Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Riesgos del periodismo

Uno de los datos más interesantes del último estudio estadístico del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el llamado Barómetro de Opinión correspondiente al pasado mes de febrero, refleja que las profesiones peor valoradas por los españoles son la de juez y la de periodista. Resulta bastante obvio de dónde nace esta puntuación: el nivel de corrupción (en especial, la política) en España (y en el resto de lo que hoy llamamos "democracias modernas", aunque en algunas se echa más y mejor ambientador que en otras y por tanto huele menos la basura bajo las alfombras) es ya tan hediondo, que los ciudadanos, cansados, echan la culpa a las profesiones que consideran más relacionadas con la de político. Porque resulta que el Barómetro del CIS tiene truco: propone a los encuestados la calificación de sólo 16 profesiones entre las que, ¡oh, casualidad!, resulta que no aparece la de político. Los oficios se pueden calificar desde un 0 que significa "muy mal" hasta un 100 que significa "muy bien" y son: maestro de educación infantil, abogado, albañil, arquitecto, profesor de primaria, fontanero, juez, profesor de secundaria, médico, profesor de formación profesional, escritor, periodista, policía local, profesor universitario, camarero y barrendero.

No sé quién ha sido el encargado de escoger ésas y no otras profesiones pero, aparte de que no figure entre el grupo la de político, me choca que el CIS reseñe hasta cinco categorías (prácticamente una tercera parte del total) dedicadas a la enseñanza en sus diferentes niveles mientras que ignora olímpicamente otras también importantes para la sociedad, como por ejemplo la de empresario, taxista o conductor de vehículo público (autobús o metro), empleada del hogar, cocinero, banquero, secretaria o farmacéutico, por poner algunos ejemplos... Da igual, porque a pesar de esta ¿manipulación? tan evidente y del sueño inducido por los mecanismos de control social, los ciudadanos no son idiotas y están ya muy cansados del repugnante espectáculo que ven día a día. Por eso en otra de las secciones del Barómetro de Opinión, la que indica cuáles son las cuestiones que más les preocupan, señalan inequívocamente con el dedo a la clase política en general ("No todos los políticos somos iguales" se hinchan ellos a repetir una y otra vez en cuanto tienen un micrófono delante, mientras a diario demuestran lo contrario) como el principal problema de España, ya por encima de la crisis y sólo superado por el desempleo.

Pues bien, de las 16 categorías propuestas, la de juez es la peor valorada con 59,01 puntos seguida por la de periodista con 59,09 (al menos, no hemos suspendido). La profesión de escritor, por la cuenta que me trae aquí también la reseño, tampoco está especialmente bien vista: apenas saca un 62,79 y es la cuarta empezando desde el final, sólo por encima de las dos primeras y de la de abogado, que obtiene un 61,84. Por comparar, el oficio de médico es el que obtiene mayor prestigio según este sondeo, con 81,58 puntos.

En esta bitácora hemos expresado en más de una ocasión los problemas para ejercer un periodismo real, más allá de la simple propaganda y publicidad, pero no deja de llamar la atención que los ciudadanos den a jueces y periodistas la patada en el culo que no pueden dar a los políticos. Sobre todo porque estas profesiones son las únicas que han actuado de contrapoder (frágil contrapoder, pero contrapoder al fin) ante los abusos de los políticos, títeres a su vez de los banqueros (otros que, misteriosamente, no aparecen en la encuesta). Ha sido gracias a unos pocos periodistas por lo que la sociedad ha conocido públicamente los casos de corrupción que hoy tanto apestan. Y han sido gracias a unos pocos jueces por lo que ha sido posible encausar y a veces hasta condenar a algunos políticos implicados en este tipo de casos (a poco y con penas diminutas, cierto, pero de eso no tienen la culpa los jueces sino..., los mismos políticos que redactaron el Código Penal vigente y que ya se cuidaron de no salir muy mal parados en él si alguien les descubría el pastel). Ahora imaginemos una sociedad sin jueces ni periodistas... Sin duda viviríamos (o, mejor dicho, vivirían: porque supongo que yo en mi caso tendría que echarme al monte) más felices, en el mejor de los mundos de fantasía, sin corrupción ni pésimos liderazgos, dirigidos por una brillantísima clase política compuesta por hombres honrados ("Bruto es un hombre honrado..." como diría Shakespeare) rumbo hacia un futuro de esplendor con apenas unas mínimas dificultades actuales.

El periodismo nunca ha estado bien visto: es una profesión de gente "molesta" para el poder en general y para las personas individuales en particular. Todo el mundo quiere ser informado y quiere conocer acerca de lo que le rodea, quiere que le tengan al día y que le cuenten..., pero pocos quieren contar, pocos son los que están dispuestos a colaborar si se convierten de pronto en una noticia de importancia, y mucho menos si ya estaban involucrados desde el principio (no cuento las memeces autococinadas en los programas de telebasura o las tontas encuestas de telediarios del estilo: "¿cuánto tiempo lleváis haciendo cola para comprar las entradas del concierto de Justin Bieber?"). Esto, por no hablar de aquéllos que pueden ejercer la fuerza con mayor o menor sutileza para ocultar las cosas que no le interesan.

Esta misma semana se reunía en la localidad mexicana de Puebla la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en su encuentro semestral para examinar la evolución de la libertad de prensa en América y sus conclusiones han sido demoledoras. En su opinión esa libertad está hoy "en jaque por parte de gobiernos autoritarios que reinventan su acoso al periodismo y por una violencia que parece no entontrar límites", con una situación francamente "deteriorada"  que incluye "prácticas antidemocráticas que no respetan fronteras ideológicas". Entre las fórmulas de riesgo figuran "discursos oficiales que se reproducen de forma idéntica: se acusa a los medios de prensa de desestabilizar y hacer oposición por hacer un trabajo de informar y opinar" y "se dilatan o no se aprueban leyes que favorecen el acceso a la información pública". Y señala a países como Ecuador, Argentina, Venezuela, Bolivia, Cuba, Honduras, Nicaragua, Panamá o Guatemala. 

Pero no son los únicos afectados. México, por ejemplo "es en este momento y por desgracia la nación con el mayor número de casos de violencia en todo el hemisferio occidental" con medio centenar de "agravios" a comunicadores desde junio de 2012 hasta el día de hoy. En la categoría de "agravios" entra desde la amenaza hasta la desaparición o el asesinato. De hecho un grupo mexicano de prensa, Zócalo, anunciaba el pasado día 11 de marzo que a partir de ese mismo día se "abstendrá de publicar información relacionada con el crimen organizado, al considerar que no existen garantías ni seguridad para el ejercicio pleno del periodismo". Hace algunos meses, un veterano corresponsal español que acababa de regresar de México tras trabajar allí varios años me contaba que los cárteles de narcotraficantes y otras bandas violentas y criminales que operan en la región tienen ¡sus propios gabinetes de prensa! Y ningún periodista que trabaja en determinadas zonas del país puede informar de ciertos sucesos (por ejemplo, el hallazgo de cadáveres de represaliados por estas bandas) sin el previo visto bueno y aviso no ya de las autoridades policiales o militares legales mexicanas sino de esos representantes de la "imagen" de los narcos. El castigo por violar esta norma puede ser muy duro, incluyendo la muerte. Este mismo corresponsal me contó algunos casos.

Y aunque esto nos pueda parecer muy lejano en Europa, no lo está tanto. La manipulación de los medios se puede llevar a cabo de diversas formas en España y en otros países "desarrollados". Por ejemplo, otro colega español que trabajaba en un importantísimo medio de comunicación  especializado en información económica me relataba no ha mucho durante un almuerzo cómo cierta poderosísima entidad bancaria daba el visto bueno, o no, a las informaciones que el susodicho medio quería publicar sobre ella. El manejo y control llegaba hasta tal punto que las informaciones eran enviadas al gabinete de prensa de la entidad financiera que, en caso de dar luz verde a su publicación, se encargaba incluso de retocarlas si era necesario. Es el precio por mantener la importante inversión publicitaria del banco en el medio, en un momento además en el que el futuro de los mass media es más incierto que nunca por la ausencia de financiación. Éste es un caso concreto, pero sería de ingenuos pensar que único.  

En resumidas cuentas, ser periodista nunca ha sido fácil pero ahora parece  más complicado que nunca. De hecho estoy pensando en volver a sacar del armario aquella vieja camiseta utilizada para zonas de conflicto en América con una diana pintada en ella y la advertencia: "Periodista, no dispare"...



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