Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 20 de enero de 2010

Desmemoria histórica

No hace mucho leía la opinión de cierto doctor, poco conocido a este lado del Atlántico, en su obra más famosa acerca del ser humano. No mencionaré ni su nombre ni el título del libro porque es uno de ésos que me guardo celosamente para mí (en realidad, lo he alquilado en el servicio de biblioteca de la Universidad de Dios). Escribía el hombre que se puede considerar como "una verdad histórica" el hecho de que sólo una pequeña parte de la población de un país se puede considerar realmente buena o realmente mala. El resto, la mayoría de los ciudadanos o "la gran masa", aunque no lo sabe ya que ni siquiera es consciente de ello, es "moralmente neutral" y, en ese sentido, incapaz de distinguir el Bien absoluto del Mal absoluto (podríamos hablar largo y tendido sobre qué es el bien y qué es el mal, y si existen en grado absoluto, y etcétera, pero para el caso no hace falta). Este bloque mayoritario de personas se limita a obedecer las indicaciones de los que se encuentran por encima de ellas y por supuesto la percepción que poseen de su propia imagen es de "buenas personas" puesto que no se salen de las normas impuestas socialmente.

El problema es, naturalmente, si ésos que están por encima actúan correctamente o no. Si es que sí, toda la sociedad les seguirá pero, si es que no, también lo hará, sin más preguntas porque todo el mundo lo hace. Y el resultado final, correcto o incorrecto, será en todo caso ejecutado por una gran mayoría de títeres que se limitan, sin darse cuenta, a cumplir órdenes respecto a planes e
stablecidos sin su consulta. El gran Gustavo Le Bon (cuya imagen más conocida se reproduce aquí al lado) ya definió en su día, en sus imprescindibles trabajos, el brillante concepto de "muchedumbre psicológica" para describir este fenómeno por el cual cada integrante de una masa renuncia a su individualidad personal para fundirse en algo mucho más grande (físicamente) que le confiere una potente (pero falsa) sensación de seguridad y confianza en que se encuentra "donde debe estar". Como es lógico, Le Bon fue machacado por sus contemporáneos cuando publicó sus conclusiones y hoy su obra está arrinconada en los anaqueles más polvorientos, apartada y semi-apestada, ya que entre otras cosas sus investigaciones nos llevan a dudar, y muy seriamente, del concepto de Democracia (y su calidad) tal y como la entendemos y practicamos en la actualidad.

Sin embargo, existen numerosos ejemplos. Uno muy evidente nos lo ofrece el decenio 1972-1982 en España. Me refieron a lo que ocurrió de verdad, no a esa bien llamada serie de ficción televisiva llamada Cuéntame que, en efecto, demasiado a menudo responde al espíritu del título ya que los guionistas cuentan cuentos, en lugar de hechos reales dramatizados. Lo cierto es que en 1972, la inmensa mayoría de la sociedad española era franquista, o al menos se decía públicamente defensora del régimen instaurado tras la guerra civil de 1936-1939. Yo era un chaval entonces y todavía recuerdo con asombro las larguísimas colas de gentes llorosas y dolientes de ambos sexos y de todas las edades imaginables que en 1975 desfilaron por el Palacio de Oriente de Madrid para rendir su último homenaje y decir adiós al cadáver del tipo que había gobernado sin despeinarse (bueno, la verdad es que al final estaba prácticamente calvo) durante casi cuarenta años un país tan ingobernable como el nuestro. Sin embargo, muy poco tiempo después, en 1977, se celebraron elecciones democráticas y en 1978 se dio el visto bueno a la actual Constitución. En 1982 se dio por cerrada formalmente la Transición al llegar al poder el PSOE. Todo el proceso se había realizado sin demasiadas tensiones (más allá de la intentona de 1981), con un consenso general inédito en el país de los "usted-no-sabe-con-quién-está-hablando". Y con el mismo asombro que diez años atrás, contemplé a aquéllos mismos que se decían tan franquistas y que tanta pena habían mostrado en 1975, autodenominarse demócratas "de toda la vida" y soltar sapos y culebras contra aquél frente a cuyo ataúd habían despositado lágrimas y flores.

¿Cómo se come esto? Retomo el concepto del doctor del primer párrafo. En realidad, durante el Franquismo, franquistas como tal tan sólo lo fueron un puñado (ni siquiera los miembros de Falange lo fueron, a pesar de que muchos altos cargos lucieron su nombre y su atrezzo, porque tras el asesinato de su único líder real, José Antonio Primo de Rivera, el régimen devoró a esta organización y a todas las que se encontraban en el bando ganador tras la guerra) igual de pocos que los antifranquistas reales: de los que planearon atentados contra Franco y pretendieron seguir luchando de alguna forma aunque fuera en el exterior. La inmensa mayoría de españoles simplemente se adaptó a lo que había: se hicieron fervientes franquistas como antes habían sido fervientes republicanos como después se harían fervientes demócratas. No hay nada extraño en eso, de acuerdo con las investigaciones mencionadas, pero mucha gente de edad (y muchos hijos y nietos de esa gente de edad) no termina de aceptar que, en su momento, se dejaron llevar por la marea histórica sin ser capaces de asumir su posición en el mundo y decidir su propio destino.

Y entonces se ponen a inventar.

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