Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 28 de enero de 2013

El hombre que gritaba alrededor del pozo

En la antigua ciudad de Uruk, durante el reinado de Udul Kalama de Unug, el segundo rey después de la partida definitiva de Gilgamesh, vivía en las afueras de la gran ciudad, a un cuarto de día de viaje de las murallas, un hombre de edad indefinida llamado Pasittu Namtar que tenía muy mala fama. Vivía aislado en una pobre choza de adobe de una sola habitación y todos le rehuían pues, aunque parecía ya demasiado viejo para hacer daño a nadie que no fuera un bebé de pecho, se decía de él que había ejercido como mercenario, esclavista, torturador y verdugo. No tenía hijos ni posesiones de interés y era tan feo que hasta los leones evitaban el paso por la cañada donde se levantaba su mugrienta vivienda.

La única persona que le frecuentaba era una mujer madura que había llegado a un acuerdo con él para, cada dos o tres días, acercarle algunas viandas y un poco de vino. Él pagaba los víveres con mala cara y un hosco gruñido, pero también con una sorprendente y excesiva generosidad dada su situación.

- Si tiene tanto dinero para asegurarse una manutención regular, es extraño que viva como un anacoreta -comentaba la mujer con sus amigas, de regreso en Uruk-. Tal vez posea un tesoro escondido, pero no en el interior de su casa, pues yo la he visto y apenas dispone de un lecho ruinoso, una mesa y una silla. Todo, muebles bastos y sin gran valor.

- Quizá lo tiene enterrado junto a su casa -argumentó una de sus amigas-. Se dice que cuando las personas envejecen demasiado y llegan a una cierta edad pierden el contacto con la vida real y se vuelven incapaces de razonar. Puede que en su vida de fechorías acumulase una gran riqueza y ahora, al borde de la demencia, haya olvidado para qué sirve el dinero.

- Desde luego, muy bien de la cabeza no debe estar. Casi siempre que voy a su choza me lo encuentro en un campo cercano dando vueltas alrededor de un hoyo y gritando números, hablando solo. Al principio pensé que estaba realizando algún maleficio o alguna invocación a uno de los Annunaki pero luego me di cuenta de que siempre repetía lo mismo, como si fuera víctima de una obsesión. Me siento a una cierta distancia y espero a que se canse y se acerque finalmente a donde estoy para darle la comida y recibir sus monedas.

Durante el resto de la tarde, la mujer y sus amigas discutieron sobre el estado mental de Pasittu Namtar, sobre cuán importante podría ser el tesoro y sobre dónde podría guardarlo. Por la noche, una de sus amigas le contó lo sucedido a su marido, Elulu Susuda de Kish, que había servido en el ejército durante diez años como guerrero y aún conservaba mucho del vigor de su juventud. También guardaba su vieja espada con su vaina: un arma que había manchado con la sangre de una docena de hombres en la guerra.

- ¿No te das cuenta? -le preguntó él- El tesoro del que habláis sin duda se encuentra en el hoyo que ese viejo rodea constantemente. Y está ahí, esperando a que alguien vaya a recogerlo.

- Pero Elulu: no puedes robar impunemente a Pasittu Namtar...

- ¿Robar? Si espero simplemente a que se aleje del pozo y tomo el tesoro de su interior, ¿quién podrá negar que no lo encontré en el campo gracias al favor de los dioses? Otra cosa sería que se lo quitara a él o que entrara en su casa, pero no pienso hacer eso. Además, vosotras mismas sabéis, como todos en Uruk, la fama que tiene este tipo. Es muy probable que el dinero que esconde allí sea fruto de rapiñas innobles e ilegales. No tiene derecho moral a disfrutar ahora tan tranquilo de lo que en su día obtuvo de forma indecente. ¡No esperaré más! Esta misma noche le despojaré del botín que no merece y que a nosotros nos vendrá muy bien. Yo tengo la espalda molida de trabajar en el campo y es hora de recibir también un regalo de Shamash, el dios de la justicia. Y si por mala fortuna me viera obligado a enfrentarme con él..., no tengas miedo, mujer: mi arma hablará por mí.

Dicho y hecho, Elulu Susuda de Kish recogió su espada y se marchó fuera de las murallas hacia la casa de Pasittu Namtar. Cuando llegó ya era bien entrada la noche, pero había un cielo sin nubes y una enorme luna llena en lo alto, por lo que se veía bastante bien. En efecto se encontró al ermitaño dando vueltas al pozo, completamente oscuro, y gritando con voz fuerte y ronca:

- ¡Siete! ¡Siete! ¡Siete!

Oculto por unas cañas mientras observaba la escena, Elulu pensó para sí: "En verdad este hombre está casi demente, gritando el número siete. Quizás esté rememorando el cuento de los Siete Malvados y los Siete Sabios. Esperaré a que se canse y se retire a su choza y luego encontraré el tesoro escondido." Agazapado, el antiguo guerrero se adormiló... Despertó bruscamente poco después, maldiciéndose a sí mismo por haber bajado la guardia y temeroso de haber alertado a Pasittu Namtar. Pero no había nadie junto al hoyo: precisamente el silencio era lo que le había despertado.

Elulu Susuda de Kish observó con precaución y vio que el ermitaño había desaparecido. Seguramente se había retirado a su casa de adobe a dormir, pues la locura no exime del cansancio sino de forma momentánea. Se aproximó con sigilo al pozo y trató de adivinar lo que había en su interior, o al menos cuán profundo era, mas no se veía nada. Lo que sí captó fue un olor hediondo que llegaba desde las profundidades, como si comunicara directamente con el reino de Ereshkigal, en los infiernos.

- ¿Tendré que bajar mucho ahí dentro para descubrir el tesoro? -murmuró para sí mientras se tapaba la nariz con una mano y se agachaba al borde del agujero intentando todavía forzar el velo de oscuridad a sus pies.


Entonces sintió el empujón, con las dos manos, sobre su espalda. Perdió pie y cayó dentro del pozo. Cayó durante un buen trecho, demasiado aterrado para gritar...

Cuando su cuerpo se incrustó con un dolor afilado entre las puntiagudas estacas que poblaban el fondo del pozo, quebró al mismo tiempo los esqueléticos restos de víctimas anteriores, esparcidos a su alrededor. Lo último que escuchó antes de morir fue la cantinela enloquecida de Pasittu Namtar, allí arriba, alrededor del agujero:

- ¡Ocho! ¡Ocho! ¡Ocho!




  









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