Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

jueves, 17 de marzo de 2011

Nasrudin y el sendero de la montaña

Mi profesor de Misticismo y Paradojas, el gran Nasrudín, insiste mucho en la cuestión del libre albedrío y el hecho cierto de que en este asunto el hombre común poco puede hacer para librarse de su destino, sujeto como está a sus mecanismos particulares que le conducen en una dirección o en otra con independencia de sus deseos. Tiene a su favor que la Naturaleza le plantea pruebas todos los días para que se dé cuenta de esta circunstancia desfavorable y así pueda despertar lo suficiente como para empezar a tomar las riendas de su vida y cambiar algo; pero los dioses y los demonios son fuerzas muy poderosas: demasiado, a juzgar por la escasez de personas que logran entreabrir los ojos lo bastante como para responsabilizarse de, como diría el viejo Gurdjieff, la "urgente necesidad a la que deben dedicar sus vidas sin perder un solo instante, como el preso que debe fugarse de la cárcel". 

La inteligencia no tiene nada que ver en el debate. Hay hombres muy inteligentes pero cuyos ronquidos se oyen incluso en Estambul, porque el conocimiento que poseen es letra muerta: más un peso que una ayuda. Nasrudin nos contó en clase hace poco tiempo el caso de uno de ellos, muy respetado en su ciudad, al que se tenía por un gran erudito y juez de los hombres. Él se entretenía con diversos experimentos en los cuales estudiaba a la gente con cierta sorna, colocándose a sí mismo por encima de los demás, y dispuesto a siempre a rentabilizar cuanto aprendiera para su mejora personal.

En cierta ocasión, este "sabio" se presentó en una aldea donde preguntó por el hombre más sincero y también por el más mentiroso de la localidad. Las autoridades locales, conocedores de la fama de gran estudioso del investigador, quisieron complacerle (para ver si algo sacaban ellos de su visita) y tras un breve debate concluyeron que el tipo más embustero se llamaba Ziyak y el más veraz era Ardaván. A continuación, le acompañaron a casa de cada uno de ellos sucesivamente y a ambos les hizo la misma y simple pregunta:

- ¿Cuál de los cuatro caminos que dejan la aldea es el mejor para llegar al próximo pueblo? ¿El río, campo a través, bordeando el pantano o el sendero de la montaña?

Ardaván, el sincero, contestó de inmediato:

- Sigue el sendero de la montaña.

Ziyak, el mentiroso, respondió también sin pensarlo mucho:

- Ve por el sendero de la montaña.

El erudito quedó perplejo ante la coincidencia de las respuestas y, agradeciendo a las autoridades de la aldea, se despidió y emprendió la marcha por el sendero de la montaña. Cuando llegó al pueblo siguiente, comentó el sucedido en el café de la localidad, donde a la sazón se encontraba mi profe Nasrudín, que había ido a visitar a unos primos suyos. Mostrando una sonrisa condescendiente y una aparente comprensión de lo ocurrido, el erudito sentenció:

- He llegado perfectamente a vuestro pueblo a través del sendero de la montaña, así que es evidente que he cometido un error lógico básico... Pregunté a las personas equivocadas, que no supieron decirme de verdad quiénes eran la persona más sincera y la más embustera. O por lo menos, el nombre de ésta última.

- ¿Dices que te indicaron los nombres de Ardaván y Ziyak? -intervino Nasrudín y, ante el asentimiento del erudito, le rebatió:- Pues las autoridades locales te respondieron adecuadamente. Conozco a toda la gente de las aldeas vecinas y en este caso ambos son quienes te dijeron que eran.

- Pero no puede ser -contestó aún sonriendo con cierto despecho el erudito-. Si Ziyak fuera tan mentiroso, no me habría recomendado este camino igual que lo hizo Ardaván.

Nasrudin también sonrió, pero con un gesto más agradable y festivo.

- En realidad, el río es la ruta más fácil, rápida y segura, de manera que es normal que el embustero te sugiriera el sendero de la montaña, que cuesta mucho esfuerzo subir, tiene riscos muy peligrosos y por el cual se tarda bastante más que si hubieras tenido una barca para navegar. Sin embargo, el hombre sincero no sólo fue veraz sino observador: cuando te recibió en casa vio que viajabas a lomos de un burro de montaña y por eso te sugirió también el mismo sendero ya que sabía que para ti sería el más cómodo gracias a tu medio de locomoción. 

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