Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 6 de mayo de 2013

Actitud vs Aptitud

La actitud está en la base de cualquier éxito. Atención: la aCtitud, no la aPtitud. Una sola letra es fundamental para entender esto, pues la aptitud viene de fuera y se puede adquirir previo pago del tiempo y el esfuerzo necesarios para ello, pero la actitud es interior y se tiene o no se tiene. Un general con 6.000 hombres y carácter pusilánime, sin actitud, sufrirá una rápida y contundente derrota ante otro general que sólo cuente con 1.000 hombres y la actitud adecuada. Ésa fue precisamente la proporción de la batalla de Azincourt, en la que Enrique V y sus agotadas tropas inglesas derrotaron sin paliativos a las mucho más numerosas y descansadas unidades francesas. No me canso de leer la arenga con la que el monarca británico encorajinó a los suyos en la interpretación que le dio William Shakespeare y que, varios siglos más tarde, sigue resonando en mi interior y emocionándome como la primera vez que la escuché de los propios labios del rey Harry.

En el texto original del Bardo Inmortal, Westmoreland, primo del rey, se queja por no disponer de diez mil hombres más, aunque sólo fueran "de aquéllos que en Inglaterra están hoy ociosos". Y Enrique V le contesta: "No, mi buen primo. Si hemos de morir, ya somos bastantes para causar una pérdida a nuestro país y, si hemos de vivir, cuantos menos hombres seamos, mayor será nuestra porción de honor (...) si es pecado codiciar el honor, soy la más pecadora de las almas vivientes (...) el que no tenga estómago para esta pelea, que parta (...) No quisiéramos morir en compañía de un hombre que teme morir en nuestra compañía. Hoy día es la fiesta de san Crispín. El que sobreviva a este día y vuelva sano a casa, se pondrá en pie cuando se nombre este día (...)  
se alzará las mangas y mostará sus cicatrices y dirá: 'Estas heridas recibí el día de Crispín' (...) recordará con ventaja qué hazañas realizó en ese día y recordará nuestros nombres, familiares en sus labios como palabras cotidianas (...) El buen hombre contará este día a su hijo y nunca pasará San Crispín, desde este día hasta el fin del mundo, sin que nosotros seamos recordados con él. Nosotros, pocos. Nosotros, felizmente, pocos. Nosotros, un grupo de hermanos: porque el que hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano. Por vil que sea, este día ennoblecerá su condición. Y los gentilhombres que están ahora en sus camas en Inglaterra se considerarán malditos por no haber estado aquí. Y en poco valorarán su virilidad, cuando alce la voz ante ellos alguno de los que luchara hoy con nosotros el día de San Crispín..."  ¿Cómo no seguir a un comandante así, hasta al mismo infierno si hiciera falta?

A veces echo de menos alguna arenga de este tipo por parte de nuestro profesor de Destrucción del Paradigma a través de la Educación Fisica. Lo cierto es que no habla mucho, más allá de sus lecciones de machaque sistemático del rival. El implacable Lee Jun-fan nos explicaba el otro día precisamente acerca de la actitud asegurando que "el estado de la mente del guerrero cuando se enfrenta al combate determina el grado de tensión excesiva que desarrollará durante su curso. El que está libre de un exceso de tensión muestra una típica autoconfianza. Posee lo que se conoce como 'actitud del vencedor' pues se ve a sí mismo como dueño de la situación a la que se enfrenta". Actitud
 que él insiste en que debemos desarrollar nosotros. Y añade: "Cuando se acerca un combate, el guerrero nota frecuentemente un sentimiento de debilidad en el centro de su cuerpo, lo que se describe como 'mariposas en el estómago', siente náuseas y puede llegar a vomitar, su corazón golpea con fuerza y puede experimentar dolor en la parte inferior de la espalda... Pero el guerrero experimentado reconoce estas sensaciones no como una debilidad interna sino como un exceso interno. Estos signos preparan para la actividad violenta. De hecho, aquél que en lugar de esto experimenta un sentimiento de euforia, probablemente está en un mal estado de preparación." Lo que me recuerda aquella enseñanza de otro antiguo maestro que me insistió mucho en la necesidad de comprender la idea de que valiente no es aquél que no tiene miedo: ése es un estúpido. Valiente es el que tiene miedo pero aún así se sobrepone al miedo, lo domina, y actúa sin ser frenado por él.

Lee Jun-fan también advierte de que si el guerrero no domina bien sus propias emociones, si no ejerce un auténtico control sobre ellas, "entonces los momentos críticos durante el combate, justo cuando la tensión emocional alcance su máximo nivel, producirán una pérdida de destreza en el luchador. Sus músculos se verán de pronto obligados a trabajar en contra de sus propios músculos en exceso tensados, lo que le conferirá rigidez y pesadez en sus movimientos".


Y respecto a la actitud, nuestro exigente y belicoso profesor afirma que "El esfuerzo ordinario no liberará ni permitirá usar el gran almacenamiento de potencia en reserva que el cuerpo humano posee en estado latente. Hace falta un esfuerzo extraordinario, unas condiciones muy emocionales o una verdadera determinación de ganar a toda costa para dejar libre esta energía extra (...) un guerrero estará tan cansado como él quiera sentirse de cansado pues, si está resuelto a ganar, puede seguir casi indefinidamente hasta alcanzar su objetivo (...) Ninguna cantidad de castigo, ninguna cantidad de esfuerzo, ninguna condición es un obstáculo real si se quiere triunfar. Una actitud semejante sólo puede desarrollarse si el triunfo está íntimamente unido a los ideales y los sueños del guerrero". 



 
 

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