Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 27 de febrero de 2012

Año nuevo otra vez

Pues ahora sí que sí: ya vamos todos derechitos al final del mundo. La semana pasada, el 22 de febrero para ser exactos, los indígenas de Guatemala festejaban la llegada de Oxlajuj No’j. Es decir, el año nuevo de 1528 según la cuenta del famoso calendario maya que se supone concluye el próximo 21 de diciembre. Este año nuevo es el último pedacito de tiempo notable antes del final del Quinto Sol de la llamada “cuenta larga”. A estas alturas quien más quien menos estará ya familiarizado con el complejo sistema calendárico de esta civilización precolombina pero por si acaso alguien acaba de llegar de vacaciones, recordamos que se trata de tres calendarios en uno: el sagrado o Tzolkin que dura 260 días, el civil o Haab que dura 365 días y la Cuenta Larga. Los dos primeros son cíclicos pero el tercero no repite ningún día durante 5.200 años y se supone que empezó a utilizarse hace unos cuantos milenios. En concreto, el equivalente a nuestro 11 de agosto del 3114 antes de Cristo según el calendario gregoriano…, aunque teniendo en cuenta los numerosos errores (los registrados y los supuestos pero aún indemostrados) en nuestra forma de computar los años, cualquiera sabe si en realidad comenzó en esa fecha o el 5 de noviembre del 1666 antes de Cristo, por decir otra cualquiera.
 
El calendario maya se llama de esta manera porque le hemos querido llamar así pero según algunos investigadores igual podríamos haberlo llamado el calendario olmeca, cultura más antigua que los mayas, y aún menos conocida, que también lo utilizaba. O calendario precolombino, porque otros sistemas locales de control de tiempo como el mexica son muy similares y probablemente estaban basados en las mismas premisas. Hoy se sigue empleando de modo un poco exótico y marginal, pero en fechas características como ésta se habla mucho de ello porque todo lo étnico está de moda y garantiza atención mediática y tal vez divisas de turistas ansiosos de vivir “nuevas experiencias” en “culturas diferentes”. En el caso de Guatemala, cuna de la cultura maya, el propio presidente Otto Pérez Molina se fue (aquí le vemos en mangas de camisa) al centro arqueológico de Iximché, a un centenar de kilómetros de la capital del país, para asistir personalmente a la celebración de sacerdotes y chamanes indígenas junto con diversos funcionarios y diplomáticos.

Pérez Molina dio allí su discurso político correspondiente (que si la riqueza de las tradiciones, que si la multiculturalidad, que si etc.) también anunció que a partir de ahora todos los días 21 de cada mes hasta el temido 21 de diciembre se llevarán a cabo actos de celebración similares en los distintos centros ceremoniales arqueológicos conocidos. Con un inteligente truco de mercadotecnia, el presidente guatemalteco le dio la vuelta al calcetín y en lugar de hablar del fin del mundo de 2012 insistió en la nueva era que comienza a finales de este mismo año (así de paso hacía un guiño a todos los seguidores de la New Age que seguramente están ahorrando ya, especialmente en Estados Unidos, para pagarse el viaje a su país a finales de este año). Y el autodenominado Consejo de Ancianos también habló del “nuevo amanecer” para la humanidad, un “tiempo sagrado” y “propicio para pedir” (esto es algo que siempre me ha cargado de las religiones: que se pasan el día pidiendo) que “las semillas ancestrales sean resguardadas” y “la libre determinación y respeto a los territorios de los pueblos indígenas”…, en fin, la palabrería de costumbre para dotar de una pompa y una solemnidad excesivas a lo que sus antepasados tomaban con mucha más naturalidad.
 
Por cierto, el nombre de Oxlajuj No’j significa “las Trece Sabidurías”, lo cual es bastante más alentador (sea lo que sea que se nos venga encima los próximos meses) que si se hubiera llamado “el Jaguar Rabioso” o “las Inundaciones del Inframundo”.

Curiosamente, el mismo 22 de febrero también se celebró otro año nuevo muy lejos de allí: el Losar o comienzo del año en Tibet, que en esta ocasión está dedicado al Dragón de Agua (y el dragón es un elemento beneficioso y proveedor de protección y buena fortuna en los países asiáticos, también símbolo de sabiduría). La llegada del año en Tibet siempre se produce con un mes de diferencia respecto a China. No en vano fueron tradicionalmente países vecinos aunque los chinos siempre ansiaron apoderarse del país de los Himalayas y lo invadieron varias veces. La última, de momento, en 1950, momento a partir del cual controlan con mano de hierro la región, hasta el punto de que obligaron a partir al exilio al Dalái Lama y, con él, a muchos miles de tibetanos. No deja de ser curioso que China, por lo demás un país enorme y bastante pacífico en comparación con otras superpotencias de la Historia, se empeñara tanto en el control de esta zona que no parece tener un especial interés económico o estratégico…, aunque sí lo tiene espiritual y esotéricamente hablando (pero el régimen chino es materialista y ateo, ¿no?).
 
En la actualidad Tibet está cerrado a la prensa extranjera y los pocos turistas que dejan pasar las autoridades chinas tienen que gastar mucho dinero, esperar mucho tiempo y emplear mucha paciencia para soportar unas visitas tan limitadas como dirigidas, en las que no tendrán demasiados problemas en captar la represión cultural y religiosa impuesta por los mandarines de Pekín. Pese a ello, las protestas han marcado esta fiesta, con una veintena de monjes inmolados (a lo bonzo, como manda la tradición) durante los últimos meses y con las constantes llamadas a la población del gobierno tibetano en el exilio que pide no celebrar las fechas porque no se pueden festejar en libertad…
 
Año nuevo por aquí, año nuevo por allá, el caso es que la Humanidad se pasa el día celebrando otro año que pasó, lo cual por sí solo demuestra la tontería de obsesionarse con el fin (que no es un punto y aparte, sino un punto y seguido para volver a empezar) de uno de los muchísimos calendarios (en este caso el maya) en vigor en el planeta en este momento. Y es que los occidentales lo festejamos el 1 de enero pero los ortodoxos lo hacen el 14 de enero, los tailandeses y vecinos del sur de Asia el 14 de abril, los iraníes el 21 de marzo, los aimarás el 21 de junio, los mapuches el 24 del mismo mes, los etíopes el 11 de septiembre, los judíos también en este mes, los neopaganos de inspiración céltica el 1 de noviembre, los hindúes a mediados de este mismo mes, los musulmanes depende (este año toca precisamente en noviembre)…
 
En realidad, deberíamos festejar sólo un año nuevo: el que comienza cada uno de los días de nuestra vida, cuando abrimos los ojos por la mañana en este mundo y descubrimos que aún estamos aquí, que seguimos vivos a pesar de todo y que tenemos la oportunidad de vivir el comienzo de una nueva jornada para aprovecharla de verdad en lugar de malgastarla en bobadas como hacemos habitualmente.

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