Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 14 de octubre de 2011

Ese tipo bizarro llamado Chuck Palahniuk

En cierta ocasión hace ya bastantes años leí la opinión de un conocido personaje del siglo XX, ávido lector además de protagonista de su época, criticando lo que para él suponía una pérdida de tiempo a la hora de invertirlo en libros: la lectura de novelas y obras de ficción en general. En su opinión (no voy a revelar su nombre, a ver si alguien es capaz de adivinarlo, aunque hay que decir que mucha gente con poder político, económico o social de aquellos años pensaba de la misma manera), las novelas son un divertimento sólo para jóvenes y mujeres (ay, ese toquecito de machismo mal disimulado), mientras que el hombre maduro, hecho y derecho, no puede seguir "malgastando su vida" con fantasías y debe volcarse más bien hacia el ensayo y otras obras serias como por ejemplo las de carácter científico.

Semejante opinión me dejó bastante frío, porque en lo personal siempre he sido muy ecléctico en mis gustos. Puedo decir sin rubor que he alternado la lectura de los libros más profundos, densos, técnicos e incluso místicos con la de los más intrascendentes y prescindibles, pasando por los clásicos, los cuentos y todos los verdaderamente grandes de la historia del comic. Y eso sin tener en cuenta el fabuloso caladero de piezas raras que es Internet, donde a lo largo de los últimos años he encontrado auténticas joyas que nunca creí posible encontrar... Leer es, lo sabe cualquiera que me conozca, mi vicio más arraigado desde hace no sé cuántas reencarnaciones y leo permanentemente varios libros a la vez, incluso cuando voy andando por la calle (esto es gracias a mi sentido radar, del estilo Daredevil, que me permite captar las presencias a mi alrededor aunque tenga la vista y la mente fijadas en las páginas del libro, y evitar así chocarme contra otro paseante o contra un árbol). 

Hasta tal punto estoy enganchado con esta actividad que, in illo tempore, cuando empezaba un libro, por malo que fuera, me obligaba a terminarlo por solidaridad y respeto hacia el esfuerzo que invirtiera en su día el autor para escribirlo (los verdaderos escritores saben que su actividad no es tan fácil como juntar una palabra tras otra). Un día me di cuenta de que habiendo tantas cosas interesantes por leer resultaba un poco absurdo dedicar muchos ratos (teniendo tan pocos como tenemos) a las obras que realmente no me decían nada de nada. Sucedió mientras intentaba tragarme esa (a mi juicio) gran tomadura de pelo titulada Titus Groan, de Mervyn Peake, de la que tanto y tan bien había oído hablar y que a la hora de la verdad me pareció un insoportable ladrillo. Después de digerir como pude ciento y pico páginas decidí regalar la novela al primer amigo que encontré a mano y me juré solemnemente a mí mismo no volver a malgastar ni un segundo más en algo que de verdad no me aportara algo. Ahí sigo.
 

Debo haberme vuelto mayor, de todas formas, porque en los últimos años he descubierto que cada vez leo más textos "serios" que de ficción. Si echo un vistazo a los que han caído durante este verano, el porcentaje es de aproximadamente un 70% frente a un 30% con clara desventaja para las novelas. No es algo buscado: sucede así y así lo constato. La verdad es que cuando me he parado a pensarlo, he corroborado que cada vez son menos los autores contemporáneos que me interesan (en cambio estoy descubriendo con cierto asombro, sólo atribuible a mi ignorancia, los muy interesantes textos de escritores ya muertos y enterrados, algunos de ellos desde hace ya bastantes siglos). Quizá porque estoy cansado de que me cuenten siempre las mismas historias, del tipo chico-conoce-chica-pero-hay-un-tercero-en-medio, ambientadas en distintas épocas pero con la acción desarrollándose siempre de acuerdo con lo esperado (cuando hay acción y no simple acumulación de descripciones alternándose con especulaciones sobre estados de ánimo), y, lo peor, en el mismo tono cansino de autor-perdonavidas-de-vuelta-de-todo afectado por el pesimismo vital. 

No sé qué buscarán otros lectores en una novela pero en mi caso no busco tanto aprender algo o entretenerme como ser sorprendido, descubrir cosas nuevas, apreciar aristas diferentes de la realidad, puntos de vista que nunca antes me hubiera planteado. Por eso he sido siempre un devoto lector del género fantástico (y eso incluye tanto la Ciencia Ficción como el Terror, la Fantasía propiamente dicha, la Espada y Brujería y, en general, cualquier subgénero que se aleje de la "normalidad" y por tanto de la mecánica repetición de argumentos y personajes) y, dadas las circunstancias antes descritas, no debe extrañar que en los últimos años, esa tendencia haya ido a más. Aunque hay excepciones. Este verano, por ejemplo, leí el último texto publicado en España de Chuck Palahniuk: Pigmeo.

El desgarbado novelista de Oregón de apellido impronunciable que se hizo famoso en todo el mundo gracias a la adaptación cinematográfica de su primera novela, El club de la lucha, es, de entre los escritores normales (los no dedicados al género fantástico, al menos abiertamente) uno de mis favoritos, justo porque sus obras están llenas de personajes y argumentos que son cualquier cosa menos lo que uno puede esperar en una novela normal basada en la vida normal, y aún así resultan creíbles y actúan con coherencia dentro de su demencia interna. Y además poseen humor: un humor a menudo muy español, por lo macabro, gracias al cual más de una vez me he encontrado riéndome solo mientras leía una escena tremendamente dramática. Así es el diabólico Chuck. Como le describía muy bien un crítico literario: sus novelas son como accidentes de tráfico. Has visto tantos que cuando te encuentras la retención en la carretera te dices a ti mismo que no vas a mirar, que vas a pasar de largo cuanto antes, y sin embargo cuando llegas justo al lugar de los hechos la fascinación y el morbo te pueden y acabas reduciendo la velocidad para contemplarlo y regodearte con todos y cada uno de los detalles.

Pigmeo se ha publicado hace pocos meses en España aunque vamos con retraso respecto a EE.UU., donde ya han aparecido dos novelas más del autor: Tell All y Damned. Lo pasé bien leyéndola, aunque me duró pocos días y lo cierto es que no se puede incluir entre sus obras más conseguidas (además, llega un poco tarde ideológicamente hablando: esta historia hubiera tenido mayor impacto antes de la caída del muro de Berlín). Cuenta la historia de un grupo de terroristas adolescentes que llegan a Estados Unidos procedentes de un país del Tercer Mundo (en algún momento se insinúa que podría ser Corea del Norte, aunque nunca queda claro) disfrazados de estudiantes ansiosos de conocer el american way integrándose en distintas familias de una ciudad media norteamericana. Pigmeo es el sobrenombre que recibe el protagonista, de nombre desconocido y que se refiere a sí mismo en todos los capítulos (que en realidad son informes a sus superiores) como el "agente-yo".

Las intenciones de los infiltrados respecto a la sociedad estadounidense son absolutamente apocalípticas y la novela muestra cómo se acercan poco a poco  a su objetivo camuflándose perfectamente en su papel de "criaturas atrasadas de países pobres deslumbrados por su país de adopción" y alternando sus planes con una descripción descarnada de los defectos espirituales y morales de la democracia yankee. En el caso de Pigmeo, acogido por una familia que parece la de los dibujos animados de American Dad (pero sin extraterrestre), su doble juego resulta ambiguo pues nunca da la impresión de ser tan peligroso como parece (casi en cada capítulo se imagina cómo destrozaría a las personas que le rodean echando mano de un imaginativo sistema de técnicas de artes marciales que parece una parodia del Kenpo Americano) aunque en las dos ocasiones en las que es puesto entre la espada y la pared reacciona realmente como un salvaje cimmerio dispuesto a todo.

El plan de destrucción de EE.UU. fracasa al final porque los crueles ideólogos que prepararon a este singular equipo de terroristas no tuvieron en cuenta un pequeño detalle: la adolescencia siempre viene acompañada por la revolución hormonal, sea uno capitalista o comunista o cualquier otra cosa terminada en ista. Y Pigmeo, como todo el mundo, tiene su corazoncito (y otros miembros), obsesionado como está con (acostarse con) su hermana adoptiva.

Así que esta novela sirve para pasar un rato, aunque en mi opinión es inferior a Snuff, publicada el año anterior, y donde se describe de manera magistral la sordidez y la cara más oscura del negocio del porno. Esta historia está narrada por tres hombres identificados con sendos números: el Señor 72, el Señor 137 y el Señor 600. Son tres de los 600 hombres que participan (por orden riguroso) en el rodaje de la que debe convertirse en la película porno más famosa del mundo, ya que registrará un gang bang u orgía múltiple de hombres con una sola mujer. Ella es Cassie Wright, madura pornostar que afronta su declive y quiere acabar su carrera (y también su vida, pues nadie antes ha vivido lo suficiente como para aguantar 600 coitos consecutivos, filmándolos además, y ella, que está convencida de que morirá durante el rodaje, cree que nadie se atreverá a intentar superarla en el futuro) con este espectacular récord.


Snuff se desarrolla, casi en su totalidad, en la sala donde se agolpan los hombres desnudos con sus numeritos a la espera de ser llamados por la responsable de producción para pasar a la habitación donde Cassie Wright rueda las escenas con sus sucesivos amantes. La obra administra magistralmente la creciente tensión de cada uno de los tres protagonistas mientras revela con cuentagotas su relación particular con la pornostar y sus expectativas personales respecto a la película. Y es un excelente antídoto para hacer cambiar de opinión a cualquier persona que piense sinceramente en dedicarse a la industria del porno.

De todas formas, mi novela favorita de Palahniuk, además de El club de la lucha, sigue siendo Fantasmas. En ella, un misterioso mecenas brinda la oportunidad a una serie de escritores de encerrarse durante un tiempo en un lugar donde sólo tendrán que preocuparse de escribir esa obra que tienen en la cabeza (esa novela, o esa colección de poemas, o ese guión de cine, o esa serie de televisión...) y que les lanzará definitivamente a la fama como autores, sacándoles de paso de sus vidas pequeñas y miserables de personas normales. Un variopinto grupo de aspirantes al éxito aceptan la propuesta del mecenas pensando en aquella romántica reunión del XIX que juntó en Villa Diodati a Byron, los Shelley, Polidori..., y donde nació Frankenstein. Pero la realidad es que el lugar y las circunstancias donde deberán trabajar ellos son muy diferentes. El resultado final es una brutal y sarcástica colección de relatos que en conjunto parodia a partes iguales los programas televisivos de telerealidad, las historias de psicópatas asesinos y el ansia desmedida de fama y dinero que poseen muchos de los que gustan adornarse gratuitamente con el adjetivo de escritor.


 

 
 

1 comentario:

  1. "exelente" Gracias por fin encuentro un blog que valga la pena leer

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