Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 21 de abril de 2010

The Wicker Man

Uno de los más fieles lectores del blog, Sua Ilustrissima Eminenza il Condotiero della Comedia del Arte, me facilitó el otro día una película difícil de encontrar en nuestro país, a pesar de que no es excesivamente antigua. Se trata de The Wicker Man (El Hombre de Mimbre), rodada en 1973 y, que yo sepa, jamás traducida a nuestro idioma. De hecho, nuestro comunicante adquirió el DVD en Londres y, como suele suceder con este tipo de productos en el Reino Unido, contenía exclusivamente la versión original en el idioma del imperio británico... ¡Qué diferencia con los DVDs editados en España que suelen ofrecerse doblados en varios idiomas y con subtítulos en otras diez o doce lenguas, incluido el catalán (aunque igual deberíamos protestar, porque nunca se traducen al bable ni al castúo). Sin embargo, la película sufrió recientemente un remake del mismo nombre made in Hollywood y protagonizada por el gimoteante Nicolas Cage. A pesar de la presencia del sobrino de Francis Ford Coppola (sí, claro, por eso está en el cine..., ¿por qué, si no?) como protagonista de la nueva versión, ésta me gustó, motivo por el cual mi corresponsal se apresuró a tirarme de las orejas y se ofreció a dejarme ver la versión buena. Dicho y hecho, la verdad es que..., me convenció.

El argumento de The Wicker Man (la dirigida por Robin Hardy y adaptada por Anthony Shaffer en 1973) es tan original como provocativo y se basa en la novela The
Ritual (El ritual) de David Pinner: un sargento de Policía llamado Neil Howie (y encarnado tan fría como adecuadamente por Edward Woodward) es enviado a la mal comunicada isla de Summerisle en el noroeste de Escocia (inspirada en las Summer Isles reales que forman parte del archipiélago de las Hébridas) para investigar la denuncia de desaparición de una niña, Rowan Morrison, de la que tiene incluso una foto pero que según los habitantes del lugar jamás existió ("o si alguna vez lo hizo, ya no más", como asegura en un momento dado la profesora de su colegio). El agente descubre enseguida que le están ocultando información. Y no una ni dos personas, sino el pueblo entero. La parte más interesante de la historia es el enfrentamiento entre la visión cristiana pura y dura de la vida que aplica el policía (que no sólo reza de rodillas ante su cama antes de acostarse sino que además es virgen y por ello la primera noche que se aloja en la isla lo pasa realmente mal al imaginar la danza de su cantarina vecina de cuarto: una esplendorosa -y desnuda- Britt Ekland en el papel de la pícara Willow) y la visión pagana pura y dura de la vida que aplican todos los habitantes de la isla (con los niños aprendiendo el significado fálico del palo de mayo, los amuletos célticos presentes por doquier o grupos de jóvenes desnudas saltando sobre una hoguera en un alegre ritual junto a unos dólmenes). Ambas visiones son interpretaciones contradictorias de la existencia, destinadas a chocar entre sí a lo largo de la película igual que lo han hecho en siglos anteriores..., pero esta vez con un resultado diferente. Lo grande del caso es que, salvando lo que ocurre en las brutales escenas con que concluye la película, ninguna de ellas prevalece, en el ánimo del director, como mejor o como preferible una sobre la otra. Son igual de válidas y al espectador sólo le queda escoger con cuál se queda. Eso sí, antes del desenlace.

Tras una serie de frustrantes pesquisas que no conducen a nada, excepto a incrementar su disgusto personal y su repugnancia por cuanto sucede en esa isla "dejada de la mano de Dios", el sargento Howie de
cide ir a visitar a la máxima autoridad de la isla: Lord Summerisle, interpretado por un sorprendente Christopher Lee que no precisa implantarse colmillos de pega para hacernos remover en el asiento. Para su sorpresa, Lord Summerisle no sólo no le apoya sino que da la razón a los lugareños y explica la importancia de que aquella rareza cultural siga en pie en el mundo moderno, aunque para ello tenga que resguardarse en un lugar tan alejado de la civilización. Tras esta decepcionante entrevista, el policía termina por deducir lo que parece estar ocurriendo: la niña desaparecida no ha muerto, está prisionera y será sacrificada en un ritual pagano a celebrar al día siguiente, justo el 1 de mayo (la sagrada fiesta celta de Beltaine, una de las cuatro más importantes del año y celebrada en el Viejo Continente desde tiempos inmemoriales, hoy suplantada burdamente en nuestro calendario contemporáneo por una tontuna de carácter sindical). La sacrificarán para recuperar la fertilidad de las cosechas, sobre todo de manzanas (la fruta por excelencia de los relatos célticos: simboliza la sabiduría) porque la de aquel año ha sido muy mala y "los dioses reclaman una víctima".

Ojo, que a continuación revelo el final de la película... Sucede que el sargento Howie reduce a uno de los participantes en el carnaval pagano que precederá al ritual y ocupa su lugar bajo su disfraz. Y en efecto, el desfile carnavalesco acaba llegando junto a la costa donde encuentran a Rowan maniatada y, según parece, lista para el sacrificio. El policía sale de entre el grupo, libera a la niña y escapa con ella a través de una gruta. Rowan le conduce hasta otra salida..., donde le esperan Lord Summerisle y el resto de la comunidad. Y aquí se descubre que todo lo ocurrido durante esos días era un plan muy bien elaborado para atraerle a la isla, mantenerle en ella y finalmente capturarle ese mismo 1 de mayo porque desde el primer momento la víctima sacrificial no era la niña..., sino él mismo. Retenido por los numerosos aldeanos, el sargento Howie es preparado ritualmente y luego introducido en el interior de una escultura gigante que representa a un hombre de mimbre donde será quemado vivo junto con otros sacrificios animales y vegetales, para que los campos puedan recuperar su fertilidad y sus buenas cosechas por medio de este verdadero holocausto. Para añadir más horror a la escena, todos los habitantes cantan y bailan, sonrientes ante la expectativa de los beneficios que esperan obtener, mientras el policía arde en medio de gritos de rabia, miedo y dolor.

The Wicker Man, a pesar de algún defecto menor, es una gran película de terror como las que ya no se hacen: con un presupuesto mínimo y una idea brillante sabe crear progresiva y eficazmente una atmósfera malsana que responde a la perfección a los objetivos del argumento. Además, posee una banda
sonora potente (a título particular, me faltó tal vez una versión del tradicional "John Barleycorn" cuando el sargento Howie interroga a los cocineros) y un cuidado nivel de documentación. No sólo eso, sino que además termina como debe de terminar para hacer honor a su género: mal. Nada de rescates imposibles, deus ex machina, de última hora y sí un inquietante poso de "¿acaso estará sucediendo algo similar hoy en alguna parte del Reino Unido?".

Sólo hay un pero que objetar a la historia, aunque no achacable ni al autor del libro ni al guionista o el director, y es el uso real del H
ombre de Mimbre que, si bien es cierto que se empleó entre los pueblos celtas, al menos en la antigua Galia, tal vez no fuera como siempre se ha creído y como así aparece en la película. De hecho, el mayor difusor de las "salvajes costumbres de los druidas" (casta céltica que, a propósito, era la menos "salvaje" en esta denostada y vieja cultura europea) fue el ambicioso, astuto y mentiroso Julio César: un gran propagandista experto en minimizar y criticar las excelencias de cualquier otra cultura que no fuera la de la Antigua Roma, así como en exagerar o directamente inventar sus defectos. Fue él quien defendió con mayor ahínco en su versión de cómo se desarrolló la llamada Guerra de las Galias la teoría de que los druidas realizaban sacrificios quemando vivos a sus víctimas en el interior de estas estructuras, pero muchas de su opiniones las recogió de habladurías y de su escasa experiencia propia al respecto (y sus ganas de pasear el druidismo por el lodo). Sin embargo, las últimas investigaciones de los especialistas sugieren un uso muy diferente. Uno de ellos es Jean Markale (en la fotografía de la izquierda), uno de los más grandes estudiosos contemporáneos de la cultura celta y quien por desgracia partió hacia Tir Na Nog hace año y medio dejándonos huérfanos de su inmensa erudición en este campo. Markale, como otros autores, apunta hacia la posibilidad de que el Hombre de Mimbre fuera en realidad una especie de "máquina primitiva para viajar a otras dimensiones"..., en el sentido de que, entrelazado con ese mimbre, sus constructores colocaban cáñamo y otros vegetales de conocidas propiedades alucinógenas que, al arder, provocaban un vapor con el cual los iniciados podían sumirse en un estado alterado de conciencia con el que penetrar en los mundos sutiles. Las presuntas víctimas que penetraban en el Hombre de Mimbre no lo hacían, entonces, para ser quemadas allí sino para descender a una cavidad previamente excavada o ya existente (sobre la cual se levantaba la escultura) donde se acostaban dispuestos a aspirar estos vapores mágicos.

Hecha esta salvedad, regresamos a la versión moderna de The Wicker Man
rodada en 2005 bajo la dirección de Neil La Bute y lo cierto es que, tras conocer la original, este remake muestra su verdadera esencia: sigue siendo una piedra brillante (ya que conserva la idea original), pero no es más la pepita de oro que parecía en una primera visión sino una baratija de poco monta. Sin entrar en la calificación de los protagonistas (a Cage lo conocemos suficientemente, pero es que Ellen Burstyn como Lady Summerisle y Kate Beahan como Willow son aún más flojas), entendemos el porqué de la falta de sentido en su guión... Porque la segunda cinta sitúa la acción en una isla de la costa oeste de los Estados Unidos, adonde llega Cage en su papel de Edward Malus (el apellido es verídico) investigando a título privado la desaparición de la niña, hija de una exnovia suya, que al final resulta ser también suya. Por cierto que inicialmente Malus no es sargento de la Policía sino un motorista de tráfico; pero eso no es lo malo sino que todo el conflicto entre el Cristianismo y el Paganismo Celta, tan bien planteado en la película original, aquí desaparece y es sustituido por un confuso enfrentamiento entre el mundo moderno del teléfono móvil y los bares de copas frente al mundo brujeril de una secta feministoide de estilo New Age que castra culturalmente a los hombres. Hasta Lord Summerisle es sustituido por Lady Summerisle..., con lo que el público queda privado de la posibilidad de escoger bando: desde el principio está claro quién es "el bueno" y quiénes son "las malas". Como La Bute es incapaz de lograr la gran atmósfera construida por Hardy, la sustituye por recursos vulgares del cine estadounidense contemporáneo: desde el toque sobrenatural de la desaparición inicial de la madre y la hija hasta el epílogo al estilo de cualquier serie gore como Pesadilla en Elm Street. La mejor muestra de la impotencia de esta segunda versión es el manido recurso a los bichos para identificarlos con el Mal y esta vez le toca a las abejas. Así que el policía interpretado por Cage resulta ser alérgico a estas simpáticas productoras de miel. Por supuesto, la cosecha que ha salido peor ese año en la isla no es la de las manzanas, como en la película original, sino la de la miel y por supuesto también las "paganas feministas" son apicultoras. El resto del remake parece calcado (y empeorado), escena por escena del original.

Resumiendo: para quien no haya visto la primera The Wicker Man, la segunda le gustará pero le dejará insatisfecho. Recomendación: localizar cuanto antes la versión de Hardy y Schaeffer. Y respecto al Condotiero della Comedia del Arte, lo dicho: mención especial y nombramiento como fiel-lector-del-mes. ¡Enhorabuena!

1 comentario:

  1. Gracias por escribir un comentario sobre la película. Recién termino de verla y quise informarme un poco más.

    Para quien no la encuentre en los videoclubs o tiendas de películas, aquí está online:

    http://www.ver-pelis.net/the-wicker-man/

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