Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 29 de junio de 2012

Aún cantan los gallos...

En Medinaceli, esa misterioso nido de águilas con un nombre tan significativo (La Ciudad del Cielo) y tan parecido al de Babilonia (La Puerta del Cielo) se levanta el único monumento que existe en todo el mundo a la memoria del extravagante poeta Ezra Pound, uno de los malditos de la Historia, que supo más de lo que ha trascendido y que tal vez por eso fue oficialmente condenado y literalmente enjaulado, señalado como un demente, con la excusa de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Es un feo monolito de piedra con una placa oxidada que contiene un verso solar: "Aún cantan los gallos al amanecer en Medinaceli".

Fiel a los viejos griegos, como a los chinos sabios y a ciertos herméticos, Pound escribió algunas de las poesías más personales del siglo XX y trató de vestir con ropajes mitológicos los hechos dramáticos de la época que le tocó vivir. Releyendo algunas de sus obras, se pone a veces la carne de gallina cuando uno descubre hasta qué punto trató asuntos que hoy siguen siendo igual de trágicos y actuales. No hay más que echar un vistazo (y comprender) el significado de su Canto XLV

Con usura ningún hombre tiene una casa de buena piedra.
Cada bloque pulido bien encajado para que el dibujo pueda cubrir su cara,
con usura 
ningún hombre tiene un paraíso pintado en la pared de su iglesia
harpes et lux
o donde virgen reciba mensaje y halo se proyecte de la incisión,
con usura 
ningún hombre ve a Gonzaga sus herederos y sus concubinas,
ninguna pintura es hecha para durar ni para vivir con ella
sino que es hecha para vender y vender pronto
con usura, pecado contra natura,
tu pan es cada vez más de trapos viejos, seco es tu pan como el papel,
sin trigo de montaña ni fuerte harina.

Con usura la línea se hace gruesa, con usura no hay clara frontera
y ningún hombre puede hallar sitio para su casa.
El tallador de la piedra es alejado de su piedra, el tejedor es alejado de su telar.
CON USURA
la lana no llega al mercado
la oveja no da ganancias con la usura
La usura es morriña, la usura mella la aguja en la mano de la doncella
y detiene la habilidad de la hilandera. 
Pietro Lombardo no vino por usura,
Duccio no vino por usura,
ni Piero de la Francesca; Zuan Bellin no por usura
ni fue "La Calunnia" pintada.
No vino por usura Angélico, no vino Amborgio Praedis,
no vino ninguna iglesia de piedra pulida firmada:
Adamo me fecit.
No por usura San Trophine
No por usura San Hilaire,
La usura oxida el cincel, oxida el arte y al artesano
roe el hilo en la rueca
Ninguna aprende a bordar oro en su bastidor,
el azur tiene un chancro por la usura, el carmesí está sin bordar, 
la esmeralda no encuentra su Memling.

La usura asesina al niño en el vientre
Impide el galanteo del joven
Ha traído parálisis al lecho, yace 
entre la novia y el esposo.
CONTRA NATURAM
Ellos trajeron putas a Eleusis
han sentado cadáveres en el banquete,
invitados por la usura.

Así fue entonces y así es ahora, con esa usura pecado-contra-natura entronizada por los siervos del Demiurgo para enseñorearse del mundo y destruir todo lo bello y decoroso que una vez hubo, sin hallar grandes resistencias. La reina de la podredumbre, pavoneándose por entre los frágiles decorados de nuestra decadente civilización, adorada por los mismos ciegos y sordos que ella pisotea a pesar de que se dicen hombres..., y en realidad son sólo esclavos, pues "esclavo es aquél que espera por alguien que venga y le libere".

Con cierto ánimo sombrío y el corazón en alerta, me preparo una vez más para viajar lejos, más allá de las fronteras de la cordura y la sociabilidad. Durante los próximos meses de verano, el silencio volverá a caer sobre esta bitácora, igual que en cursos anteriores. Su llama sagrada sólo será reavivada con la llegada del otoño, pues el verano es época de cosecha y descanso, de meditación tranquila y trabajo callado, anónimo, libre...

Sólo me consuela el conocimiento de que existen todavía los dioses. Pocos, pero existen, aunque los homo sapiens lo desconozcan o se rían de semejante afirmación que pareciera vana cuando uno mira alrededor. Pero recordemos que sólo tenemos acceso directo a las apariencias. Por debajo se mueven otras fuerzas. Los dioses aguardan su momento, como aquellos literarios Antiguos del viejo truhán de Lovecraft. Cuando esos dioses se despierten, derrumbarán de un soplido el castillo de cenizas que creemos habitar.



 

miércoles, 27 de junio de 2012

Palmeras datileras

Hay acontecimientos que parecen destinados a suceder en Oriente, porque si ocurrieran en cualquier otra parte del mundo no tendrían sentido alguno (resultarían demasiado surrealistas y hasta ininteligibles) mientras que si lo hacen allí automáticamente cobran un sentido metafórico. Leo que una joven de Taiwán trabajó durante ocho años para ahorrar el dinero suficiente que le permitiera pagarse sus estudios de postgrado en el extranjero. Con paciencia china (nobleza obliga) guardaba sus billetes en una caja metálica que tenía escondida en su propia casa. Así llegó a acumular hasta un millón de dólares taiwaneses, poco más de 33.000 dólares. Sin embargo, un día abrió la caja, quien sabe si para guardar una nueva cantidad de dinero o para recontar otra vez el que tenía, y se encontró con que las termitas habían hallado la forma de colarse en su banco personal (probablemente habían entrado la última vez que ella misma la abrió y, al cerrar, no se dio cuenta de que estaban ahí) y ¡se habían comido casi todo el dinero!

La chica llevó su caso a la Policía, junto con los restos de los billetes que aún no habían sido devorados, para ver si podían recomponerlos como si fueran un rompecabezas. Al final, varios empleados del Banco de Taiwán se apiadaron de ella y aceptaron cambiar unos 26.000 dólares ya inservibles por otros nuevos (aquí la chica tuvo al menos un poquitín de suerte: si esto le hubiera sucedido en Occidente, cualquier banco europeo o norteamericano seguramente no le habría aceptado el cambio y puede que hasta le cobrase un impuesto por haberse atrevido a guardar el dinero en su casa en lugar de ponerlo a disposición directa de los sacerdotes de Mammón).

En efecto, todo esto me recuerda lo que nos contó en la Universidad de Dios nuestro maestro de Misticismo y Paradojas, el mullah Nasrudin, hace unos días, acerca de la necesidad de no acumular nuestra energía y nuestra baraka de forma que acabe estancándose y pudriéndose en nuestro interior. Debemos hacerla circular constantemente, no acumular en vano unos recursos que tal vez jamás llegaremos a utilizar, puesto que sólo existe una cosa que podemos guardar con seguridad de no perder jamás, si es que somos capaces de apoderarnos de ella, y es la sabiduría. Nasrudin nos hablaba de la época en la que viajaba por el mundo con cierto mercader persa muy rico y conocido en Oriente Medio y, en una ocasión, tras plantar sus tiendas en un oasis encontraron a un hombre ya muy mayor que estaba cavando un agujero en la arena cerca de unas palmeras de dátiles. La labor era a todas luces excesiva para el anciano, que trabajaba de rodillas y a pleno sol, profundizando en el terreno con gran esfuerzo. Impresionados por la voluntad de hierro que mostraba el viejo, se le aproximaron y el mercader le preguntó qué hacía. El otro contestó que estaba sembrando palmeras datileras.

- Este hombre no debe estar bien de la cabeza -comentó Nasrudin a su amigo el mercader-. Invitémosle a tomar algo con nosotros y así al menos descansará un rato de sus enloquecidos afanes.

Pero cuando le ofrecieron detenerse, el hombre se negó. Decía que tenía más de ochenta años y por tanto no le quedaba mucho tiempo que perder para terminar su trabajo.

- Entonces es justo al revés -replicó el mercader- pues si tienes esa edad no puedes esperar finalizarlo. Una palmera datilera tarda unos cincuenta años en dar frutos y como comprenderás es muy improbable que puedas vivir tanto. 

El argumento detuvo al viejo, pero no abandonó el pozo, sino que se irguió para contestar:

- Mira todas las palmeras a nuestro alrededor. Llevo varios días alimentándome de los dátiles producto de árboles que plantaron otros y que seguramente tampoco llegaron a ver los frutos de su siembra. Estoy muy agradecido a esos desconocidos y es por mi gratitud hacia ellos por lo que deseo emularlos y seguir su ejemplo para que algún día otras personas se beneficien de mi siembra.

La respuesta asombró tanto al mercader y a Nasrudin que el primero decidió darle una bolsa de oro al viejo y el segundo anotó aquel razonamiento para incluirlo entre sus enseñanzas a sus discípulos. Cuando el hombre que cavaba vio la bolsa, se rió en voz baja y añadió:

- Fijáos: no veré crecer las palmeras que planto, pero mi trabajo no era tan inútil después de todo pues gracias a él he conseguido una bolsa de monedas y la admiración de dos nuevos amigos.

Aquello desarmó aún más al mercader (y a Nasrudin) que de inmediato le regaló una segunda bolsa en señal de agradecimiento y respeto por la lección doble que acababa de recibir. Pero el anciano no se detuvo y aún dijo algo más:

- La vida se comporta con nosotros de igual manera. Uno no puede recibir si antes no da, y debe hacerlo siempre con alegría y sin buscar el interés personal. Yo siembro en agradecimiento a los hombres de ayer y como un regalo para los hombres del mañana, sin pensar en mí mismo, y mi esfuerzo debe ser algo bueno para el mundo pues la vida me lo recompensa de esta manera: dándome frutos aún antes de haber terminado.

En ese momento el mercader pidió al viejo que no siguiera hablando y, tras agradecerle sus palabras, le dijo que le dejarían trabajar sin molestarle más. Acto seguido, tiró del brazo de Nasrudin y se lo llevó a su tienda.

- ¿Por qué has querido que nos fuéramos tan de repente? Ese hombre era muy sabio y podíamos haber aprendido más cosas -le reprochó Nasrudin.

- ¡Ese hombre era demasiado sabio! Si hubiera seguido hablando, tendría que haberle recompensado con más bolsas de oro..., que no tengo. La sabiduría es lo más valioso del mundo y todo el dinero que existe no alcanzaría jamás para pagar una pequeña parte de ella.

lunes, 25 de junio de 2012

Música, maestro

Ya sabemos que los antiguos definían la música como "el lenguaje de los dioses" y tenían gran respeto por las personas con capacidad para interpretarla, tanto si lo hacían mediante un instrumento como si empleaban su propia voz. De hecho, los rituales mágicos y religiosos de nuestros antepasados (y aún los contemporáneos) siempre fueron acompañados de música de una u otra forma. "En el principio fue el Verbo"..., y aunque no lo especifica en ninguna parte podemos imaginar que ese Verbo, esa Palabra Divina, pudo ser más entonada que sobria: existen numerosos "cuentos populares" en los que un ser de otros planos o bien un mago con ciertos conocimientos actúan sobre el mundo con todo tipo de hechizos cantados. Para los viejos griegos, la música estaba a cargo precisamente de una musa (no creo que sea casualidad que ambas palabras compartan esta raíz..., y recordemos que las musas son hijas del mismísimo Zeus) llamada Euterpe, a la que se representaba con una flauta sencilla o, más a menudo, con la clásica flauta doble utilizada en aquella época. "Nada está inmóvil; todo se mueve; todo vibra" reza el tercero de los principios herméticos y la música, más que otra cosa, es vibración.

Y así en diversas culturas durante mucho tiempo el aprendizaje profesional de la música fue considerado como un oficio bastante serio. Incluso durante la Edad Media, aparecía nada menos que como una de las artes liberales de los hombres libres en el compendio del Trivium (gramática, dialéctica y retórica) y el Quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y..., música), por no hablar del papel de juglares y, sobre todo, trovadores (en especial, de su clase más elevada: los místicos Minnesinger). Aún en épocas bastante recientes, la producción de música no se encargaba a un cualquiera y el acceso al oficio durante la edad de oro de la hoy conocida como música clásica no estaba disponible para cualquiera. Eso sin contar con la relación de algunos de los más grandes compositores (el de Mozart es sólo el caso más conocido) con el camino del trabajo interior.

En la actualidad, la música como tantas otras cosas ha sido bastardizada y reducida a la mínima expresión, desde el punto de vista del significado. Se ha convertido en otro simple objeto de consumo. Igual que ha sucedido con otras artes creativas como la literatura, la escultura o la pintura, hoy mucha gente se dedica a componer y/o cantar pero no lo hace por establecer una conexión con los dioses, por dar fuerza a un acto mágico o simplemente por el placer de vibrar con la orquesta invisible de la Vida, sino con la intención de cosechar fama, dinero y posición social explotando un don (si es que lo tiene) o inventándoselo (que para eso existen los estudios de grabación, capaces de embellecer casi cualquier sonido, por feo que sea en origen). 

Y no será porque no existen expertos que siguen orientándonos sobre el asunto. Uno de ellos es Stefan Koelsch profesor de psicología de la música en la Universidad Libre de Berlín, doctor en neurociencia, músico, psicólogo, sociólogo y no se cuántos "logos" más..., en todo caso uno de los principales estudiosos de esta actividad en el actual mundo universitario europeo, que estuvo el año pasado por tierras hispánicas y fue con tal motivo entrevistado por diversos medios de comunicación. Algunas de sus respuestas fueron francamente interesantes. Rescato a continuación algunas de ellas:

* "Todas las especialidades (que ha estudiado él personalmente) han acabado aplicadas a la música: neurociencia, psicología biológica, neurobiología y sociología especializada en cognición. Quería entender cómo funciona la mente y la música es la mejor herramienta para ello (...) llega a cualquier función cognitiva y afectiva del proceso mental y por tanto a su correspondiente estructura en el cerebro (...) también a nivel afectivo (...) y existen aspectos terapéuticos de la música en pacientes con depresión, con parkinson y enfermedades autoinmunes (...) por ejemplo, hay pacientes que sufren afasia y no pueden hablar, pero pueden cantar."

* "...a través de resonancias magnéticas, la música puede variar profundamente nuestro cerebro (...) si le obligasen a escuchar música que no le gusta, sacarían lo peor de usted y si escuchara música triste acabaría en una depresión. También sabemos que la música puede ser utilizada como tortura y para manipular a las personas  (así esta documentado que ha sido utilizada, en duros interrogatorios protagonizados por unidades de seguridad norteamericanas, con temas de Marilyn Mansom, Eminem, Metallica o Red Hot Chili Peppers..., aunque recientemente se descubrió que los detenidos en la tristemente famosa prisión de la base naval norteamericana de Guantánamo, en Cuba, eran torturados también con las canciones y melodías de ¡Barrio Sésamo! que eran repetidas una y otra vez a un volumen excesivo)."


 * "El lenguaje y la música comparten la misma red pero en los extremos se especializan. El cerebro no distingue entre ambos, sobre todo el cerebro infantil (...) hay que estimular en los niños el lenguaje musical y así aprenderán con más rapidez los procesos y matices del lenguaje, la sintaxis, la habilidad para escuchar..., y tendrán menos problemas de dislexia (...) Las mujeres son capaces de procesar la música con los dos hemisferios, mientras que los hombres lo hacen sólo con uno. Algo muy parecido sucede con el lenguaje, por eso los problemas de lenguaje se dan más en niños que en niñas. Después de un trauma físico o mental en el hemisferio izquierdo, los hombres tienen más dificultades para poder volver a aprender el lenguaje (...) también se puede provocar diferentes emociones en las personas: acelerar su corazón, hacer sudar las manos, dilatar las pupilas o alterar la digestión. Todos los órganos reaccionan a la música, incluidas las hormonas y el sistema inmunitario (todos los seres vivos reaccionan a la música: recuerdo los experimentos realizados con plantas y cómo aquéllas que "escucharon" regularmente música clásica crecieron más y mejor que las otras que no escucharon ninguna música y, desde luego, mucho mejor que las terceras que fueron sometidas a "dieta" de rock duro y heavy metal, que se desarrollaron de forma escuálida y pobre)... La música tiene esa capacidad de cambiar nuestro estado de ánimo si así lo deseamos. Desde la neurociencia sabemos que es muy poderosa a la hora de activar cada una de las estructuras emocionales en el cerebro. Cuando llevamos a cabo experimentos neuro científicos vemos que podemos modular la actividad en prácticamente cualquier estructura cerebral-emocional gracias a las emociones que despierta."

* "Tenemos un amplio horizonte a la hora de aplicar de forma más sistemática y generalizada la música como terapia (...) no existen todavía suficientes estudios neurológicos sobre la relación entre niños autistas y la música, pero lo que sí sabemos es que los niños autistas sienten un gran interés por la música y son propensos a componer música con otros. En entornos terapéuticos es cierto que resulta difícil comunicarse con ellos a través del lenguaje, en cambio es más fácil hacerlo a través de la música. De hecho algunos de nuestros estudios han comprobado que la música puede comunicar información: no es algo que sólo crean los musicoterapeutas y que no tenga base científica. También estamos determinando qué instrumentos musicales pueden fomentar la empatía y el reconocimiento de las emociones. Es algo que estamos probando con niños autista pero también dentro del curriculum escolar de los niños en general, porque es una forma divertida de expresar las emociones, de aprender a reconocerlas, de aprender a expresarlas, de ampliar el vocabulario referente a las emociones (...)   Hay experiencias emocionales en las que después de hacer música todos nos sentimos felices mientras que antes estábamos enfadados. Y el resultado de todo ello es esa especie de cohesión social… nos gustamos más que antes, estamos más unidos que antes, confiamos más los unos en los otros, pensamos que los otros nos ayudarán cuando nos sintamos solos o cuando tengamos un problema. Podríamos decir que si habláramos menos y escucháramos más música habría más altruismo en la sociedad. (...) Hay un famoso experimento que muestra como los bebés de solo 3 días pueden reaccionar a la música, así es que realmente si alguien con solo tres días puede hacer aquello es que debe ser algo innato ¿no?"

Los druidas tenían que superar una ardua selección para llegar a ostentar esta elevada dignidad en el mundo celta. Los estudios al respecto indican que su período de formación era de un mínimo de unos veinte años (en la Universidad de Dios sólo tenemos trece cursos pero superar cada uno de ellos cuesta casi la vida misma: vamos, que si me hubiera puesto a estudiar para druida ya estaría titulado y, como estoy en la carrera de Dios, todavía no he pasado de los grados inferiores..., eso sí: siempre recuerdo que lo bueno de esta carrera es que cuando uno se gradúa ya tiene trabajo para siempre). Durante esa formación, el candidato debía superar tres niveles: bardo, ovate y al fin el de druida propiamente dicho. No deja de ser significativo que el primero tuviera tan estrecha relación con la música, puesto que uno debía aprender todas las historias y canciones más populares, además de los principales encantamientos (atención al significado de la palabra). 

Entonces uno conocía y podía ejecutar los tres tipos de música básicos: las melodías para hacer reír, las melodías para hacer llorar y las melodías para hacer dormir. Viví aquella época y por eso aún recuerdo algunas de aquellas canciones, que resuenan en mi sangre, abajo, en lo más profundo de mi sancta sanctorum personal..., y puedo oírlas aunque no con los oídos modernos, ni  con mi memoria moderna... Pero puedo oírlas. Y son como trinos de eternidad.




 


viernes, 22 de junio de 2012

Estos políticos están locos...

Vivimos en una sociedad mucho más trastornada de lo que pensamos. Los últimos informes sobre salud mental publicados en España son verdaderamente preocupantes, aunque la tendencia general es la de mirar hacia otro lado y hacer como que no nos enteramos. En los últimos meses hemos sabido, por ejemplo, que desde el año 2000 la Organización Médica Colegial ha rescatado a unos 2.400 médicos de diversos tipos de trastornos mentales y adicciones a través de un programa especial de atención integral. El informe de esta institución destaca un porcentaje "relativamente importante" de hasta el 22 % de afectados entre los MIR, los médicos internos residentes: es decir, los licenciados en Medicina que aprueban una oposición para formarse como especialistas en un centro sanitario del Sistema Nacional de Salud. La verdad es que si empiezan a sufrir achaques mentales nada más aprobar la carrera, corren un gran riesgo de asumir en un futuro no demasiado lejano el rol característico del mad doctor, uno de los personajes clásicos en las historias de Terror y/o Ciencia ficción.

Pero éste no es el peor porcentaje. Hans Ulrich Wittchen, director del Instituto de Psicología y Psicoterapia de la Universidad de Dresden, en Alemania, coordinó durante los últimos tres años un estudio sobre la salud mental de más de 500 millones de ciudadanos europeos: los 27 de la Unión Europea, más Noruega, Islandia y Suiza. Y sus conclusiones, presentadas en el Colegio Europeo de Neuropsicofarmacología, son tremebundas: el 38,2% de las personas analizadas (¡¡¡casi el 40 por ciento de los europeos!!!) padece al menos un trastorno mental cada año..., y sólo un tercio de ellos recibe tratamiento. Por eso Wittchen advertía de que este tipo de problemas "se han convertido en el mayor reto europeo del siglo XXI" tanto por la discapacidad que producen como por los costes sociales y económicos que llevan aparejados. La ansiedad, el insomnio y la depresión son los principales trastornos mentales certificados. Pero el panorama se amplía al alcoholismo, la drogadicción, el trastorno del déficit de atención e hiperactividad..., y uno especialmente preocupante: la demencia, que si bien se mantiene en un 1% hasta los 65 años, se dispara al 30% a los 85.  Además, a menudo se combinan con otro tipo de dolencias, las neurológicas, entre las que figuran el Parkinson o el infarto cerebral, con lo que la situación se agrava progresivamente. Y esto sólo en Europa. Si el estudio se extendiera al resto del planeta, en especial a las zonas más deprimidas por el hambre, la guerra y otros jinetes apocalípticos a pleno rendimiento, no quiero ni pensar dónde estarían los índices oficiales de locura.

Una de las consecuencias más peligrosas de todo esto es que dependemos, cada vez en mayor medida, de personas que no tienen el control sobre sí mismas...Y no me refiero tanto a los pilotos de avión, los conductores de autobús o los supervisores de la potabilidad del agua que sale del grifo, sino a aquéllos que deberían tener la cabeza más en su sitio porque se supone que el destino de sus respectivas naciones dependen de ellos: los políticos. Hace un par de años, un profesor de psiquiatría de la universidad norteamericana de Duke y director de su Programa de Ansiedad y Estrés Traumático, Jonathan Davidson, publicó un texto muy interesante sobre la política británica titulado Downing Street blues: A history of depression and other mental aflictions in british prime ministers (El blues de Downing Street: Una historia de la depresión y otras enfermedades mentales entre los primeros ministros británicos) en el que estudiaba el comportamiento de los 51 individuos que ocuparon el cargo de mandamás político en el Reino Unido desde Robert Walpole hasta Tony Blair. Sus conclusiones son demoledoras: las tres cuartas partes (¡¡¡las tres cuartas partes!!!) sufrieron "significativos" trastornos mentales que, en algo más del 40 por ciento de los casos (tampoco es mala estadística...), llegaron a afectar el ejercicio de sus funciones sin que la información trascendiera públicamente entre los confiados ciudadanos que les auparon a la poltrona. Sus dolencias incluían desde la demencia pura y dura hasta fobia social, bipolaridad y depresiones severas, pasando por ese vicio tan británico que es el alcoholismo.


Davidson escribió este estudio probablemente presionado por sus colegas yankees para demostrar que no sólo los políticos norteamericanos están "tocados del ala", porque el primer texto de análisis histórico que elaboró y que se publicó en el Journal of nervous and mental disease (Diario de las enfermedades nerviosas y mentales) se refería precisamente a los presidentes de los Estados Unidos entre 1776 y 1974 y en él llegaba a la conclusión de que el 49 por ciento de ellos, ¡uno de cada dos!, también sufrieron enfermedades mentales, siendo la depresión la de mayor impacto con un 24 por ciento de los afectados. En aquel momento, algunos especialistas como John Aldrich, profesor de ciencias políticas, quisieron quitar hierro al asunto argumentando que un importante número de personas padecen trastornos mentales en distintos niveles por lo que "no debería resultar tan sorprendente" que también le sucediera a los presidentes. Pasaba por alto el hecho de que esas personas jamás se sentarían en el sillón de la Casa Blanca ni tomarían decisiones que implicarían no sólo a las gentes de su país sino a las del resto del mundo, vista la vocación de los dirigentes norteamericanos (por cierto tan divergente de la de la mayoría de los ciudadanos a los que gobiernan, por tradición aislacionistas) de intervenir en todas partes a todas horas...  En cuanto a la diferencia entre el 75 por ciento británico y el 49 por ciento norteamericano, Davidson señaló que podía deberse a que en el caso de Estados Unidos no se emplearon tantas fuentes de información como en el del Reino Unido para confeccionar el trabajo. Pese a ello, el tanto porcentual es elevado "teniendo en cuenta que estas personas fueron presuntamente escogidas por cualidades tales como el equilibrio y la capacidad de discernimiento".   

Uno de las enfermedades mentales más características de los políticos, aunque todavía no está oficialmente reconocida como tal es el denominado Síndrome de Hybris. Conocida desde al menos la época de los griegos, la Hybris se traduce como desmesura y alude al orgullo y la autoconfianza absolutamente exagerados de una persona, hasta el punto de que llegaban a ofender a los dioses que, en consecuencia, enviaban todo tipo de males para castigar al humano que se dejara llevar por ella. De hecho, uno de los proverbios más conocidos del mundo grecolatino era el de "Los dioses vuelven loco a aquél a quien desean destruir". Desde el punto de vista contemporáneo, Davidson y su colega David Owen se referían a esta afección en un artículo publicado en el 2009 por la revista Brain (Cerebro) como el endiosamiento o delirio de grandeza que se apodera del político que alcanza el poder (lo que en España se conoce como "el Síndrome de La Moncloa" entre los presidentes de gobierno) y que resulta difícilmente distinguible de un cuadro de trastornos narcisistas de la personalidad. Este trastorno incluye la tendencia a ver el mundo como un lugar donde encontrar la gloria personal, el hecho de expresarse "de manera mesiánica" y la identificación sistemática de los propios intereses con los de la nación cuya representación temporal se ostenta. Davidson y Owen señalaban a numerosos líderes mundiales como afectados por el Síndrome de Hybris: desde George Bush junior hasta Margaret Thatcher, pasando por Franklin Delano Roosevelt (en la fotografía) o John Fitzgerald Kennedy.

Hay otros estudios sobre este asunto. En 2003, Jerrold Post publicó por ejemplo The psychological assessment of political leaders (La evaluación psicológica de los líderes políticos), en el que se analizaba también la psique de los políticos en compañía de diversos expertos en el tema. El texto distinguía, en lo que respecta a la relación con los demás, tres tipos de políticos: el "integrador" que se dedica a defender la integridad de su propio partido en tiempos difíciles (como el británico Neil Kinnock o el italiano Aldo Moro), el "conciliador" que va más allá de su partido y busca acuerdos con todos (como el español Adolfo Suárez) y el "obsesivo-compulsivo" que se apega a su obra y se niega a revisarla y a recibir consejos al respecto como si fuera una parte real de sí mismo, una extensión de su cuerpo como un brazo o una pierna (como el francés Charles De Gaulle). Este tercer tipo, de ejercicio especialmente personalista parece por desgracia el más abundante y engarza en sus características y formas de actuar progresivamente dictatoriales con la Hybris. 

Por supuesto, el problema no es sólo anglosajón. En 2007 se publicó en España La salud mental de los políticos, firmado por el reconocido psiquiatra forense José Cabrera Forneiro (entre otras cosas, miembro de la Academia Médico Quirúrgica Española, asesor científico de la Confederación Española de Asociaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental y experto de la Agencia Española del Medicamento) y el tono de la obra era parecido a los textos de Davidson. Tal vez incluso peor, puesto que recabar y facilitar información creíble sobre los padecimientos de los políticos españoles resultaba para él "literalmente imposible (...) un absoluto tabú, un tema intocable en torno al cual existe un férreo pacto de silencio", motivo por el cual el análisis tenía que hacerse a menudo sobre deducciones y especulaciones. Y como bien señalaba el propio Cabrera, lo más grave es que no se exige ningún tipo de prueba ni examen para asumir un cargo político de importancia, cuando para ocupar numerosos puestos laborales se pide como mínimo superar un psicotécnico. Por eso, resumía, "unas primarias al estilo norteamericano, donde se escruta al milímetro, no las aguantaría nadie en España: ni Zapatero, ni Rajoy, ni nadie..."

Así que, después de todo, quizá los problemas de nuestra sociedad actual no tengan tanto que ver con conspiraciones o maquinaciones tras el telón (aprovecho que no está Mac Namara delante para escribir esto), sino con las limitaciones y desvaríos mentales que nos afectan con tanta gravedad, en especial a la casta dirigente. En cuyo caso, lo increíble es que no pasen aún más cosas tremebundas de las que están ocurriendo hoy por hoy en el mundo...














    











miércoles, 20 de junio de 2012

El día que España derrotó a Inglaterra

Que la Historia es la ciencia más prostituida de todas cuantas conoce el homo sapiens y que debemos fiarnos de los historiadores casi lo mismo que de los periodistas (y digo esto con conocimiento de causa, puesto que mi identidad profesional en esta vida tiene relación con ambos oficios en mayor o menor medida) es hecho sabido por todos los frecuentadores de esta bitácora. Pero no hace falta remontarse al encubrimiento conspiranoico de civilizaciones perdidas, grandes descubrimientos silenciados o falsificación de pruebas de magnicidios y grandes crímenes para descubrir la constante manipulación y alteración de los hechos en beneficio de intereses a menudo encubiertos debajo de los intereses aparentes. Existen muchos sucedidos de importancia que son arrinconados alegremente por mor de la simple ignorancia e incompetencia de las "autoridades" educativas o científicas que deberían tenerlos en cuenta para su difusión general y la investigación particular. Acabo de leer el enésimo libro que lo demuestra y que recomiendo encarecidamente, en especial, a los españoles. Es una novela histórica, muy bien documentada, cuyo título (quizá lo único desafortunado, porque sugiere que sólo se la derrotó en una ocasión, cosa que no es cierta) es El día que España derrotó a Inglaterra. La publicó Áltera hace unos años (yo he leído la tercera edición) y lo firma, para vergüenza ibérica (en especial, la de los escritores especialistas en publicar novelas históricas), un autor colombiano: Pablo Victoria.

Digo "para vergüenza ibérica" porque esta novela tenía que haber sido escrita por un español, pero no ha sido así. Es más, según relata sorprendido el propio autor (un hombre afable y bien preparado: doctor en Economía y Filosofía, ex congresista y senador, profesor universitario y articulista, entre otras cosas) en la introducción de su obra, acabó escribiéndola porque "recién llegados a España en octubre de 2001 (...) quise buscar su biografía (la de Blas de Lezo, protagonista principal del relato) para deleitarme (...) Me movía la impresión de que, siendo España su tierra natal, aquí habría más información sobre este heroico marino que tanto lustre dio a las armas españolas (...) quería leer sobre este asunto y no encontré nada excepto unas pocas referencias (...) al no encontrar ningún libro sobre su vida, decidí que debía escribir alguno, pues todo lo que había podido reunir eran referencias de enciclopedias (...) Es incomprensible, pero nadie ha puesto de relieve la importancia que tuvo para España aquel acontecimiento, ni el grave peligro que para ella significó. La monumental 'Historia de España' compilada por Menéndez Pidal, apenas lo menciona. Tampoco le hace justicia la obra de Martínez Campos 'España bélica' y casi la pasa por alto en dos páginas (...) en general, la historia también quedó sepultada en España, que no la guardó debidamente en su memoria, quizás porque también la olvidó Inglaterra."  

En una entrevista que le hicieron hace algunos años describía su novela como la historia "del orgullo patrio, del valor personal y de todo lo que hicieron los vascos por llevar a los confines de la tierra los valores de la hispanidad. Pero es también la historia de cuando los vascos y, en general, todos los españoles defendían el patrimonio cultural que nos legaron nuestros antepasados." De éstas y otras palabras del autor se desprende una fuerte melancolía y un anhelo por los tiempos que fueron y ya no son ("cualquier tiempo pasado fue mejor"..., la frase de Jorge Manrique parece sacada de la clase de Reencarnaciones e Inmortalidad, de la Universidad de Dios). Como tantos iberoamericanos ilustrados, Victoria es mucho más consciente que la inmensa mayoría de sus colegas españoles de todo lo que perdimos al desmoronarse el Imperio: algo mucho más importante que una posición de poder en el mundo o que un vulgar trasiego comercial y de riquezas. Algo que hay que sentir en lo profundo, porque tiene que ver más con una auténtica comunión de las almas, una Weltanschauung por decirlo con el apropiado término germánico, que jamás volverá a ser, por culpa de los egoísmos, la mezquindad y los intereses ruines que dominan hoy día ambas orillas del Atlántico. Se antoja así demasiado utópica la receta de este autor para España: "la sociedad está enferma y hace falta curarla con dosis de patriotismo, píldoras de responsabilidad y cataplasmas de esperanza..." Suena casi como una canción de Juan Luis Guerra pero por desgracia es justo lo contrario de lo que prescriben los poderes públicos en los últimos años. 

Pero, ¿de qué trata exactamente el libro de Victoria? Pues de la hazaña de un grupo de españoles (una de las muchas hazañas de españoles en América, tan desconocidas para nuestros contemporáneos) que a pesar de su reducido número fueron capaces en el siglo XVIII de plantar cara y derrotar a un enemigo muy superior en efectivos y en recursos en la ciudad hoy colombiana (lo que explica la nacionalidad del autor de la novela) de Cartagena de Indias. Como tantos hechos heroicos similares, esta historia es hoy día ignorada por la abrumadora mayoría de habitantes de la península ibérica, tan aficionados a la perversa práctica del masoquismo. Y es que en España existe mucha gente perturbada mentalmente que encuentra un sórdido placer en creerse la interpretación deformada de la realidad que a lo largo de los siglos ha sido diseñada y exportada desde Londres, París, Roma o Amsterdam y según la cual todas las cosas buenas que a lo largo de la Historia hemos hecho los habitantes de la piel de toro ha sido gracias a la "herencia" de los sucesivos pueblos que se han paseado por aquí mientras que todas las cosas malas son de nuestra exclusiva responsabilidad.

El día que España derrotó a Inglaterra cuenta cómo los británicos armaron la mayor flota naval de la Historia conocida (según el autor, sólo por detrás de la organizada para la invasión de Normandía en junio de 1944) con el objetivo de conquistar una de las ciudades más importantes del imperio español: Cartagena de Indias. No se trataba sólo de apoderarse de la plaza y sus riquezas, sino de estrangular a partir de ahí las posesiones hispanas en el Nuevo Mundo, utilizando Cartagena como base para marchar hasta Santa Fe de Bogotá y, desde ahí, al Perú. Para ello Londres botó una verdadera Armada Invencible (mayor y, sobre todo, mucho mejor equipada, que la que preparó Felipe II para la invasión de Inglaterra y que acabó "luchando con los elementos") que puso al mando del almirante Sir Edward Vernon (en la foto, con su pose de característico preboste inglés por encima del bien y del mal) y que estaba compuesta nada menos que por 180 navíos de guerra y cerca de 24.000 soldados. Entre ellos figuraban cerca de 3.000 militares oriundos de las colonias norteamericanas, bajo el mando de Lawrence Washington, el hermano del que sería futuro primer presidente de los Estados Unidos (del almirante de esta flota, al que tanto admiraban los Washington, proviene el nombre de la residencia de éstos en Virginia: Mount Vernon). Esta impresionante fuerza naval contaba con 3.000 piezas de artillería. 


Frente a este tsunami armado que se arrojó sobre las costas cartageneras, los españoles, dirigidos por el general de la Armada Blas de Lezo, contaban sólo con ¡2.800 hombres y 6 navíos! Desde luego, es lo más parecido a una reedición de la batalla de las Termópilas, con De Lezo convertido en el nuevo Leónidas frente al Jerjes Vernon. El combate era por cierto tan desigual que, antes incluso de que comenzara la invasión, Londres mandó acuñar monedas conmemorativas de lo que consideraba como un seguro triunfo. En ellas se representaba al almirante inglés recibiendo la espada del comandante español, arrodillado en una tan sonrojante como sugerente postura, como podemos ver en la foto, y se leía lo siguiente: "La arrogancia española humillada por el almirante Vernon" y "Los héroes británicos tomaron Cartagena el primero de abril de 1741". Los barcos ingleses se plantaban en la costa de Cartagena el 13 de marzo, así que pensaban convertir la expedición en un auténtico paseo militar...


Pero no fue la arrogancia española la humillada sino la británica, gracias a que al frente de la ciudad española estaba uno de los tipos más duros que han dado las armas españolas (y han sido muchos): don Blas de Lezo y Olavarrieta, natural de la villa guipuzcoana de Pasajes conocido con los sobrenombres de Patapalo y Mediohombre. Y no precisamente por falta de valor, sino por todo lo contrario. Curtido en muchas y tremendas batallas marítimas a lo largo de su aventurera vida militar, no pocas contra el "pérfido inglés", sufrió numerosas heridas hasta el punto de que en el momento del enfrentamiento con Vernon ya estaba tuerto, cojo y manco. A pesar de ello, demostró una capacidad estratégica, una sangre fría, una fuerza de voluntad, una imaginación para afrontar las dificultades y un coraje personal dignos de un semidiós homérico. El libro de Victoria relata ese pulso épico que el comandante español supo mantener y vencer al británico, reconstruyendo los hechos con gran fidelidad a partir de la reproducción de diversos documentos y citas textuales de la época.

De Lezo aguantó el terrible asedio británico durante 67 largos días al cabo de los cuales se consumó la hazaña y los ingleses se vieron forzados a retirarse derrotados, con su Armada desmantelada y sus hombres diezmados por la guerra y la enfermedad. Según cuenta Victoria, "la derrota fue la mayor humillación que nación alguna hubiese sufrido, particularmente dada la superioridad de las fuerzas y las celebraciones anticipadas de la victoria, amén de las conmemoraciones numismáticas". Londres, como en tantas otras ocasiones, manipuló la Historia y escondió oficiamente lo ocurrido, metió las monedas y medallas en un cajón y nadie volvió a hablar del asunto. Eso sí, Vernon fue enterrado en la Abadía de Westminster bajo un epitafio engañoso: "Sometió a Chagras y en Cartagena conquistó hasta donde la fuerza naval pudo llevar la victoria". Y hasta hoy. Por supuesto, el cine y la literatura británica jamás han rodado ninguna superproducción ni editado un libro importante acerca de lo sucedido. Ni siquiera se enseña en sus escuelas. Algo parecido a lo que hicieron los franceses napoleónicos, derrotados durante el siguiente siglo por los españoles en la batalla de Bailén... ¡aunque en el Arco del Triunfo en París figura falazmente el nombre del campo de batalla andaluz como una de las victorias de Napoleón! Lo que hace la propaganda...



En la actualidad, la memoria de Blas de Lezo es apenas recordada y honrada en España por la Armada a la que perteneció y que tiene la costumbre de poseer siempre en su flota un buque con su nombre. La fragata de la clase Álvaro de Bazán F103 ostenta hoy día ese orgulloso emblema. Además existe una placa en su honor en la localidad gaditana de San Fernando, en el Panteón de Marinos Ilustres. Eso, y un puñado de calles con su nombre en varias ciudades españolas es todo lo que queda de un hombre que, si hubiera nacido por poner un ejemplo en Estados Unidos, dispondría ya no de una superproducción dedicada a él, sino de una auténtica saga al estilo Indiana Jones pero con espada y peluquín blanco. 




Me gusta especialmente el final del enfrentamiento, en el que Vernon regresa con el rabo entre las piernas derrotado por los heroicos españoles y gritando sus quejas al viento con un frustrado "God damn you, Lezo!" ("¡Dios te maldiga, Lezo!"). El español le respondería por escrito con irónica elegancia: "Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya una escuadra mayor, porque ésta ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual por cierto les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir".  






lunes, 18 de junio de 2012

La máscara de hierro

- Hummm, un periodista, ¿eh? ¿De La Gazette, dice? No me fío de los periodistas. Se meten en asuntos que no les incumben y escriben ustedes lo que quieren.

- Sí, ja, ja, ja... Escriben lo que les da la gana.

- Amables, señores: créanme que hacemos todo lo posible por conocer la verdad. Por eso estoy aquí, para enterarme de los hechos ciertos y publicar estrictamente la información real, basada en hechos comprobables. Ustedes son los carceleros de La Bastilla, ¿no es así?

- ¿Y qué si lo fuéramos?

- Cálmate, Pierre, veamos qué quiere saber exactamente... La verdad es que nunca he visto cómo trabaja un periodista. De hecho, nunca he visto a un periodista trabajando, ja, ja, ja...

- No deseo molestarles, en serio. Sólo quería publicar un artículo acerca de un asunto que preocupa a todos nuestros lectores en París. Se trata de ese hombre que entró en al cárcel el pasado 18 de septiembre de 1698, acompañado por el mismísimo gobernador de La Bastilla, el antiguo mosquetero Benigne Dauvergne de Saint-Mars. Tenía el rostro cubierto por una máscara...

- La máscara de hierro. El hombre de la máscara de hierro. Se refiere a ese preso, Claude.

- Ya lo entendí, Pierre. ¿Os referís a ese preso, periodista?

- Sí, exactamente. París es un hervidero de rumores acerca de su posible identidad. Sólo quería que me facilitarais información al respecto, sobre si conocéis su nombre y apellidos y el porqué exacto de su reclusión.

- Pues os voy a decir una cosa, periodista. No tenemos ni idea.

- Ni idea, eso es. Ya vino aquí con la máscara puesta y está encerrado en una de las mazmorras más seguras, atendida sólo, por orden expresa del gobernador, por un carcelero sordomudo. Está prohibido hasta que nos acerquemos allí a verle, así que hacéos a la idea.

- Pero... Algo tendrán ustedes que saber, nobles señores...

- ¡Nobles! No le basta con llamarnos señores sino que nos llama nobles, ja, ja, ja... ¡Qué cosas tienen los periodistas!

- La verdad es que como escriba con la misma exactitud con la que habla...

- Al menos podrían confirmarme si se trata de misterioso caballero Eustache D'Auger, cuya vida según parece podría servir de base para una historia de aventuras...  O quizá de Nicolas Fouquet, el que fuera intrigante ministro de Finanzas del rey Luis...

- ¿Ahora os atrevéis a mezclar los asuntos del rey con la cárcel? Hemos oído bastante. Largáos, periodista, si no queréis acabar vos también en una celda oscura con las ratas y las cucarachas como única compañía.

- Sí, largáos o llamaremos a los guardias.

Mientras tanto, en lo más profundo de La Bastilla, encarcelado en una pequeña celda sin ningún enchufe moderno donde poder conectarse con una fuente de electricidad que recargue su maravillosa armadura y le permita escapar de las garras del Doctor Muerte (que le introdujo en un bucle espacio temporal y le hizo retroceder tres siglos para atraparle en el pasado), Tony Stark medita sobre su suerte...











viernes, 15 de junio de 2012

La primera víctima

Philliph Knightley es uno de esos periodistas cuya vida resulta, al fin y al cabo, casi más interesante que los acontecimientos que ha tenido oportunidad de cubrir profesionalmente. Nacido en 1929 en Sidney, Australia, debutó en 1946 en The Daily Telegraph de su ciudad natal y hoy, tras una larga carrera, está considerado como uno de los grandes especialistas en información relacionada con los servicios de inteligencia, espionaje y propaganda. Sin duda conocedor de muchas más cosas de las que le han permitido publicar, es también autor de una serie de obras muy interesantes incluyendo una, a mi juicio, imprescindible y no sólo para los periodistas: The first casualty. From the Crimea to Vietnam, the war correspondent as hero, propagandist and myth maker (La primera víctima. Desde Crimea a Vietnam, el corresponsal de guerra como héroe, propagandista y creador de mitos). Por desgracia, y como tantos otros textos interesantes, nadie se ha molestado que yo sepa en traducirlo al español, pese a que su primera edición data de 1975 y fue posteriormente reeditado con algunas correcciones.

El título del libro hace alusión a una frase popular entre periodistas ("La primera víctima de una guerra es la verdad") que por lo general se atribuye (también lo hace el propio Knightley) a un senador de Estados Unidos, Hiram Johnson, quien en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial quiso sintetizar con ella la repugnancia que le causaba la inmensa colección de mentiras e infamias que lanzaron los países aliados, empezando por el suyo propio, contra los imperios centrales en Europa, como parte de un aspecto del conflicto bélico que a partir de entonces se ha revelado como un factor sin el cual ya no se puede ganar ninguna guerra: la propaganda. The first casualty...  no contiene datos muy espectaculares para aquéllos acostumbrados a bucear en la realidad de los hechos que se esconde tras la manipulación de la información, pero constituirá un verdadero puñetazo en la mandíbula para los ingenuos que se creen a pies juntillas las versiones oficiales publicadas por la Prensa y los libros de Historia.

El texto revela con ejemplos bien documentados cómo se manipula un conflicto bélico desde el punto de vista informativo y cómo ese manejo forzado de datos y circunstancias acaba pasando a los libros de Historia y a las creencias populares, conformando una gigantesca mentira que, precisamente por el tamaño colosal que suele alcanzar, resulta luego muy difícil (en ocasiones, casi imposible) de desmontar. Por citar sólo un par de referencias relacionadas con guerras (en apariencia) bien conocidas, Knightley denuncia por ejemplo el sobredimensionado heroísmo británico durante la llamada Batalla de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, así como el montaje más famoso de la propaganda republicana durante la última guerra divil española con la foto del miliciano del cordobés Cerro Muriano.


En el primer caso, este pulso aéreo se presenta habitualmente como la lucha entre un exiguo puñado de audaces pilotos británicos con muy pocos medios contra una horda inmensa de aviones alemanes muy bien dotados, a los que derrotaron contra todo pronóstico entre julio y octubre de 1940. Recordemos una de las clásicas frases de Winston Churchill: "Nunca tantos hicieron tanto por tan pocos". Sin embargo, la realidad fue muy diferente y lo que muestra es una temeridad rayana en la incompetencia por parte del responsable de la fuerza aérea germana, Hermann Göring, y su alto mando. Y es que, según relata Knightley, durante la Batalla de Inglaterra el Reino Unido poseía medio millar de aparatos más que Alemania (1.416 de la RAF frente a 963 de la Luftwaffe) y mejor equipados puesto que disponían de un gran avance estratégico para la época, el radar (en la imagen, varias torres), mientras los germanos no. Además, "tenía la gran ventaja de recuperar tanto a los pilotos como a los aeroplanos derribados (puesto que luchaban sobre territorio inglés y si no habían sufrido heridas, los primeros, o daños de importancia, los segundos, podían volver a estar en el aire en unas horas), mientras que los alemanes estaban irremediablemente perdidos (al volar muy lejos de sus bases)... aún así, a lo largo de la batalla la RAF perdió más aviones de combate que la Luftwaffe".

En el segundo caso, Robert Capa se presentó como autor de una foto que se ha convertido en auténtico símbolo no sólo de la guerra española sino de la guerra moderna, en sí misma. Con el título de El soldado caído (posteriormente, Muerte de un miliciano), el famoso fotógrafo mostró su pericia al inmortalizar el presunto momento exacto en el que una bala derriba a un militar republicano poco después de comenzado el conflicto en septiembre de 1936. Pero resulta que fue todo un montaje. A Knightley se lo reveló O.D.Gallagher, un periodista británico, quien explicó cómo "un oficial republicano dijo que ordenaría a varios soldados que fueran con Capa a unas trincheras cercanas para que escenificaran unas maniobras y las fotografiasen". El análisis de las imágenes tomadas aquel día junto a ésta lo confirman. Irónicamente, una revista francesa, Vu, ya había publicado la instantánea el mismo septiembre del 36 (en un reportaje fotográfico que vemos adjunto) junto a otra muy similar también tomada por Capa... En pleno fervor propagandístico nadie quiso preguntarse entonces cómo había podido Capa tomar en el mismo sitio, a la misma hora y con el mismo encuadre (¡hasta las nubes están en el mismo sitio!) a dos soldados diferentes cayendo de la misma manera..., si es que aquello no estaba ensayado.
Sin embargo, alguien debió darse cuenta del flagrante error porque a partir de entonces jamás volvieron a publicarse ambas fotos juntas. Ni siquiera en el libro (Death in the making) que el propio Capa publicó en 1938 recopilando su trabajo, lo cual es bastante significativo.

Investigaciones posteriores han dado la razón a lo que cuenta Knightley, en éstos y en otros casos que relata en su libro, pero..., la inmensa mayoría de la gente sigue creyendo en las leyendas que en su día confeccionaron los "creadores de mitos" a los que alude el título de la obra. ¿Por qué? El propio autor explicó hace pocos años en una entrevista a la BBC cómo funcionaba el mecanismo de la desinformación. Resumo sus palabras en estos párrafos:

* "Todas las guerras de la historia contemporánea (...) viven un proceso que se repite irremediablemente en la cobertura de un conflicto. El proceso consta de cuatro etapas, que son: la inevitabilidad de la guerra, la demonización del líder contrario, la demonización del pueblo enemigo y, finalmente, el relato de las atrocidades cometidas por aquéllos contra quienes vamos a luchar (es interesante observar cómo eso es lo que se está haciendo en todos y cada uno de los conflictos que conocemos, haya una guerra declarada como tal o una guerra encubierta... Un caso obvio y reciente es el del régimen de Bachar el Asad en Siria, que en los últimos meses ha sufrido una espectacular demonización con todo tipo de relatos aportados por sus opositores a propósito de supuestas atrocidades difícilmente comprobables en la realidad pero muy impactantes a nivel emocional como esa historieta de los niños utilizados como escudos humanos sobre el blindaje de los tanques sirios para evitar que los carros de combate sean atacados por los rebeldes: ¿no resulta absurdo, teniendo en cuenta que la propia oposición ha dicho que carece de armas pesadas, lo que incluye las antitanque?)."

* "En el conflicto del Golfo, vimos cómo a Saddam Hussein se le comparaba con Hitler. Este tipo de comparaciones trae inmediatamente a la mente de la gente el terror relacionado con la otra figura del pasado (que a su vez fue demonizada invocando a otra anterior). Y después viene la demonización del pueblo al que se va a atacar, recurriendo a historias que 'demuestran' que la gente a la que se va a atacar no es civilizada y se merece lo que le va a ocurrir".

* "Las historias de atrocidades suelen tener un efecto muy fuerte sobre la opinión pública..., pero desgraciadamente la mayor parte de ellas son inventadas, como después se demuestra (...) Durante la Primera Guerra Mundial se hizo circular la falsa historia de que los alemanes lanzaban bebés belgas al aire y los ensartaban con bayonetas. En la Guerra del Golfo se dijo que los iraquíes habían desconectado las incubadoras de los hospitales y así mataron a los bebés que había dentro, a fin de enviar luego las máquinas a Iraq. Se comprobó que todo era totalmente mentira (y, pese a ello -haga la prueba preguntando personalmente a las personas que le rodean-, muchos ciudadanos siguen creyendo en esas historias falsas porque los desmentidos nunca se publican de manera tan espectacular como las "noticias" y por tanto no tienen la misma repercusión)."

* "Los periodistas somos cómplices (de la manipulación) en el sentido de que deberíamos cuestionar más lo que se nos dice y profundizar más en la información que se nos facilita. A menudo es muy difícil informar con objetividad porque nuestras fuentes están en los propios gobiernos (...) muchas veces una generación de periodistas que aprendió una lección en la guerra anterior ya no está informando cuando ocurre la siguiente sino que hay una nueva generación que desconoce los riesgos (y que muchas veces está dispuesta a contar lo que haga falta con tal de ganar renombre profesional y premios periodísticos o simplemente porque su redacción central, ubicada en una cómoda y segura ciudad europea o norteamericana le presiona para que facilite "buen material", el que sea, que justifique los gastos de su desplazamiento a la zona en guerra)."
Y una recomendación final de Knightley, dedicada a todos nosotros:* "Al público le diría que lean todo con un enorme grado de escepticismo, que se pregunten por qué esa información (y no otra) llegó a los titulares, por qué los gobiernos la hicieron pública, por qué estamos contando esas historias... Y después, que usen su propio juicio para digerirlas y analizarlas."

 

Como siempre, la clave última para comprender el mundo que nos rodea está en nosotros. No deberíamos abdicar de la responsabilidad que eso conlleva.



 

miércoles, 13 de junio de 2012

La ciberguerra ha comenzado

A finales de diciembre del año pasado, coincidiendo con el Día de los Santos Inocentes, la multinacional norteamericana McAfee, especialista en seguridad informática (o en inseguridad: siempre he sospechado que las empresas antivirus son las mismas que generan los virus con que nos infectan los computadores para luego poder vendernos los milagrosos antivirus que los curan de inmediato), publicaba un documento de "predicción de amenazas" para el año que vivimos ahora mismo. Sus principales advertencias, basadas en la "masiva dependencia de las redes tanto militares como gubernamentales de los sistemas informáticos" eran las siguientes:

* Se multiplicará la aparición de certificados digitales falsos destinados a afectar las infraestructuras críticas así como la navegación segura por Internet y las transacciones on line. La creciente sustitución del dinero real, contante y sonante, por el dinero virtual creado por las autoridades financieras y con el cual se han inflado las crisis de los últimos decenios (en especial, ésta última que trae a todo el mundo de cabeza porque ningún poder político se atreve a intervenir directamente el cáncer financiero que la disparó) anima a todo tipo de aventureros a intentar robarlo a través de Internet. Pocas personas se han percatado de que ya no hay ladrones robando bancos pistola en mano, porque en los bancos no hay dinero físico que robar. 

* El famoso movimiento hacker que firma con el elocuente nombre de Anonymous "se reinventará o desaparecerá" mientras que otros grupos unirán sus fuerzas para redoblar los ataques contra "políticos, líderes industriales y jueces" con mayor intensidad que la que hemos visto hasta ahora. Anonymous surgió en su día como un movimiento más de diversión que otra cosa, pero hoy aparece envuelto en todo tipo de banderas relacionadas con la libertad de expresión e independencia personal, aunque existen todo tipo de sospechas sobre el liderazgo oculto que lo impulsa (personalmente, hay uno de sus eslóganes que no me gusta un pelo: We are legion -Somos legión-).

* Descenderá el volumen de spam o correo basura aunque se incrementará el conocido como "spam legal" que emplean las agencias de publicidad para conseguir direcciones de correo electrónico.

* Y quizá la más importante, por la alarma que genera su sola posibilidad: todos los países (y cuando dice todos se refiere a todos) deberán extremar las medidas de prevención ante la inminente puesta en marcha de una ciberguerra que afectará a los sistemas informatizados de las infraestructuras básicas, incluyendo el agua, la electricidad, el gas y otras...

Pues resulta que sí, que la ciberguerra ya ha empezado, o ésa es al menos la sensación de los diversos expertos y analistas que han publicado en los últimos meses algunas informaciones al respecto... Ataques cibernéticos de diversa intensidad se han producido desde finales del siglo XX, aunque han ido in crescendo en los últimos tiempos con sistemas de todo tipo hackeados en Estados Unidos, Reino Unido, Brasil y muchos más países. De hecho, hace poco tiempo se reunía en la localidad mexicana de Cancún un grupo de especialistas internacionales convocados por otra importante compañía antivirus, Kaspersky, para analizar la cuestión y entre las conclusiones aportadas afirmaban que al menos una de cada diez grandes empresas ya ha sufrido
ciberataques. Y habría que ir desterrando la imagen tan cinematográfica del listillo joven, con gafitas y acné, que junto con su colega regordete y barbudo son capaces de saltarse las contraseñas para entrar hasta en la web del Pentágono empleando un simple Mac instalado en el garaje de la casa paterna... El director de Ciberseguridad y Crimen de Interpol, Michael Moran, uno de los participantes en la cita de Cancún, alertaba de que el grado de complejidad de los últimos ciberataques es de tal calibre que sólo puede ser achacado a "grandes y poderosas organizaciones", incluyendo en este vago término a organizaciones terroristas, redes criminales y..., ¡gobiernos legítimos!

El propio secretario de Defensa de los EE.UU., Leon Panetta, reconocía recientemente que es verdad que existe "la capacidad cibernética para tumbar nuestras redes eléctricas o paralizar nuestro sistema financiero", motivo por el cual "tenemos que estar preparados no sólo para defendernos contra esta clase de ataque sino, en caso necesario, para tomar la ofensiva". Unas palabras que suenan especialmente cínicas cuando todo parece indicar que dos de los virus más poderosos que están circulando ahora mismo por el planeta, Flame (descrito por Kaspersky como una de las ciberarmas más completas y avanzadas descubiertas públicamente hasta el momento) y Stuxnet, podrían haber sido puestos en marcha precisamente desde territorio norteamericano. El propio The New York Times aseguraba a primeros de este mismo mes de junio que el presidente estadounidense Barack Obama había ordenado utilizar el Stuxnet contra Irán (aunque se sabe que ha afectado al menos a quince países más, incluyendo Reino Unido y Alemania) para boicotear y retrasar el programa nuclear de este país..., a lo que hay que sumar que expertos informáticos han demostrado los puntos de contacto entre ambas ciberarmas, al menos en su inicio. Según sus análisis, el código fuente de al menos un módulo de Flame fue empleado también en Stuxnet, aunque en la actualidad parecen trabajar de forma independiente.

Con este panorama, ¿no resulta muy extraño que gobiernos y empresas aprovechen excusas como la ecológica o la económica para animar masivamente a todo el mundo a trabajar "en la nube", alojando ahí todo tipo de datos, análisis, correos, etc., cuando no está en absoluto garantizada su seguridad? ¿A nadie le llama la atención que sea tan barato o incluso gratis alojar semejante volumen de información, teniendo en cuenta el dinero que cuesta la tecnología necesaria para hacer realidad la "nube" y los mismos servidores encargados de mantenerla? 

Si me gustara pensar mal, llegaría a la conclusión de que alguien está esperando pacientemente a que se coloquen allí "arriba" todos los documentos de importancia, antes de provocar un gran apagón con cualquier excusa (una guerra, una catástrofe, un crack energético, cualquier cosa similar..., siempre que tenga un alcance más o menos mundial) de manera que:  

a) el acceso quedara restringido a unas pocas personas, que dispondrían en exclusiva de ese inmenso banco de datos, y

b) el resto de la población caería con facilidad en un gran caos internacional en cuestión de minutos. Un caos que desataría el pánico. Un pánico que llevaría a la población a exigir orden. Cualquier tipo de orden...

Uf, estoy pensando ya como mi gato conspiranoico.