenta? -le preguntó él- El tesoro del que habláis sin duda se encuentra en el hoyo que ese viejo rodea constantemente. Y está ahí, esperando a que alguien vaya a recogerlo.

- Pero Elulu: no puedes robar impunemente a Pasittu Namtar...

- ¿Robar? Si espero simplemente a que se aleje del pozo y tomo el tesoro de su interior, ¿quién podrá negar que no lo encontré en el campo gracias al favor de los dioses? Otra cosa sería que se lo quitara a él o que entrara en su casa, pero no pienso hacer eso. Además, vosotras mismas sabéis, como todos en Uruk, la fama que tiene este tipo. Es muy probable que el dinero que esconde allí sea fruto de rapiñas innobles e ilegales. No tiene derecho moral a disfrutar ahora tan tranquilo de lo que en su día obtuvo de forma indecente. ¡No esperaré más! Esta misma noche le despojaré del botín que no merece y que a nosotros nos vendrá muy bien. Yo tengo la espalda molida de trabajar en el campo y es hora de recibir también un regalo de Shamash, el dios de la justicia. Y si por mala fortuna me viera obligado a enfrentarme con él..., no tengas miedo, mujer: mi arma hablará por mí.

Dicho y hecho, Elulu Susuda de Kish recogió su espada y se marchó fuera de las murallas hacia la casa de Pasittu Namtar. Cuando llegó ya era bien entrada la noche, pero había un cielo sin nubes y una enorme luna llena en lo alto, por lo que se veía bastante bien. En efecto se encontró al ermitaño dando vueltas al pozo, completamente oscuro, y gritando con voz fuerte y ronca:

- ¡Siete! ¡Siete! ¡Siete!

Oculto por unas cañas mientras observaba la escena, Elulu pensó para sí: "En verdad este hombre está casi demente, gritando el número siete. Quizás esté rememorando el cuento de los Siete Malvados y los Siete Sabios. Esperaré a que se canse y se retire a su choza y luego encontraré el tesoro escondido." Agazapado, el antiguo guerrero se adormiló... Despertó bruscamente poco después, maldiciéndose a sí mismo por haber bajado la guardia y temeroso de haber alertado a Pasittu Namtar. Pero no había nadie junto al hoyo: precisamente el silencio era lo que le había despertado.

Elulu Susuda de Kish observó con precaución y vio que el ermitaño había desaparecido. Seguramente se había retirado a su casa de adobe a dormir, pues la locura no exime del cansancio sino de forma momentánea. Se aproximó con sigilo al pozo y trató de adivinar lo que había en su interior, o al menos cuán profundo era, mas no se veía nada. Lo que sí captó fue un olor hediondo que llegaba desde las profundidades, como si comunicara directamente con el reino de Ereshkigal, en los infiernos.

- ¿Tendré que bajar mucho ahí dentro para descubrir el tesoro? -murmuró para sí mientras se tapaba la nariz con una mano y se agachaba al borde del agujero intentando todavía forzar el velo de oscuridad a sus pies.


Entonces sintió el empujón, con las dos manos, sobre su espalda. Perdió pie y cayó dentro del pozo. Cayó durante un buen trecho, demasiado aterrado para gritar...

Cuando su cuerpo se incrustó con un dolor afilado entre las puntiagudas estacas que poblaban el fondo del pozo, quebró al mismo tiempo los esqueléticos restos de víctimas anteriores, esparcidos a su alrededor. Lo último que escuchó antes de morir fue la cantinela enloquecida de Pasittu Namtar, allí arriba, alrededor del agujero:

- ¡Ocho! ¡Ocho! ¡Ocho!




  









viernes, 25 de enero de 2013

La felicidad, ah, ahah, ah...

Da igual que uno sea blanco, negro, rojo, amarillo o mestizo. Da igual que uno sea hombre, mujer, mitad y mitad o queso de bola. Da igual que uno sea un niño, un adolescente, un adulto o un anciano. Da igual que uno sea policía o ladrón, carpintero u oficinista, militar o sacerdote, labriego o astronauta. Da igual que uno sea hijo, padre o abuelo o las tres cosas a la vez. Da igual que uno viva en la montaña o en el valle, en una isla o en un continente. Da igual que uno sea soltero, casado, divorciado, viudo o arrejuntado. Da igual cualquier circunstancia en cualquier momento de cualquier vida de cualquier homo sapiens. Todos, absolutamente todos, buscan una sola y la misma cosa a lo largo de su vida: la felicidad.

Lo único que varía es el medio a través del cual están convencidos de que podrían ser felices... En su imaginación, bastaría con ser millonario, o tener un hijo, o vivir en el campo, o ser famoso, o ligarse a la pareja deseada, o conseguir un gran éxito profesional, o contemplar personalmente la ruina de un odiado enemigo, o disponer de una capacidad de consumo casi ilimitada..., o, idealmente, una combinación de todos estos elementos y alguno más. Sin embargo, todos creen o han creído en algún momento de su existencia que serán capaces de encontrarla. Aún más arrogante: todos creen que tienen derecho a encontrarla por el mero hecho de existir. Algunos ingenuos piensan que realmente la han encontrado.

Una conocida marca de refrescos (de ésos cuyo consumo regular termina por arruinarnos la salud, por ejemplo disparando nuestra diabetes a base de intoxicarnos con azúcar) organizó el año pasado en Madrid un congreso sobre la felicidad para promocionarse publicitariamente con la excusa de desentrañar las claves de este profundo anhelo humano. En este encuentro participaron, entre otros, nombres muy conocidos de la divulgación científica: Eduardo Punset, Luis Rojas Marcos, Juan Luis Arsuaga... Pero también algún personaje muy particular como el que aparece en la fotografía: un francés llamado Matthieu Ricard que podría confundirse con uno de tantos occidentales que decidió en su día renunciar a una prometedora carrera profesional para abrazar el budismo y dedicarse a la meditación.

 Sin embargo, Ricard no es uno más porque luce por el mundo adelante un curioso título: el de "el hombre más feliz del mundo". ¡Casi nada! Tiene una historia particular, ya que es hijo del fallecido (hace ya casi siete años, ¡cómo pasa el tiempo!) Jean François Revel, uno de los escritores, periodistas, filósofos y polemistas más interesantes (quizá sería mejor decir "uno de los pocos interesantes") que ha dado Francia en la segunda mitad del siglo XX, autor de textos tan recomendables como La tentación totalitaria o El conocimiento inútil. En una de sus obras, El monje y el filósofo, y como
reconocido agnóstico que era, Revel recogía y resumía los debates mantenidos con su hijo a propósito del budismo, tratando de entender el porqué de su rápida expansión en el Occidente contemporáneo. Hay que decir que Ricard no estuvo precisamente vagueando durante su juventud ya que se dedicó a la genética celular en el Instituto Pasteur, y con buenas perspectivas de futuro. Sin embargo, un día se dejó arrastrar por la clásica crisis existencial, se preguntó si era ésa la vida que de verdad quería, y se marchó al Himalaya. Se hizo budista, adoptó los votos de pobreza y castidad y renunció al mundo material, sus pompas y sus glorias... A no mucho tardar se convirtió en uno de los principales colaboradores del Dalai Lama. Más tarde se le ocurrió que una buena manera de difundir su nueva fe por el mundo adelante sería demostrar científicamente los beneficios de su práctica, empezando con una de las principales banderas budistas, la meditación, y se prestó junto a varios cientos de voluntarios a un curioso experimento desarrollado en los Estados Unidos bajo la dirección del investigador Richard J. Davidson.

Ricard está convencido de que con sólo veinte minutos de meditación diaria es factible transformarse interiormente. Eso incluye mejorar la concentración y la percepción, potenciar el aprendizaje, disminuir el dolor, protegerse de infecciones..., e incrementar el amor altruista por los demás. Todo ese conjunto de ventajas desemboca, asegura, en la felicidad. El estudio al que se sometió consistía en analizar el cerebro de los participantes con más de 250 sensores y una larga serie de resonancias magnéticas a lo largo de varios años y los resultados fueron ciertamente sorprendentes. El equipo de Davidson elaboró una escala de felicidad, un "Felizómetro" con el objetivo de medir y comparar las respuestas de los sujetos y descubrió que Ricard destacaba en todos los datos positivos. Según el experimento, lastres mentales como el estrés o la frustración simplemente no existían en su cerebro, que sí gozaba de un elevadísimo nivel de satisfacción y plenitud existencial. De hecho, la máxima calificación de felicidad establecida en la escala era de -0,45 y Ricard reventó los topes al fijarla en -0,3.

¿Esto significa que si uno quiere ser feliz tiene que hacerse budista? Es obvio que no. Un ermitaño a la antigua usanza de cualquier religión o una persona buena, un hombre bueno según la definición machadiana, hubiera conseguido resultados similares. Lo que ha aportado Matthieu Ricard es la demostración científica de que es posible manejar a nuestro antojo lo que los científicos llaman "plasticidad de la mente": una capacidad (latente en todos, pero que es necesario entrenar para desarrollarla, igual que cualquier otra habilidad humana) para modificar el cerebro físicamente por medio de los pensamientos y las aspiraciones vitales. Y es que el cerebro no es un órgano muerto, o simplemente terminado e inmutable, como acostumbramos a imaginar, sino vivo (a no ser que uno sea un zombie), cuyo único gran problema es que no solemos prestarle la menor atención y por tanto no nos tomamos la molestia de mantenerlo y fortalecerlo. El planteamiento, que no es muy original pues todos los grandes filósofos y líderes espírituales de la Historia nos lo han repetido por activa y por pasiva, es que cuantos más pensamientos negativos, rabias y odios sembremos, más ansiedad, depresión y malestar físico cosecharemos. Al contrario, si somos capaces de comportarnos con optimismo, pensando en positivo y trabajando en bien de los demás, elevaremos equivalentemente nuestro estado de paz interna y satisfacción con la vida, nos acercaremos a la utopía de la felicidad.

Hay un truco, sí, en todo esto y es la desconexión de la vida que practica el budista por el hecho de serlo. La actividad de Ricard en su calidad de monje de esta creencia le resta mérito pues tiende a aislarle del día a día y así es más fácil intentar el desapego del mundo material. Lo verdaderamente heroico sería ser capaces de desarrollar y mantener esa actitud calmada, satisfecha y cuasi feliz viviendo de un sueldo, con familia y en una ciudad. Ser un tipo corriente y, a pesar de ello, lograr ese nivel de tranquilidad interior de la que disfruta este peculiar budista...
Y a todo esto: ¿en verdad es capaz el homo sapiens no ya de aspirar a sino de llegar a ser feliz? Quiero decir: feliz del todo, no "moderadamente feliz" como dicen tantas personas o feliz "por etapas" como dicen otras, para no reconocer que simplemente están más o menos tranquilas en ese momento. Aún más, ¿acaso le es lícito serlo? ¿Es este parque de atracciones (o esta granja, según versiones) que llamamos planeta Tierra un escenario adecuado para ello? En realidad, ¿quién puede asegurar que hemos venido a este mundo para ser felices y no por otras razones menos agradables? Da la impresión más bien de que la Felicidad con mayúsculas es un elemento extraterrestre, inalcanzable en este nivel de realidad para el homo sapiens, acaso incapaz de superar el nivel de felicidad con minúsculas del que disfruta una vaca pastando en un prado verde, mientras es ordeñada regularmente y espera sin saberlo ser conducida al matadero para terminar convertida en un montón de filetes...


miércoles, 23 de enero de 2013

Hilo dental

Puede resultar uno de los temas recurrentes de esta bitácora pero es que no deja de asombrarme lo poco que sabemos en realidad acerca del funcionamiento del cerebro, teniendo en cuenta además que de este órgano depende absolutamente nuestra existencia en este mundo (sí, vale, se puede sobrevivir con el cerebro dañado, pero ese cuerpo que ha roto la conexión consigo mismo y que no reacciona a los estímulos del entorno apenas se puede considerar más que como un simple maniquí, sin vida de facto). Y tampoco terminamos de valorar lo que significa la escasa información que poseemos acerca de él. Por ejemplo, no sentimos frío ni calor con la piel, no nos gustan los caramelos ni nos saben amargas las medicinas en nuestro paladar, no disfrutamos del olor a rosas ni nos repugna el de los excrementos en nuestros órganos olfativos, no vemos con nuestros ojos... Pues hace tiempo que sabemos que nada de todo lo que en apariencia sentimos es verdad, sino más bien la interpretación que el cerebro hace de los estímulos que le rodean, su traducción a nuestra experiencia.  
Todo es maya e ilusión, como decía el clásico..., y como nosotros nos empeñamos en olvidar.

Por si esto fuera poco, ¡qué fácil resulta engañar al órgano comando de nuestro cuerpo físico! Precisamente porque lo que hace constantemente es esa adaptación a su antojo de la realidad. Recientemente, un grupo de neurocientíficos españoles (del grupo de Neurociencia Computacional de la  la Universidad Autónoma de Madrid) y mexicanos (del Instituto de Fisiología Celular y el Instituto de Neurobiología de la Universidad Autónoma de México) han demostrado que el cerebro toma decisiones no sobre hechos concretos y ciertos basados en la percepción, sino sobre sus suposiciones acerca de esa percepción. La hipótesis preferente hasta ahora era que, cuando un cerebro tiene que tomar una decisión a partir de un estímulo sensorial determinado, lo que hace es incrementar la actividad neuronal, hasta que al superar determinado nivel de actividad se produce el acto concreto de elegir lo que se va a hacer. Lo que han descubierto estos científicos es que en realidad las decisiones son tomadas por mecanismos generados internamente en el cerebro (y que representan la estrategia desarrollada por la persona para optimizar el número de decisiones acertadas y en consecuencia el beneficio obtenido a partir de ellas) antes de que el estímulo llegue a impactar o aunque éste no llegue a hacerlo.

El experimento empleado por estos investigadores era sencillo pero eficaz. Los sujetos participantes en el estudio recibían una serie de débiles e irregulares vibraciones táctiles en un dedo y debían comunicar en qué momento exacto las percibían. Resultó que los participantes contestaban casi aleatoriamente, indicando que estaban recibiendo las señales..., aunque no fuera así. Ellos sólo creían que las estaban recibiendo y actuaban en consecuencia, avisando al experimentador, que sabía perfectamente cuándo las había mandado y cuándo no.

En resumidas cuentas, el cerebro invierte mucho de su tiempo en tomar decisiones no sobre lo que sucede de verdad sino lo que más o menos cree que está sucediendo. Se cree que actúa así para incrementar la velocidad de respuesta y por tanto decidir más cosas en menos tiempo, lo que se supone que es una ventaja. Sin embargo, también puede ser, y de hecho es, fuente inagotable de problemas e inconvenientes para el precipitado homo sapiens, que acaba engañándose a sí mismo y escogiendo de forma ilógica y a menudo perjudicial para él. Hay un experimento psicológico muy interesante en este sentido y es cómo un grupo de sujetos a estudio prefería pagar más por un lote de productos de alta calidad que por el mismo lote con algunos artículos de baja calidad añadidos. Aunque la razón dicta que es preferible escoger el segundo lote porque por menos dinero te llevas más productos, los sujetos preferían el primer lote porque lo calificaban con un mayor valor promedio (de alguna forma, su cerebro llegaba a la irracional conclusión de que, al mezclar los productos de alta calidad con los de baja calidad, los primeros perderían valor).

Los principales expertos en Publicidad conocen la facilidad con que se puede engañar al cerebro. En ocasiones anteriores hemos hablado de los mensajes subliminales, por ejemplo. Mas no es necesario llegar a esos niveles. Nuestra torpeza mental es de tal calibre que basta con la falta de atención, como demostró una campaña reciente de Colgate para promocionar su hilo dental. En principio, el hilo dental no es un artículo de primera necesidad (aunque sí recomendable para favorecer la higiene bucal), pero cualquier objeto puede llegar a serlo en nuestra escala interna si la mente es penetrada por una eficaz campaña publicitaria. Colgate empleó tres imágenes para convencer al consumidor de la importancia de utilizar hilo dental. Las fotos nos presentan a sendas y sonrientes parejas. En todas ellas, las mujeres nos ofrecen una dentadura blanca e impecable pero los hombres tienen el mismo problema: restos de comida entre los dientes. Al pinchar sobre las imágenes se ven con mayor tamaño y con detalle las porquerías acumuladas en su boca.












  La campaña de Colgate es muy eficiente porque demuestra que los restos de comida entre los dientes llaman la atención más que cualquier defecto físico y por tanto el hilo dental se convierte en un artículo de consumo imprescindible. Y es que la inmensa mayoría de las personas que la vieron se percataron de los dientes sucios..., pero no de lo que realmente estaba mal en las fotografías, gracias al Photoshop, el programa informático especializado en alterar imágenes. En la primera, por ejemplo, el hombre ha perdido su oreja derecha. En la segunda, es arropado por un brazo fantasma. En la tercera, su mujer tiene seis dedos en la mano izquierda. Por extraordinario que parezca, estos detalles imposibles no fueron advertidos por un cerebro excesivamente acelerado y acostumbrado a prejuzgar que no vio los detalles anómalos tan sólo porque no esperaba verlos.

¿Cuántas cosas dejamos de ver en nuestro día a día diario sólo porque no teníamos previsto verlas? ¿Cuántos problemas y cuántos dolores nos habríamos podido ahorrar en la vida si de verdad usáramos los ojos para ver y los oídos para escuchar?








 

lunes, 21 de enero de 2013

La marcha hacia Moscú


¿Por qué fracasó Napoleón en la conquista de Rusia? Los expertos militares suelen achacar el desastre de la expedición francesa al llamado General Invierno: el frío y la nieve cayeron de improviso sobre el ejército gabacho y literalmente lo congelaron. Cualquiera que haya oído hablar acerca de esta campaña tiene en mente las dramáticas imágenes, recreadas tantas veces por la literatura pero de manera especialmente gráfica por la pintura, el cine y hasta el comic, en las que largas columnas de agotados infantes se arrastran como pueden en medio de la ventisca en un desolador paisaje blanco salpicado de hombres y caballos muertos, restos de carros, cañones y todo tipo de pertrechos, mientras a lo lejos asoma en el horizonte la amenaza de los cosacos, hostigando a los rezagados... Los cosacos..., ¡los cosacos! Si el frío era tan terrible, ¿por qué no afectaba a los rusos? No me creo eso de que el invierno tomara por sorpresa a uno de los mejores estrategas de la Historia y que por tanto no estuviera preparado con ropas de invierno. Y cualquier frío que pudiera resistir un ruso también podría resistirlo un francés con la adecuada impedimenta. ¿Entonces?

 Entonces es que la clave de la derrota napoleónica no estuvo en el General Invierno. O no sólo en él. La principal responsabilidad fue la del General Espacio. Todos aquéllos que han tenido la posibilidad de recorrer Rusia (y me refiero a Rusia, no al limitado recorrido Moscú-San Petersburgo y otras ciudades imperiales) han constatado que se trata de un país muy grande. Vasto es el adjetivo adecuado. Vasto y, en la época de Napoleón, semi salvaje por la escasez de población y las defectuosas o inexistentes redes de transporte. Esta circunstancia, si quieres invadir con éxito un país tan enorme (y eso significa emplear un ejército bastante grande), te obliga a calcular muy bien el abastecimiento de tus tropas..., a no ser que a tus soldados les guste la dieta de tierra y hierbajos. Napoleón lo sabía y cuando realizó los preparativos para la ofensiva que habría de llevarle hasta la mismísima Moscú ordenó a sus unidades, que sumaban varios cientos de miles de hombres, que llevaran consigo raciones para 24 días. Si durante la marcha encontraban alimentos extra en cultivos o granjas serían convenientemente saqueados, pero era fundamental garantizar un mínimo de comida para sus tropas.

Con el fin de poder cargar con tantas provisiones, además de un importante volumen de municiones, fueron diseñados unos carros muy grandes. El problema es que no quedaba espacio para transportar también el forraje de los caballos que tirarían de ellos. La solución fue retrasar hasta el mes de junio el ataque a Rusia. De esta manera, pensaron los responsables de la intendencia francesa, no sería necesario llevar avena porque los animales podrían alimentarse directamente de los campos rusos. Sin embargo, esta decisión resultó desastrosa: los caballos no soportaban el forraje verde y casi siempre húmedo que encontraron en su camino, sufrían cólicos y morían. El avance, al principio espectacular a un ritmo de 20 kilómetros diarios, de las tropas napoleónicas se ralentizó hasta paralizarse ya que cada soldado, además de su equipo habitual, no podía llevar en su mochila más raciones que para cuatro días de viaje. Hubo que sustituir los pesados carros franceses por otros más ligeros requisados sobre la marcha y así se pudo seguir avanzando, pero ya sin poder llevar consigo tantos víveres como estaba previsto.


Retrasados, mal alimentados, desmoralizados y presa de las enfermedades (que también se desataron entre los hombres, no sólo en la cabaña equina), Napoleón contaba apenas con 150.000 soldados cuando, ya en agosto, logró salir al fin de la localidad de Smolensko hacia Moscú en la última etapa de su viaje. Durante todas aquellas semanas, el Pequeño Corso había buscado en vano una gran batalla: una masacre sangrienta de la que salir victorioso, como tantas otras veces antes había garantizado a sus tropas, que le permitiera dictar manu militari los términos de una paz inmediata e incontestable. A pesar de las circunstancias adversas en las que se movía su ejército, éste era muy superior en armamento y cualificación al ruso, y contaba además con el genio táctico de Bonaparte. Pero el zar Alejandro I (en la imagen, con sonrisa de listillo) no le dio el placer de resolverlo todo en una mañana. Sus tropas no eran muy numerosas y durante semanas prefirió emplearlas en desgastar a los invasores, hasta que éstos avistaron la capital rusa. Allí se produjo un choque entre ambos ejércitos, que concluyó con una victoria francesa pero no de carácter estratégico: de hecho, la mayor parte de los rusos muertos lo fueron no en el campo de batalla sino por el fuego de artillería al que fueron sometidos durante su retirada.

El caso es que Napoleón logró entrar, al fin, en Moscú. Pero se encontró una ciudad desierta, que se limitaba a ofrecer techo a sus cansadas tropas, no alimento ni municiones. La situación allí era insostenible durante mucho tiempo porque no había forma de pertrechar al ejército. Otro gallo hubiera cantado si los granaderos napoleónicos hubieran dispuesto de los víveres necesarios para mantener la posición sine die, pero se hallaban en precario y Moscú estaba demasiado lejos de todas partes, empezando por las bases de aprovisionamiento francesas: el General Espacio hacía valer la inmensidad de su poder. Aún así, el Emperador decidió aguardar a los emisarios del zar Alejandro I con alguna propuesta seria de paz. Después de todo, había conquistado su capital, así que al ruso no le quedaba más remedio que reconocer su derrota y rendirse, ¿no? Pero el zar no lo hizo. 

Luego llegaron los incendios de la ciudad y la necesidad de abandonarla al carecer de alimentos básicos para alimentar a la tropa. La coincidencia de la retirada con el despliegue de lo más duro del invierno transformó el regreso hacia el oeste en una pavorosa ordalía de la que sólo saldrían vivos un puñado de franceses. La gran mayoría perecieron víctimas del frío y de los rápidos ataques rusos a las columnas en desbandada, pero sobre todo del hambre...

No ha mucho cierto joven colega escritor se me quejaba amargamente por su situación económica personal, tan similar a la de tantos juntaletras que somos en el mundo. El hombre había conseguido ya ganar un par de premios de su género y acababa de publicar una novela, pero los ingresos regulares que aspiraba a conseguir gracias al noble y difícil arte de la escritura no terminaban de llegar. Había abandonado un empleo aburrido y mediocre, pero seguro, para lanzarse a la maravillosa aventura literaria convencido de que sus textos tenían suficiente calidad y sobrado interés como para garantizarle un flujo decente de dinero a su cuenta corriente. Un flujo que le permitiera no ya vivir decentemente sino de forma muy holgada. Sin embargo, dos años después se encontraba con que ni lo había conseguido todavía, ni había visos de conseguirlo a corto plazo, y se sentía humillado por reconocer que sobrevivía gracias al sueldo de su mujer.

Bienvenido al club, le dije, para inmediatamente después recordarle que, aunque escribo todo tipo de historias desde que aprendí el abecedario, mi primera publicación profesional en esta reencarnación data de 1995: es decir, hace 18 años (mientras que mi colega lleva bastante menos tiempo dedicado a esto), y a pesar de algunos éxitos interesantes conquistados durante este camino yo tampoco he logrado hasta ahora ganar suficiente dinero como para vivir del cuento. O de la novela. O de los libros en general. Por eso nunca he abandonado mi oficio de periodista y me veo obligado a relegar mi vocación de escritor a mis escasos ratos de ocio. Como tantos otros, he sentido en más de una ocasión la tentación de dejarlo todo para dedicarme sólo a las letras, pero las responsabilidades de todo tipo adquiridas a estas alturas de la existencia descartan cualquier intentona de lanzarme sin paracaídas.

Además, a diferencia de mi colega, recuerdo bien muchas de mis reencarnaciones anteriores y puedo extraer las lecciones pertinentes. Es evidente que él cometió los mismos errores que Napoleón en su invasión a Rusia. En primer lugar, buscaba una batalla decisiva: la publicación de uno o varios libros escandalosamente exitosos que le resolvieran el futuro de un día para otro, sin tener en cuenta que esto es una guerra, y las guerras son largas, con pocas batallas decisivas. En segundo lugar, para ganar una guerra no basta con ser un genio del oficio (suponiendo que uno tenga la arrogancia de compararse a nivel literario con lo que significó Bonaparte a nivel bélico) ni con poseer un ejército brillante e invencible (sea éste de soldados feroces y bien entrenados o de ideas novedosas y argumentos atractivos). La circunstancia básica que hay que tener en cuenta es la intendencia (a no ser que uno sea un maestro consumado en la dificilísima aplicación de la Blitzkrieg o Guerra Relámpago). Un soldado no puede pelear exitosamente si no se le facilita el equipo adecuado y si no se le alimenta para que pueda disponer de las fuerzas necesarias. Un escritor tampoco logrará jamás avanzar en su carrera si le faltan ambas cosas. Cuando uno empieza a escribir (y si es un escritor de verdad, no un diletante en busca de prestigio social) ya no va a parar de hacerlo durante el resto de su vida. Pero para vivir, hay que comer. Es decir, generar ingresos que le permitan a uno alimentarse y sobrevivir adecuadamente. Nadie puede escribir si no tiene la panza llena.

Existe en las últimas generaciones de escritores, como en las últimas generaciones de cualquier otro oficio, una urgencia anormal por conseguir el éxito y el dinero, por tenerlo todo y tenerlo ya. La mala educación recibida por esta gente (no estoy en absoluto de acuerdo con esta tontería que tantas veces se repite hoy acerca de que tenemos la juventud mejor preparada de toda la Historia de España: la preparación de una persona es mucho más que sacarse un título o un master..., y no entro a valorar los contenidos a menudo penosos de los programas educativos contemporáneos) les lleva a pensar que son lo bastante buenos como para triunfar porque sí, sin ayuda de nadie, y que además lo van a conseguir en muy poco tiempo. De vez en cuando se publican noticias que parecen darles la razón con el llamativo triunfo de un autor desconocido (que suele ser flor de un día) y sueñan con ser el siguiente. Carentes de humildad y de perspectiva, nadie les ha enseñado que la vida (ni siquiera la ocupación profesional) no es una carrera de cien metros lisos, sino una maratón y que sólo empezando desde lo más bajo se puede soñar con llegar algún día a lo más alto, con mucha humildad, con mucha paciencia, con mucha renuncia a otras cosas y sobre todo con mucho trabajo. A no ser que uno sea un genio, como Mozart. 
Pero Mozart sólo hubo uno.

Muchos editores me han hablado de esos jóvenes escritores que no soportan ni permiten que les toquen una sola coma del texto y mucho menos que les sugieran cambios en alguna escena o en algún personaje. Son tan arrogantes y tan necios que no entienden que el editor está precisamente para mejorar la obra inicial y que siempre, siempre, hay que escuchar la opinión ajena antes de publicar un libro. Luego podrás hacer caso o no de esa opinión, pero si tu texto fracasa, por lo menos sabrás la razón: deberías haber atendido las sugerencias que te hicieron en su momento los que tienen más experiencia que tú... 

Por lo demás, si alguien ha accedido al mundo de la literatura pretendiendo hacerse rico, ya puede ir olvidándose de semejente estupidez. Escribir nunca ha sido un oficio en el que se ganara mucho dinero. Uno escribe por otras razones, pero no por llenarse el bolsillo (lo cual no quiere decir que haya que renunciar a la posibilidad de hacerlo). La mayoría de los grandes escritores de todas las épocas que seguimos leyendo a día de hoy vivieron con estrecheces (gracias a lo que ganaban en sus oficios alternativos o gracias a los inconstantes mecenas que les sustentaron, incluyendo esposas de familia adinerada) o directamente en la pobreza, empezando por Miguel de Cervantes, considerado hoy como el más grande novelista conocido en lengua española. En este mismo momento, muy pocas personas pueden vivir, al menos en España, de lo que ganan con sus obras publicadas. La mayoría de los autores vivos conocidos consiguen ingresos regulares no por lo que obtienen de la venta de sus libros (ahí tendríamos que entrar a analizar el mercado editorial y la injusticia de que el creador de la obra, el escritor, sea al final el que menos dinero gane con ella..., si logra venderse) sino gracias a las colaboraciones que realizan en medios de comunicación, a los que ingresaron merced a su fama como autores.

Sí, yo también he oído los cantos de sirena que me llamaban a conquistar Moscú, pero no soy tan insensato como para iniciar la campaña del Este sin provisiones no ya para 24 días sino para 24 años.







viernes, 18 de enero de 2013

Sector6

En esta época digital, en la que prácticamente todo pasa por el ordenador y cuando las publicaciones en papel caen una tras otra víctimas del arma definitiva (el dinero) con independencia de su calidad o falta de ella, resulta gratificante encontrarse de vez en cuando con osadas iniciativas editoriales que se tiran a la piscina sin saber si habrá agua suficiente no ya para nadar sino siquiera para no romperse la cabeza. Una de las más divertidas y recomendables que me he encontrado en los últimos meses se titula Sector6, aunque nada tiene que ver con el barrio de Bucarest del mismo nombre. Es cara (33,28 euros; un precio un tanto extraño que sólo puede obedecer a una de estas dos razones: o el autor ha repartido el coste de la edición milimétricamente para tratar de recuperar la inversión o ha escondido un mensaje secreto descifrable sólo con una máquina Enigma...) pero merece la pena. Y tiene tanto trabajo tras ella que acumula muchas posibilidades de convertirse en el primer y último número de la serie.

Sector6 es una reinterpretación contemporánea de Signal, la más famosa revista de propaganda de la Segunda Guerra Mundial, creada por la Werhmacht y publicada entre abril de 1940 y el mismo mes de 1945. Todos los historiadores conocen Signal porque supone una de las principales fuentes de información, sobre todo gráficas, de uno de los conflictos bélicos más estudiado, documentado y, también, manipulado de la Historia conocida. La publicación la fundó el entonces Jefe de la Oficina de Propaganda del ejército alemán, el coronel Hasso Von Wedel, quien escogió este título porque la palabra se escribe exactamente igual en el alemán original que en inglés y francés. Y además suena muy parecido en otros idiomas, donde el significado es idéntico: en español, sin ir más lejos, se traduce como Señal. Llegó a publicarse en una veintena de países, incluyendo los propios Estados Unidos (antes de que entraran en la guerra) y varios puntos de Oriente Medio, con versiones en casi una treintena de idiomas (¡hasta en ruso!). Llegó a publicar dos millones y medio de ejemplares por número, y eso en plena guerra... Ningún periódico español ha sido capaz de alcanzar semejante difusión, ni siquiera cuando no existía la palabra crisis.

Una de las características más interesantes de Signal es que, a pesar de su impacto mediático internacional, nunca llegó a distribuirse oficialmente dentro de la propia Alemania. De hecho, fue la única publicación de propaganda del Tercer Reich que no estuvo en manos del Ministerio de Propaganda controlado por Joseph Goebbels sino que permaneció siempre en manos del Ejército, lo que provocó no pocos roces y problemas entre los mandos militares y los políticos. Su peculiar independencia supone un plus a la hora de analizar sus contenidos porque en numerosas ocasiones tanto los redactores como los fotógrafos buscaban más el impacto periodístico e incluso estético de sus reportajes que el ideológico.

Con este modelo en mente, Sector6 recrea los escenarios bélicos siguiendo el estándar de propaganda de la época con una generosa dosis de ironía en sus textos y una selección espectacular de fotografías. Pero la gracia del asunto es que todas las imágenes (menos una) son protagonizadas por..., muñecos. No en vano el eslógan de la revista es "El frente a escala 1/6". Según cuenta el propio creador de este proyecto, Bruno Arellano Tomás, todo comenzó cuando encontró en una tienda una figura articulada que le dejó fascinado: un soldado alemán de la Segunda Guerra Mundial llamado Hans fabricado a la susodicha escala, unos 30 centímetros, por Dragon Models con una extraordinaria fidelidad en su uniforme y equipamiento. Luego descubrió que Hans Leiter, que ése era el nombre completo del muñeco, sólo constituía la punta del iceberg, porque la compañía comercializaba varios modelos más, como Heinrich, Erich y Klaus, que pronto fueron también adquiridos por él. Y no sólo eso. Según cuenta el propio Bruno: "me enteré de que los cuatro formaban un grupo de amigos que había sido real, todas las figuras representaban a gente que había existido y que tenía nombres y apellidos y habían protagonizado una historia verdadera".

Aficionado al maquetismo, construyó una primera trinchera a la escala adecuada para los muñecos y empezó a confeccionar los accesorios y los complementos para recrear su propia versión de la guerra tomando las primeras fotografías. El juego se convirtió en peculiar obsesión y en su forma de invertir casi todo su tiempo de ocio..., y de gastar su dinero con la sucesiva adquisición de nuevos "reclutas". Enseguida la trinchera se convirtió en una especie de pequeño museo privado para sus conocidos que, con el tiempo, acabaron protagonizando imágenes también en el exterior. De ahí, Bruno pasó a su primer fotocómic y de éste, al libro/revista que ahora ha visto la luz. 

Sector6 consigue también algo muy difícil en un empeño de este tipo: que la ideología no empañe una particular versión de lo que los anglosajones llaman reenactment, la reconstrucción histórica generalmente enfocada a los hechos bélicos de tiempos antiguos. Aunque la revista toma evidente partido por el ejército alemán y reinterpreta las proclamas triunfalistas de la Signal original, resulta difícil que nadie de buena fe pueda resultar herido moral o intelectualmente por este proyecto. Para ayudar a ello, todos los combatientes que aparecen en las imágenes pertenecen a la Wehrmacht o a los ejércitos aliados pero no a las SS. Además, la reconstrucción de carteles y material de la época no incluyen en ningún caso a los dirigentes del Tercer Reich.

La revista tiene algunos reportajes antológicos. Por citar sólo los que más me gustan (aunque me gustan todos) o, por así decir, aquéllos con los que más he disfrutado, ahí están Operación Fafner (una apabullante descripción de la ofensiva en el frente oriental con presencia de artillería antitanque, semiorugas, lanzallamas...), Consejos del Frente: cómo colocar una mina (con una hilarante demostración gráfica), Voluntarios extranjeros: los españoles (con la recreación de fotografías históricas de la División Azul y algunas aportaciones muy divertidas como la foto de dos soldados españoles ligándose a una Barbie rusa), Stalingrado (que incluye una ucrónica recreación de la famosa fotografía de Joe Rosenthal en la batalla de Iwo Jima, además de una descacharrante interpretación de la teoría del cambio climático), Reportaje especial: Anna (una auténtica fotonovela, un drama de guerra y amor como los de antes), Prisioneros, su esperanza de vida (con irónicas descripciones, fotos
 incluidas, de los soldados enemigos..., aquí al lado reproduzco la de los ingleses que aparecen practicando, como dice el texto, "la jardinería y el cultivo de hortalizas, algo que apasiona a los británicos"), Comparativa Kübelwagen-Willy's (una minuciosa y argumentada defensa de la superioridad del coche ligero alemán sobre el famoso jeep estadounidense) y Fotografías falsas (que analiza y desmonta la propaganda rusa, incluyendo entre otras imágenes su propia versión de la imagen del miliciano muerto de Robert Capa así como una alucinante "arma secreta" rusa). 

Hay más informaciones, todas ellas ilustradas de manera espectacular: en total, Sector6 presenta más de trescientas fotografías que han sido medidas y calculadas con enorme precisión para hacer creíbles los distintos cuadros que se presentan. A menudo, da la impresión de que el autor nos ha "colado" una foto con personas reales, disfrazadas con uniformes de época, y sólo el examen minucioso de la imagen nos permite descubrir la articulación de las muñecas en el soldado o algún otro mínimo
detalle que nos devuelve a la "realidad" del mundo de las figuras empleadas. Compárese por ejemplo la foto de los tres soldados con el PAK 40 antitanque que parece extraída de una representación "humana" con el momento en el que se tomó la fotografía, que nos revela la escala real y, al mismo tiempo, la brillantez con que fue tomada la primera imagen, capaz de engañar nuestra percepción. Hay muchas horas de duro trabajo y de pasión por el mismo detrás de esta iniciativa...

La revista original, Signal, también publicaba publicidad, y de marcas que hoy nos siguen sonando mucho como BMW, Audi, Agfa, Faber Castell, Pelikan, Siemens, Deutsche Bank, Commerzbank... Y por supuesto Sector6 también tiene sus anuncios, algunos de ellos realmente ingeniosos como los de la bebida hidratante Powereich (parodiando a Powerade), la marca de carteras y maletines Stauffenberg (en recuerdo del coronel que protagonizó el atentado de 1944 contra Hitler) o los muebles de IDEA (parodiando la marca sueca IKEA). 




 


miércoles, 16 de enero de 2013

Capitalismo y Comunismo

El pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo ha dado vía libre esta mañana a una nueva normativa para, se supone, mejor controlar el impacto de los informes elaborados por las agencias de calificación financieras. Ésas que son especialistas en hundir economías europeas (o de cualquier otro lugar del planeta que no sea Estados Unidos y, sobre todo, el Reino Unido) y ante cuyos erráticos y/o interesados augurios se pliegan los gobiernos de todo el mundo occidental, por alguna extraña razón. En fin, no tan extraña, si hemos de escuchar a Mac Namara, quien en su día las definió como "divisiones blindadas" del "ejército secreto" de "ellos". Las susodichas agencias son Moody's, Standard & Poor's y Fitch que, a partir de ahora y tras el reglamento aprobado por los eurodiputados, tendrán que asumir una serie de reglas del juego con las que se supone que reducirán su poder de manipulación de los mercados.

Entre esas reglas, figura la de anunciar previamente cuándo calificarán cada deuda soberana (en lugar de jugar como hasta ahora al despiste: "que califico, que califico, cuidado que voy y califico...") y hacerlo fuera del horario laboral y no en pleno horario bursátil (lo que nos ha permitido contemplar interesantes efectos de montaña rusa en las Bolsas de los países europeos). También, y esto es absolutamente asombroso, se obligará a las agencias a justificar el porqué de sus notas, tanto al alza como a la baja. Y digo que es asombroso ya que, por increíble que parezca, hasta este momento podían adjudicar la calificación que les diera la gana ¡sin explicar las razones objetivas que lo justificaran! Y a pesar de eso los mercados les daban crédito y numerosos gobiernos y compañías actuaban en función de esa calificación, aun cuando fuera irreal...

 Sin embargo, se puede mentir mucho tiempo a una persona o poco tiempo a muchas personas, mas no mucho tiempo a muchas personas... Al final la arrogancia de las agencias ha pasado factura a su credibilidad. Lo hemos visto muy claro en España en los últimos meses, cuando el Tesoro Público no tenía ningún problema en vender sus bonos recaudando el dinero necesario de los inversores internacionales, mientras las Tres Gracias se empeñaban en reducir constantemente su nota o la de sus gobiernos autonómicos o la de sus bancos para torpedear las finanzas hispanas y tratar de obligar al famoso "rescate financiero"... Si esa nota hubiera sido real, los inversores no habrían comprado como lo hicieron.

Otras normas a las que quedan sujetas en Europa las agencias de calificación a partir de este momento son, como las anteriores, de lo más lógico por lo que resulta de juzgado de guardia que no hubieran sido tomadas antes (lo que demuestra de nuevo el poder oculto que manejan y que sólo ahora, cuando cada vez más gente ha visto y ha destapado sus miserias a través de Internet, obliga a limitar formalmente su poder). Entre ellas, el hecho de que los inversores no pudieran reclamarles daños en caso de pérdidas causadas por infracción grave o negligencia. No, tampoco se podía pedir responsabilidades en este caso...

Se supone que todo esto debería conformar una buena noticia, pero no lo es tanto, según Mac Namara.

- Como bien dices, esto es sólo una limitación formal, una operación de maquillaje para tranquilizar las protestas de la gente por el despótico e interesado criterio empleado por los "blindados" financieros y que hoy es más obvio que nunca -me insistía esta tarde mi gato conspiranoico-. Si los eurodiputados hubieran querido..., corrijo, si hubieran podido hacerles frente de verdad, lo primero que habrían tenido que hacer era crear su propia agencia de calificación como institución europea y romper así el monopolio de S&P y el resto de agencias anglosajonas..., pero no les han dejado, por supuesto. Estoy convencido de que en el Foro de Davos, ése cuyo logo incluye tres seises camuflados como oes y que comienza dentro de pocos días, ciertos personajillos se van a reír mucho al recordar lo sucedido hoy en Estrasburgo: cómo han vuelto a engañar al personal haciéndole creer que, ahora sí, se van a arreglar las cosas cuando lo cierto es que seguirán usando los mismos trucos pero por distintos derroteros.

- No se puede decir que seas muy optimista -me quejé, sabiendo que era inútil.

- Me pagan para ser realista... Recuerda lo que te dije el otro día: el problema es el sistema. Y, si no se sanea éste por completo, da igual las medidas de "corrección" que se tomen.

- Pero, ¿quieres que nos carguemos el Capitalismo? ¿Y con qué nos quedamos? El Comunismo y sus variantes fenecieron hace ya tiempo...

- El Capitalismo y el Comunismo terminan ambos en "ismo"..., porque en el fondo son lo mismo.

Abrí mucho los ojos ante semejante afirmación, pero antes de que me diera tiempo a pedir explicaciones, Mac Namara argumentó:


- Al final de la Segunda Guerra Mundial, "ellos" pusieron en marcha uno de los mayores experimentos sociales desarrollados en tiempos históricos sobre la ignorante humanidad. En realidad se había puesto en marcha años antes con la Revolución Soviética, pero el ascenso del Nazismo y el conflicto bélico posterior habían interrumpido la investigación... Se trataba de averiguar cuál era la mejor forma de tener sojuzgada a toda una sociedad. Existían dos opiniones mayoritarias en el seno de "ellos", con sendos grupos de trabajo, y se aplicaron sus tesis al mismo tiempo para ver cuál era la mejor. En un lado estaban los partidarios del Comunismo, con el clásico modelo de tiranía declarada: un pequeño grupo de personas controlando a todas las demás a base de mucho terror y bastante propaganda. En el otro lado estaban los que apoyaban el Capitalismo, con un control mucho más sibilino: un pequeño grupo de personas controlando a todas las demás a base de muchísima propaganda. En el segundo caso, la idea básica parte de hacer creer a la sociedad entera que es libre y democrática, y que vive en el mejor mundo de los posibles, en comparación con el resto de sociedades. Después de varios decenios de "guerra fría", simulada para entretener a las masas y desviar su atención de lo que ocurría en realidad (puesto que la colaboración entre el Este y el Oeste existió siempre, más o menos soterrada, como sabe cualquiera que haya estudiado ese período histórico con atención) se vio claramente cuál era el modelo triunfante: el mismo que quieren aplicar ahora a todo el planeta. Por eso, entre otras cosas, fue tan fácil y tan rápido desmantelar los supuestamente sólidos regímenes comunistas europeos.

- Pero no puedes decir que Capitalismo y Comunismo sean idénticos...

- Lo son, de hecho. El Comunismo plantea un sistema materialista que persigue además todo lo que tenga que ver con el espíritu; defiende el igualitarismo social en un mundo utópico donde nadie sea más que nadie y todos cobren del Estado más o menos lo mismo con independencia de su trabajo (aunque luego una pequeña minoría lo controle todo y disfrute de privilegios sin número); exige que todos los medios de producción pertenezcan al Estado y si acaso permite pequeñísimas explotaciones individuales susceptibles de ser intervenidas en cualquier momento. Y prohibe la libertad. El Capitalismo también plantea un sistema materialista, más "amable" si quieres porque usa más propaganda, pero que igualmente de forma indirecta fomenta la destrucción del camino espiritual; de la
misma manera defiende la gran impostura de que "todos somos iguales" y tenemos derechos democráticos y además, esto está sucediendo en los últimos años, tiende a igualar los salarios gracias a los impuestos cada vez mayores que hacen perder poder adquisitivo progresivamente y que fuerzan al ciudadano a trabajar cada vez más tiempo para el Estado (y luego resulta que también es una pequeña minoría la que se perpetúa en el poder con todos sus privilegios: prueba a escalar en un partido político de importancia sin tener "padrinos" del sistema...); económicamente la historia del capitalismo es también la de la concentración progresiva de medios de producción en multinacionales cada vez más grandes que terminará tarde o temprano (en algunos sectores ya es un hecho más o menos encubierto) en un monopolio. Y prohibe la libertad: sólo aquél que no desea ver puede creer que existe libertad real en las democracias occidentales. La única libertad que ofrece es la de escoger entre el ramillete de opciones que están bajo su control directo, pero fuera de ahí el ciudadano no puede escoger otra cosa. No tienes más que recordar las crecientes medidas de censura impuestas en el "mundo libre" en los últimos años.

 - Pero esto no fue siempre así...

- Error. Con el Capitalismo siempre fue así. Lo que ocurre es que lo que había antes en el mundo occidental, lo que se ensayó durante un breve período de tiempo defendido por un grupo de políticos más despiertos, no era Capitalismo sino Liberalismo. En algún momento os dieron el cambiazo, os estafaron y sustituyeron el sistema liberal, basado como su nombre indica en la libertad de comercio, de pensamiento, de transporte..., por el sistema del capital. Os dijeron que era lo mismo. Incluso hoy día numerosos esbirros del sistema se definen como "liberales" cuando no son más que capitalistas encubiertos: el típico juego con el significado de las palabras. Pero el Capitalismo, en el fondo, no es más que un Comunismo "light". Más caro y engorroso de mantener que el Comunismo..., pero más eficiente para desactivar una sociedad. A la larga, provoca los mismos efectos, y garantiza unos grilletes más férreos. 


Todo esto me dijo hace un rato. Y llevo meditando en ello desde entonces.





lunes, 14 de enero de 2013

Predicar y dar trigo

En cierta ocasión, un alumno de Primero en la Universidad de Dios le preguntó a mi profesor de Filosofía, el gran Epícteto, si podía concretar qué era lo más importante de la materia que enseñaba.

- Pero me gustaría tener una contestación sencilla, breve..., redonda en sí misma -exigió el arrogante recién llegado.

Epícteto se le quedó mirando, con esa forma de observar las cosas que sólo él tiene: tan neutra, que uno nunca sabe si en el minuto siguiente te va a echar una bronca o se va a reír de ti. Luego habló:

- La primera parte, y la más importante de la Filosofía, es la práctica de los conceptos que enseña. Por ejemplo, no mentir. La segunda parte es la que hace las demostraciones. Por ejemplo, argumentar por qué es preciso no mentir. La tercera es la que prueba tales demostraciones, explicando con precisión en qué consiste la demostración, qué es una consecuencia, qué es una oposición, qué es verdadero, qué es falso...

- Pero practicar el no mentir es muy difícil -se quejó el neófito.

- La tercera parte es necesaria para la segunda y la segunda, para la primera, pero la más necesaria de todas y donde el filósofo se queda de verdad es en la primera. De ordinario, las personas invierten el orden. Se detienen exclusivamente en la tercera parte. Todo el trabajo, el estudio, el tiempo..., se quedan en la tercera parte, hablando y hablando y hablando, mientras se descuida la primera parte, que consiste en la práctica real. ¡Así pues, la gente miente..., pero luego es experta en explicar por qué no hay que mentir!

Así aprendí esta regla de oro, corroborada por el propio Epícteto: si quieres conocer si el maestro al que has confiado tu instrucción es bueno o malo (es decir, si es útil para ti), debes estudiar sus actos, no sus palabras.