Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

martes, 22 de junio de 2010

En busca de la creatividad

Una de las principales leyendas urbanas de la Literatura, sobre todo en la época contemporánea, es el supuesto miedo a la hoja en blanco. ¿Acaso es cierto eso de que llega un momento en el que se le agotan a uno los temas, las ideas, los personajes, las cosas que contar..., cuando se dedica profesionalmente (en España, mejor digamos semiprofesionalmente) al oficio de juntar palabras? ¿Qué sucede si estoy escribiendo LA novela y resulta que me quedo sin inspiración a medio camino? ¿Y si ni siquiera soy capaz de escribir el primer párrafo, la primera frase, la primera palabra...?

Mi propia experiencia me sugiere que ese miedo no es más que una excusa de escritores perezosos o amateurs para justificar sus propias limitaciones. Es más, tengo la teoría de que este mito lo inventó alguien que se hacía pasar por autor pero que en realidad no lo era sino que se limitaba a copiar los textos de otra persona menos popular, hasta que dejó de tener acceso a ellos por la causa que fuera y entonces, sí, le vino el "bajón creativo". Y es que todos los escritores de verdad que he conocido, ésos que sienten la necesidad de expresarse por escrito sin importar si producen best sellers o se limitan a encadenar frases por afición y sin más pretensiones, poseen cierto fuego interior que les impulsa a redactar, con independencia de las circunstancias en las que puedan hacerlo. Siempre han escrito, contando lo que sucedía a su alrededor o en su interior o en algún lugar muy lejano del Universo..., y muestran intención de seguir haciéndolo hasta el fin de sus días. Porque estar iniciado en la casta de los escribientes no es una habilidad cualquiera sino un don concedido directamente por el gran Thoth: el Djehuty de los egipcios, divinidad maestra del gremio (y mi tutor en la Universidad de Dios) al que no en vano se representa con el cálamo en una mano y la tablilla en la otra.

La escritura es un acto máximo de comunicación con otros seres humanos. Uno de los más importantes que conocemos en nuestra sociedad, puesto que el autor desnuda a través de su obra su Weltenschauung, su visión del mundo, y la transmite (y en ese acto insensato se expone al juicio de todos: desde el erudito hasta el iletrado) en el tiempo a un número indeterminado de lectores, que pueden llegar a ser muchos millones a lo largo de las sucesivas generaciones. ¿Soñaría acaso el autor de la Epopeya de Gilgamesh con el hecho de que su texto pudiera sobrevivir al nacimiento y derrumbe de sucesivas civilizaciones hasta el punto de que pudiera llegar a ser leído por gentes que nacerían miles de años después? ¿Qué sensación de vértigo histórico se hubiera apoderado de él, en tal caso? Sin embargo y paradójicamente, la escritura supone al mismo tiempo un ejercicio de soledad máxima, derivada de la concentración y el recogimiento necesarios para lograr hallar las frases adecuadas con las que trasladar al papel lo que se quiere comunicar.

Para escribir no se requiere sólo algo que contar y técnica para hacerlo. También se necesita creatividad, pues un escritor es, antes que nada, un dios, un creador de su propio universo literario, la razón última de la existencia de sus historias. Al igual que las divinidades a escala cósmica, el autor debe plantear unas leyes básicas para regir su mundo y sus personajes, y sólo después, cuando está todo el terreno de juego definido con claridad, echar a rodar la bola sin permitirse el lujo de alterar las condiciones prefijadas..., so pena de destrozar toda su labor. Si el proyecto está bien planteado, llega un momento en el que los personajes empiezan a "actuar" por sí mismos, toman sus propias iniciativas y se meten en los líos que ellos escogen, sin limitarse al guión prefijado que el autor pudiera haberles asignado antes de comenzar su narración. Cuando se produce esta "rebelión", sabes que el texto va por buen camino. Es difícil de entender para un néofito (¿cómo es posible que unos personajes creados por mí no hagan lo que yo quiero que hagan?) pero todo aquél que ha practicado alguna vez la teurgia de la creación literaria con éxito sabe a lo que me refiero.

Por cierto que la creatividad es uno de los recursos más buscados en la actualidad por todo tipo de organizaciones: desde empresas de todos los tamaños a centros universitarios o de investigación, pasando por generalatos o gobiernos. En un mundo cada vez más plano y reiterativo, donde la ineptitud, la ineficacia y la indiferencia multiplican el plagio, la vulgarización y la banalización, una persona creadora es cada vez más una rara avis por la que algunas instituciones están dispuestas a pujar con fuerza.

Ante el escaso número de creadores existentes, las fuerzas directivas del mundo han puesto en marcha en los últimos años una auténtica cruzada para tratar de averigüar dónde se esconde esta cualidad y cómo desarrollarla al gusto del consumidor. La buscan, como casi todas estas cosas, en el cerebro: entre impulsos eléctricos, sustancias químicas y densidades de neuronas, echando mano de la última tecnología en resonancia magnética. Recientemente The New York Times publicaba un reportaje acerca de estas investigaciones de la mano de Rex Jung, catedrático de neurocirugía de la Universidad de Nuevo México en la Mind Research Network (Red de Investigación de la Mente) de Albuquerque y, según su propia definición, líder del primer equipo que desarrolla una investigación sistemática sobre la neurología del proceso creativo, incluida su relación con la personalidad y la inteligencia.

Una de las primeras cosas que Jung ha constatado es que la creatividad es un proceso más complejo del que se pensaba y que no existe una forma única para medirlo. De hecho, no hay una manera clara de hacerlo, porque las típicas pruebas de inteligencia son fiables para constatar precisamente eso: ciertos tipos de inteligencia, pero en este momento todavía no existen unas pruebas equivalentes para medir la creatividad. Por ello, Jung ha diseñado unas mediciones que pretenden suplir esa ausencia de método, entre las que figura un formulario de logros creativos, en el cual se pide a los sujetos estudiados en el laboratorio que califiquen sus aptitudes en una decena de campos (entre los que se encuentran la música, el humor, las artes visuales, los descubrimientos cientificos y..., la escritura creativa). También se desarrolla la propuesta planteada en su día por el psicólogo J. P. Guilford, que consiste en pedir a los participantes que ideen funciones "nuevas" y "útiles" para objetos corrientes como un lápiz o una hoja de papel. E incluso se roza el absurdo al diseñar preguntas extravagantes, una especie de koanes "a la occidental" como por ejemplo: suponga que las nubes tuviesen cuerdas, ¿qué consecuencias tendría eso en la vida diaria?

Con todas las respuestas obtenidas merced a estos tests, se elabora un "índice de creatividad compuesto" que sirve para estudiar cómo funciona la creatividad. Entre los resultados obtenidos por Jung, un estudio concreto que involucraba a cerca de setenta personas llegó a la conclusión de que la creatividad posee un recorrido más complejo y menos previsible que el de la inteligencia. Según las propias palabras de Jung: "El cerebro parece comportarse como una eficaz autopista que puede llevarle a uno del Punto A al Punto B en el tiempo más corto posible. Sin embargo, en las regiones del cerebro relacionadas con la creatividad, es como si existieran un montón de pequeñas carreteras secundarias con todo tipo de interesantes rodeos y caminos poco frecuentados". Desde un plano meramente físico, mientras la inteligencia se relaciona con un funcionamiento rápido y eficiente de las neuronas, la creatividad se desarrolla en cerebros con una materia blanca más fina y unos axones de conexión que ralentizan el tráfico neuroquímico. ¡La creatividad parece sumarse al movimiento Slowly!

En el fondo, esto ya lo sabían los antiguos: lo importante del viaje no es la meta sino el camino.

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