Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

jueves, 26 de mayo de 2011

El buitre

A propósito de ciertas circunstancias que estamos viviendo estos días en la Universidad de Dios con un infiltrado de las Academias del Averno (felizmente descubierto y con el que por cierto me ha tocado debatir agriamente) he reflexionado bastante sobre la mezquindad de algunas gentes que no sólo sufren por ser como son sino que parecen hallar complacencia en hacer sufrir a los demás. Gentes que, tarde o temprano, acaban recibiendo el salario por su comportamiento pero mientras tanto se dedican a destruir, quizá porque sin ellos mismos saberlo son devotas marionetas de Shiva... Y he recordado un cuentecito breve de origen oriental (no tengo ni idea de por qué este tipo de narraciones tienen que venir siempre de esa parte del mundo).
 
El relato habla de un buitre, de magnífico plumaje y colosal envergadura, que se había convertido en el terror de los animales en la cordillera donde habitaba. No porque se atreviera a atacar a nadie, ya que los buitres son de por sí cobardes y carroñeros y rara vez se enfrentan cara a cara con otro animal, sino porque al estar su presencia asociada a la muerte su mera visión llevaba asociadas las malas noticias. El pajarraco lo sabía y se regocijaba volando muy bajo y por encima de todos, incluso en las ocasiones en las que su presencia no estaba justificada en absoluto, pues se sentía poderoso e intocable y le gustaba que la gente le tuviera miedo: era una forma de ser importante (todos los enfermos que no saben ser amados y, en consecuencia, no lo son, disfrutan al sentirse temidos).
 
Un día, un humano que se dedicaba a la caza con arco y flecha llegó a las montañas y se quedó impresionado cuando vio el animal. En realidad, había oído hablar del temido ejemplar y se había desplazado a la región con objeto de cazarlo. Pensando que podrían pagar un buen dinero por semejante pieza, se dispuso de inmediato a la labor ocultándose adecuadamente entre las rocas para tomarle por sorpresa. Allí aguardó pacientemente con su arco armado y,  cuando el buitre como era su costumbre sobrevoló su cabeza tan cerca, el arquero, sin dar crédito a su buena fortuna porque la presa se le ofreciera con tanta facilidad, le disparó una sola flecha. A tan corta distancia, el dardo se clavó profundamente en el cuerpo del bichejo y le produjo una herida mortal.



Mientras el buitre caía hacia el suelo, tuvo tiempo de mirar de refilón al humano que le había asaeteado y de graznar varias maldiciones contra él, pero en el fondo se sabía impotente y próximo a morir. Entonces se dio cuenta de que la flecha que le atravesaba estaba rematada con plumas de..., buitre. 
 
Y, justo antes de estrellarse en el suelo, se confesó amargamente a sí mismo:

- En realidad, no tengo derecho a lamentarme porque lo que nos acaba llegando en la vida es justamente lo que nació en nosotros mismos.
 
Y murió, por supuesto.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario