Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 22 de febrero de 2010

El aura de Dan Winter

Un viejo aserto del Periodismo asegura que no news, good news (se puede interpretar literalmente como: es buena noticia que no haya noticias), lo que equivale a reconocer que para los medios por lo general sólo es una información interesante aquélla que es mala. Así parece confirmarlo el hecho de que cada vez que una empresa ha puesto en marcha un proyecto de edición de un diario o una revista sólo con noticias positivas (y ha habido varias intentonas en diversos lugares del mundo) éste ha acabado quebrando al poco tiempo porque ni se vende ni es capaz de captar publicidad suficiente para mantenerse. Al ser humano contemporáneo, a ése que se ufana de estar en la cúspide de la civilización y que sin rubor alguno presenta su constante candidatura como amo, señor y dominador de la Naturaleza (que, por cierto, se ríe de él mandándole de vez en cuando alguna catástrofe para demostrarle lo errado que está), no le interesan las buenas noticias, aunque paradójicamente nunca lo admitirá. Se percibe a sí mismo como alguien tolerante, trabajador, curioso, buena persona…, pero a la hora de la verdad se alimenta de chismorreos, broncas, morbo y desgracias personales o sociales. Y como después de todo ”somos lo que comemos”, luego sucede lo que sucede.

Sin embargo, las buenas noticias existen. Buenas e importantes noticias, si bien la mayor parte de las veces yacen enterradas bajo toneladas de ignorancia, desprecio, interpretaciones erróneas y mala fe. Sin ir más lejos, y volviendo a un asunto recurrente en la Universidad de Dios (y por ende de este blog), acerca e nuestra capacidad real para influir en la vida que nos rodea, sabemos que todo está en nuestro interior, en esa mente ubicada en el sancta sanctorum más sagrado que existe en lo más profundo de cada uno de nosotros (aunque muchos no se hayan enterado siquiera de su existencia) y al que sólo podemos llegar tras una aventura cuasicaballeresca en el curso de la cual hay que derrotar ogros, dragones y otros tipos de monstruos. Ya lo decían los antiguos y lo grande es que también lo dicen los “modernos”, mas por lo general no se suele dar mucha publicidad a este tipo de informaciones.

Sin embargo, de vez en cuando algunos medios “serios” se resquebrajan y por entre los adoquines de los muros con los que nos esconden la realidad real fluyen gota a gota algunas informaciones asombrosas que durante un breve espacio de tiempo se muestran al lector corriente y le invitan a detener los ritmos de su rutina y a plantearse si el mundo que le rodea no tiene mucho más de decorado teatral que de certeza. Así sucedió en el diario La Vanguardia que hace más o menos un año por estas fechas publicó una entrevista fantástica al físico, músico y analista de sistemas Dan Winter. A continuación figura un breve resumen de lo que hablaba Winter en esta fascinante entrevista que, por lo demás, pasó escandalosamente inadvertida tras su publicación. Y recordamos que estamos hablando no de un hippie aficionado al LSD, ni de un charlatán de la New Age, ni de un gurú sectario, ni nada de ese tipo (¡pese a lo que pueda sugerir su fotografía!), sino de todo un señor científico hecho y derecho. El cineasta Darren Aronofsky rodó en 1998 su película Pi (el título original era Phi, pero hubo un erróneo cambio de título de última hora que, probablemente por ignorancia del productor, alteró su significado y luego se verá por qué) inspirado en sus trabajos.

Lo que cuenta Winter:

* El aura existe y se puede medir, hoy, con el empleo de máquinas al alcance de los científicos especializados. Más allá de las experiencias con la conocida fotografía Kirlian, Winter explica que lo que conocemos tradicionalmente como “la aureola de los santos es pura ciencia" como demostró "uno de mis colegas, el profesor Konstantin Korotkov, catedrático de la Universidad de San Petersburgo, diseñó un aparato llamado GDV, visualización por descarga de gas, que conectado a la punta de los dedos y a un ordenador muestra el aura de todo el cuerpo”. ¿Pero el aura no era una alucinación de los aficionados al esoterismo barato? Pues no, gracias a la máquina de Korotkov se ha podido probar científicamente que se trata de un “campo energético” de carácter eléctrico y personal de cada ser humano. Esa máquina “la están usando ya más de diez mil médicos, incluidos los de la Asociación Médica de los Estados Unidos.”

* Gracias a las mediciones del aura realizadas con este equipo se puede chequear el estado del ser humano pues el GDV facilita “información sobre el estado físico y psicológico del paciente” y entre otras cosas permite medir “la empatía entre las personas” más allá de lo que ellas quieran expresar verbalmente en un proceso en el que pueden decir la verdad o mentir, mientras que la máquina no yerra: se limita a interpretar datos. También se puede comprobar si alguien toma drogas y el efecto que eso tiene en su cuerpo, pues crea “agujeros en su aura”, agujeros reales, tangibles y verificables, de la misma forma que gracias a otros instrumentos científicos modernos podemos verificar los daños en los pulmones producidos por los cigarrillos.

* Con este tipo de experimentos se ha logrado por fin una explicación a las visiones que según los testimonios recogidos en los últimos años suelen tener las personas que fallecen pues, en el momento de fenecer, “el campo electromagnético, lo que llamamos vida, sale del cuerpo (…) y la gente suele ver un patrón de simetrías al morir (…) primero ven una rejilla, luego una especie de telaraña y un túnel y finalmente una espiral. Lo que hemos descubierto es que esos cuatro pasos se corresponden con la geometría de pliegues de nuestro ADN". Lo que prueba de alguna forma la existencia después de la muerte, e incluso la reencarnación, aunque de una forma quizás un tanto diferente a la que suele imaginar el común de los mortales pues “cuando morimos nuestro campo electromagnético se va al centro de cada una de nuestras células (…) para salir del cuerpo. A dónde llegue después depende del grado de fractalidad del entorno en que morimos y de nuestra preparación, puede llegar a cualquier punto del universo (…) una rosa, un helecho, una piña…” . La verdad es que la ciencia reconoce bastante claramente la existencia de la vida después de la muerte desde el mismo momento en el que admite que nada se crea ni se destruye en el Universo sino que todo se transforma constantemente. Si no hay pérdida, no podemos desaparecer tras la muerte física... Esto es de primero de parvulitos en la Universidad de Dios, pero para los científicos humanos todavía constituye poco menos que un gran misterio insondable.

* Insistiendo en la forma de espiral de la que habla Winter, toda la Naturaleza obedece a una proporción similar, “desde una caracola hasta las galaxias, desde nuestro propio cuerpo hasta los átomos (…) el punto de unión de nuestro universo, el camino de la unidad, es el número Phi”, la conocida proporción áurea, tan empleada por los artistas de la Antigüedad, y cuya diferencia con Pi va mucho más allá de una simple hache. “Pi es la constante que permite pasar de la línea al círculo y Phi nos permite pasar del círculo a la espiral (…) es lo que llamamos la autoconciencia”. Un concepto muy interesante, que nos muestra las diferencias entre la re-volución simbolizada por el círculo, que no conduce a ninguna parte más que siempre al mismo sitio, y la e-volución simbolizada por la espiral, que nos lleva más allá. De ahí que lamentara el error en el cambio de título de la película de Arofnosky.


* Otros experimentos interesantes los realiza nuestro hombre con la llamada bio-retroalimentación, que permite discriminar emociones en términos eléctricos. De esta manera logró comprobar de una manera mensurable y plenamente científica algo tan interesante como que los momentos de compasión y de amor afectaban físicamente el trenzado del ADN de las personas. Es decir, “que las emociones afectan directamente a nuestra genética”, con lo que confirma el viejo concepto de recompensa y/o castigo para nuestros actos en función de que éstos sean buenos o malos. Todo lo cual significa también que “las enseñanzas espirituales son en el fondo enseñanzas eléctricas y la iluminación es pura física a nuestro alcance”.

Lo mejor de todo es que, en este mismo momento, existen muchos científicos como Dan Winter que están trabajando en la vanguardia misma de nuestros conocimientos y que están llegando a la sorprendente conclusión de que, después de todo, las antiguas enseñanzas espirituales de la Humanidad, que en el caso de Occidente nos remontan hasta eso que conocemos como el Hermetismo del Antiguo Egipto, tenían razón. La única diferencia es que ellas contienen una importante porción de verdad contada con unas palabras y unos conceptos diferentes a los que utilizan los científicos del siglo XXI, pero las materias sobre las que trabajaron y las conclusiones a las que llegaron son muy similares por no decir casi idénticas a las que hoy empezamos a rozar.

O, como dijo (al menos se le atribuye el pensamiento) el pensador francés André Malraux poco antes de fallecer en 1976: “el siglo XXI será religoso o no será”.

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