Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 9 de mayo de 2011

El mono y el tejón

Uno de los mayores crímenes de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, jamás enmendado y ni siquiera reconocido como tal puesto que ya sabemos que la Historia la escriben los vencedores, fue el asesinato sistemático hasta su exterminio de los cátaros, los hombres puros, que intentaron en su ingenuidad recuperar buena parte del mensaje original de Jesús el Cristo y se encontraron con la irritada y violentísima reacción de una institución que, aunque enarbola y emplea su imagen y (parte de) sus palabras como propias y para sus propios fines, nada tiene que ver con él, que jamás tuvo intención de fundarla. La "guerra santa" o "cruzada" que desencadenó Inocencio III (malévolo sarcasmo, semejante nombre) contra aquéllos que con su ejemplo diario desenmascaraban el nido de corrupción, lujuria y poder personal en el que se había convertido la institución papal fue brutal, sangrienta y plena de horrores que hoy no se cuentan. Nadie se ha atrevido a filmar una película seria sobre este asunto, por ejemplo, y existen centenares de títulos sobre temas medievales en la historia del Séptimo Arte.

La guerra de aniquilación del catarismo llevaba incluidos al menos dos pluses, que la hacían especialmente atractiva para los poderes fácticos de la época. En primer lugar, la expansión territorial de la ambiciosa y ególatra casa de los Capetos, ávida de reunir más territorios bajo su control sin importar el coste humano. En segundo lugar, la destrucción del Languedoc como centro artístico, cultural e incluso espiritual, un verdadero paraíso dentro del oscurantismo impuesto a toda Europa que, si hubiera logrado desarrollarse y expandirse, habría permitido escribir una Historia de los europeos muy diferente a la que hemos conocido y padecido (por eso precisamente se hizo urgente aplastarla y arrasarla).

El episodio más conocido de la "cruzada" albigense y uno de los más vergonzosos lo protagonizaron el barón de Amury y comandante militar en jefe de las tropas católicas, Simón de Montfort, y el abad de Cîteaux y comandante religioso en jefe de las mismas tropas, Arnaud Amaury (a la derecha, con cara de no haber roto un plato en su vida). A finales de julio de 1209, la numerosa expedición comandada por ambos monstruos sedientos de sangre tomó al asalto la ciudad de Béziers, cuyas defensas eran bastante pobres. Los guerreros exterminaron después a varios miles de personas (se calcula que cerca de 8.000) sin tener en cuenta su edad, su sexo, su religión ni, por supuesto, si sabían siquiera manejar una espada. Muestra de la brutalidad con que se condujeron es el hecho de que muchas de las víctimas cayeron en la misma iglesia de la Magdalena (curiosamente, en esta iglesia) de Béziers. Se trataba de dar un golpe pavoroso..., tan tremendo, que el resto de plazas que simpatizaban con los cátaros renunciaran de inmediato a la defensa por temor a que les ocurriera lo mismo.

En ese escenario y ante las dudas de si había que perdonar la vida a alguien o no, fue cuando el abad Arnaud pronunció esa frase horrenda, que hoy se recuerda casi como un chiste estúpido sin tener en cuenta la maldad que encierra:

- ¡Matadlos a todos, que Dios ya reconocerá a los suyos!

Lo más siniestro de esta frase es que se ha convertido en uno de los argumentos favoritos de todos los fanatismos religiosos, sin distinción de apellidos. Y también de los fanatismos políticos y sociales. Es, casi, un adelanto del tipo de conceptos políticamente correctos que nos ahogan en la actualidad. Esa línea de pensamiento que soportamos en nuestros días en los que lo de menos es pensar por nosotros mismos y proponer iniciativas, porque lo único que se promociona y se premia es la obediencia estricta a lo que dice el de arriba. Y ni siquiera el que está arriba del todo sino simplemente el que tenemos un escalón por delante. Eso sí, todo muy adornado con las grandes palabras de siempre (libertad, democracia, solidaridad, etc.) y sacando pecho por unas virtudes con las que a todo el mundo le gusta emparejarse (trabajo, coherencia, voluntad, etc.) pero que en realidad son virtudes virtuales, valga el juego de palabras, porque en la práctica casi nadie las aplica de verdad.

El último (y enésimo) ejemplo de ello lo hemos tenido con la ejecución sumaria de Osama Ben Laden. El único político de España (y mira que hay políticos en este país) al que le he oído un razonamiento lógico desde lo del videojuego de Abbotabad del otro día ha sido el presidente regional de la Junta de Extremadura Guillermo Fernández Vara, que se ha mostrado públicamente "muy sorprendido" por la reacción que la muerte de Ben Laden ha suscitado en España, entre otras cosas porque sienta un precedente internacional "de una gravedad tremenda". Y recuerda: "Yo creía que nosotros, los españoles, no éramos América, creía que éramos Europa (...) porque puedo comprender que emocionalmente un pueblo al que le han asesinado tanta gente (en el 11-S) reaccione como si hubiera ganado la final del mundial de béisbol pero no que se acepte como irreversible que se puede entrar en otro país sin permiso y, pudiendo detener a una persona, que según nos han contado así es, no se le detenga y se le mate."


Y sigue preguntándose: "¿Puede una resolución de un Congreso de un país facultar entrar en otro sin una declaración previa de nada? Y aquí (en España) nadie se plantea nada, nadie se lo plantea (...) ¿a cuántos hay que matar para que luego te puedan matar a ti sin juicio justo? ¿Dónde ponemos el límite?"

La inquietud de Fernández Vara me parece tan honesta como detestable y deshonesta ha sido la reacción de la inmensa mayoría de nuestra clase política, aplaudiendo hasta con las orejas la intervención americana. Incluso, en plan lírico como le gusta a ese señor que todavía se sienta en el puesto de presidente del gobierno de España, justificando que "es muy probable que el destino de Bin Laden sea buscado por él mismo después de su sanguinaria trayectoria" y que en todo caso "es fácil comprender e imaginar que en una operación de esa naturaleza las circunstancias hayan llevado al resultado de la acción encomendada" por Obama a sus Navy Seals.

Imaginemos, por un momento, que un comando de la Guardia Civil entra en el Gran Ducado de Luxemburgo por sorpresa en una acción semejante y acribilla a tiros al hoy fugado Josu Ternera (detestable etarra de historial criminal personal bastante más probado que el de Ben Laden, ese villano perfecto al que se le ha acusado de todo pero sobre cuya participación real en cuantos crímenes se le achacan no hemos visto una sola prueba, aparte de su verborrea incansable y antiamericana) reunido junto a otros terroristas de ETA que planearan la ejecución de un nuevo atentado en España. ¿Escucharíamos las mismas cosas que hemos escuchado estos días?

Y no quiero hablar de Obama, ese Premio Nobel de la Paz (ya me advirtió Mac Namara en su día sobre este tipo, al que me describió como el doctor Jeckyll mientras su predecesor George Bush desempeñaba el papel de Mr. Hyde, aunque ambos no fueran más que rostros distintos de la misma mentira) que ya ha facilitado tres o cuatro versiones diferentes de lo que sucedió en Abbotabad y que en una entrevista para un programa de televisión de la cadena CBS ha tenido el cinismo de declarar que "cualquiera que se cuestione si Ben Laden no recibió lo que tenía merecido, que se lo haga mirar". ¿Que se haga mirar el qué? ¿Su nivel de obediencia ciega o el de su hipocresía formal?






Hoy el ministro de Inteligencia de Irán Heidar Moslehi ha lanzado un mensaje un tanto críptico que apoya ciertos fuertes rumores que vienen sonando tiempo atrás (también me los contó Mac Namara, años ha): que Ben Laden en realidad murió "de una enfermedad hace tiempo" y no en la operación militar norteamericana del 1 de mayo (por cierto, no hemos comentado la fecha...) pero se le mantuvo "vivo" ante la opinión pública por diversos intereses geoestratégicos. Por ejemplo, para ayudar ahora a Barack Obama a remontar el vuelo político a fin de que pueda ganar su segundo mandato en las cada vez más próximas elecciones presidenciales. De hecho, es sabido que el ex líder de Al Qaeda sufría una dolencia que le obligaba a someterse a diálisis diaria, por lo que resulta difícil imaginárselo triscando roca arriba, roca abajo, por un agreste Afganistán, de acuerdo a la imagen de malvado clásico que se nos ha facilitado siempre de él (el detalle de "protegerse detrás de una mujer" cuando entraron los Navy Seals en su residencia es casi de novela pulp).

Mentiras sobre mentiras sobre mentiras... Una trampa escondida bajo un engaño detrás de un embuste antes de ser manipulada y finalmente fingir que no existe.Tanto barro como pisoteamos cada día en nuestro planeta enloquecido me ha recordado cierto cuento mexicano que relata el encuentro entre un mono y un tejón.

- ¿A dónde vas corriendo con tanta prisa, hermano mono?
- A esconderme en lo más profundo de la jungla, hermano tejón.
- ¿Pero por qué? ¿Cuál es ese peligro tan inminente?
- Pues que el león, el rey de la selva, ha ordenado a los miembros de su manada que maten a todos los elefantes sin pérdida de tiempo.
- ¡Pero si tú eres un mono, no un elefante!
- Cierto, pero mientras lo averiguan, me chingan.


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