Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 7 de abril de 2010

La fragilidad de la memoria

Me parece que fue en el Victoria and Albert Museum de Londres, hace ya unos cuantos años, donde por primera vez comprendí de verdad lo poco (o mejor: lo nada) que podemos fiarnos de la información que nos facilitan constantemente nuestros sentidos corrientes y, mucho menos, de la información archivada en nuestra memoria. En aquella época tenían una instalación (entonces temporal, ignoro si continúa estando allí) sobre el cuerpo humano con un apartado dedicado específicamente a la actuación de la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto gracias al cual uno se hacía consciente de que la realidad que nos rodea no existe como tal sino que es una reconstrucción socialmente aceptada a partir de la interpretación común de los estímulos que recibimos a través de estos sensores externos. En ese sentido, los que llamamos "locos" no son más que personas que construyen (y viven) una realidad diferente porque interpretan los mismos estímulos de una manera alternativa a la de la mayoría de las personas. Por eso tienen "obsesiones" e "ideas fijas" que les conducen por caminos tan distintos y son capaces de desarrollar una fuerza y un empuje "anormales", ya que se mueven la mayor parte de su tiempo en parámetros no comparables con los de la mayoría. Algo de esto hay en Big Fish, la adaptación cinematográfica de Tim Burton de un interesante libro de Daniel Wallace.

Uno de los experimentos que el visitante podía probar en esta exposición era su limitada capacidad de atención y la fragilidad de su memoria. Consistía en colocarse frente a una pequeña pantalla donde, después de sucesivas advertencias para estar lo más atento posible, uno contemplaba la escena completa de un suceso: un tipo robaba a otro y era ayudado en su huida por un cómplice, todo en la calle, a plena luz del día y con absoluta claridad. Así de simple. Lo complicado llegaba después, ya que en la misma pantalla aparecía un agente de policía que comenzaba a tomar declaración al visitante, en calidad de testigo de los hechos, sobre lo que recordaba de aquel suceso. Entonces uno debía interactuar con la máquina e ir rellenando digitalmente los sucesivos cuestionarios del agente. ¿De qué color era el cabello del primer ladrón? ¿Tenía gafas, barba, algún signo externo reconocible como alguna cicatriz? ¿Cómo iba vestido exactamente? ¿Jersey, camisa, cazadora, americana..., de qué color? ¿Llevaba algún complemento: una cartera, un paragüas, un bolso de mano...? ¿Habló en el momento de cometer el delito? ¿Qué dijo? ¿Insultó, blasfemó, gritó? ¿Cómo era su voz? ¿Y el segundo ladrón? ¿Qué podría decir de él? ¿Había más testigos en la calle, a los que la Policía podría acudir para contrastar la declaración del visitante? ¿Qué tiempo hacía? ¿Pasaba algún vehículo por ahí en aquel momento? Etcétera.

Con pavor, descubrí que a pesar de que sólo habían transcurrido unos escasos minutos desde la proyección del robo y a pesar también de que pensaba haber estado muy atento a lo que ocurría, no recordaba la m
ayor parte de los detalles que el cuestionario digital me planteaba y empecé a contestar un poco por intuición, más que por lo que pudiera atestiguar realmente. El resultado final del experimento comparaba las respuestas correctas con las que yo había aportado y concluía que mi estatus como testigo era muy poco fiable. Vamos, que si por mí fuera, es posible que en un caso real hubiera acabado condenando a la cárcel a un inocente.

Impactado por la experiencia, me dediqué a partir de entonces a seguir de cerca todas esas secuencias de películas y telefilmes, tan del gusto norteamericano, en las que un abogado pregunta a alguien en un juicio aquello de "¿qué hizo usted la noche de autos, el tal del tal de hace tantos años?" y el alguien responde alegremente y sin dudar: "hice esto y lo otro y lo de más allá, acompañado por Fulanito y hasta tal hora". Son todas escenas muy similares, aunque los argumentos de las respectivas películas cursen sobre asuntos bien diferentes, pero son todas escenas falsas..., porque descubrí que a la inmensa mayoría de las personas (si no a todas, con la excepción, tal vez de algunos "locos") les pasa lo mismo que a mí: son incapaces de recordar con claridad más del 90 por ciento de las cosas que suceden en su vida, por mucha importancia que hayan tenido en un momento dado. E incluso ese 10 por ciento está muy limitado y suele mezclar recuerdos y sens
aciones hasta falsear el hecho en sí, lo cual demuestra el bajo (el ínfimo) nivel de vigilia en el que transcurre nuestra vida diaria, que pasa ante nuestros ojos sin que seamos conscientes de que está pasando.

Además, esa memoria es fácilmente manipulable. En Blade Runner, la adaptación cinematográfica de la interesante novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? aparecen unos androides tan
perfeccionados que ellos mismos ignoran que lo son porque poseen injertos de memorias ajenas en su cerebro artificial que les hacen creer que han vivido hechos y experiencias que nunca les pertenecieron. El mismo protagonista acaba dudando, tras enamorarse de uno de estos androides (una "mujer" que estaba convencido de serlo y que apenas logra superar el shock emocional -dentro de las emociones que pueda sentir un androide- al descubrir que no es completamente humana), de si él mismo lo es o no. Pues bien, este argumento de aparente ciencia ficción es hoy una realidad. Lo demostró la psicóloga norteamericana Elizaberth Loftus, de la Universidad de Washington y especializada en falsos recuerdos.

En uno de sus experimentos, Loftus descubrió con asombro que más de un tercio de los sujetos sometidos al mismo recordaba "con nitidez" hechos que jamás habían sucedido y que además era imposible q
ue hubieran sucedido como se describían. Se trataba de circunstancias concretas como por ejemplo, el abrazo cariñoso que los sujetos decían haber recibido de Bugs Bunny (de un actor disfrazado como el famoso "conejo de la suerte") cuando, siendo niños, visitaron uno de los parques de atraciones de Disney World. Todas esas personas estaban convencidas de que habían protagonizado tan entrañable momento y lo explicaban con pelos y señales: quién les acompañaba, en qué lugar del parque fue, el espectáculo Disney que vieron luego..., incluso a pesar del hecho de que ¡Bugs Bunny jamás pudo pasearse por uno de los parques Disney porque se trata de un personaje de su competidora Warner Brothers!

Otro trabajo de interés de los últimos años en el campo de la memoria lo firma el psicólogo también norteamericano Daniel Wegner, de la Universidad de Virginia, quien certificó la existencia de un tipo de memoria "portátil" que no almacenamos en nuestra cabeza sino fuera de ella..., un poco al estilo de los documentos y los trabajos informáticos archivados "en nube" que se cuelgan en algún punto de Internet en lugar de en nuestros ordenadores personales o en algún dispositivo de memoria. Un ejemplo sencillo es el de los números de teléfono. ¿Cuántos números somos capaces de recordar habitualmente, fuera del de nuestra casa, nuestro móvil, nuestro trabajo y algunos de nuestras personas queridas? No hacemos el trabajo de recordar más, primero, porque nuestros recursos mentales son limitados y, segundo, porque no hace falta ya que para eso tenemos las agendas, en papel o electrónicas. En lugar de recordar los teléfonos de las cien o doscientas personas con las que más nos tratamos en la vida corriente, recordamos dónde tenemos apuntados esos teléfonos y acudimos allí a buscar uno en concreto.

Yendo un paso más allá, Wegner sometió a un test de memoria a casi 60 parejas, todas las cuales llevaban un mínimo de tres meses de relación estable. A la mitad de ellas se les permitió hacer juntas el test. La otra mitad fue obligada a separarse y a emparejarse con otras personas a las que no conocían de nada para hacer el mismo test. A continuación, el psicólogo mostró un total de 64 frases a cada pareja. En cada frase siempre aparecía una palabra subrayada para ayudarles a memorizarla. Por ejemplo: "Este artículo es muy interesante." Después de cinco minutos de repasar todas las frases, las parejas debían escribir todas las que pudieran recordar y, como es lógico y era de esperar, aquéllas que estaban formadas por dos personas que se conocían muy bien recordaron bastantes más frases que aquéllas formadas por dos personas que no se conocían de nada. Pero ¿por qué "como es lógico y era de esperar"?

Porque, según demostró Wegner, cuando dos personas llegan a conocerse profundamente, crean entre ambas un sistema de memoria común mayor que el de cada una de ellas por separado (en la línea de lo que ya hemos comentado en alguna ocasión sobre las teorías de Gustavo Le Bon y su "muchedumbre psicológica") al que él llama Memoria Transactiva, que se basa en una comprensión tácita de a cuál de los dos se le da mejor recordar qué tipo de cosas. Es un tipo de memoria compartida que sólo surge a partir de cierto nivel de intimidad y que tiene mucho que ver con la especialización de cada miembro de la pareja en un tipo u otro de informaciones. Y se extiende a todos los miembros de una familia a medida que ésta crece. Según este psicólogo, la pérdida de este tipo de memoria contribuye a hacer más traumático un divorcio y de hecho aquéllos que tras separarse "sufren depresión o se quejan de disfunciones cognitivas pueden estar manfiestando en realidad la pérdida de sus sistemas externos de memoria (...) Antes podían contar con el acceso a una gran variedad de informaciones almacenadas en su compañero y ahora todo eso desapareció (...) se siente como si lo que perdiéramos fuera una parte de nuestra propia mente".


Es así como pasan nuestros años y tantas personas llegan al final de sus días amargados y resentidos, pensando que alguien les robó su tiempo (¡un bien tan escaso!) y buscando desesperadamente un culpable que, no se atreven a confesárselo, no hallarán en otra parte más que dentro de ellas mismas.

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