Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Mi Vela Roja

Estos días he estado muy ocupado salvando al mundo; por eso no he podido escribir nada en el blog hasta hoy. Salvar el mundo forma parte de los exámenes parciales de diciembre en la carrera de Dios. En realidad, está en peligro serio varias veces al día durante todo el año. Lo que pasa es que normalmente son los dioses encargados de la protección de la Humanidad los que se ocupan de esta tarea. Durante los exámenes, ellos se retiran a un discreto segundo plano para ver si los alumnos somos capaces de hacer su labor. Y hay un montón de peligros diferentes: meteoritos que están a punto de impactar contra el planeta y hay que desviar en el último momento, genios locos construyendo máquinas como el Colisionador de Hadrones y queriendo ponerlas en marcha sin importarles sus efectos, viajeros temporales de tendencia anarquista que llegan a nuestra época dispuestos a alterar el mayor número posible de cosas para desencuadernar lo más posible nuestro futuro que es su presente, seres reptilianos metamorfos que se esconden en las profundidades de nuestro mundo y de vez en cuando organizan una buena, brujos negros que montan guerras y atentados sólo para poder disimular sus propios sacrificios humanos..., uf, la lista es interminable, aunque los mortales jamás suelen enterarse.

De hecho, ésa es una de las características principales de estos dioses especializados: salvar al mundo sin que los mortales se percaten, de forma que continúen haciendo su vida día a día ejercitando su libre albedrío sin interferencias. Es muy sencillo seguir el Camino Correcto cuando uno disfruta de una demostración gráfica de poder, mas lo que le da valor al asunto es ser capaz de escoger y seguir ese Camino sin saber si uno está haciendo lo que debe hacer. La duda genera preguntas y las preguntas, si se plantean bien y se reflexionan mejor, generan las respuestas que necesitamos. Por desgracia, los mortales suelen despreciar la duda y miran hacia otra parte, con lo que sepultan las preguntas y, con ellas, las respuestas que buscan. Pero eso forma parte también de su decisión libre a la hora de afrontar la vida.

En mi examen, me tocó desbaratar los planes de cierta sociedad secreta que había conseguido una tecnología sensacional para clonar cuerpos físicos de cualquier tamaño o condición. Una especie de fotocopiadora de seres humanos. Actuaban de la siguiente forma: primero secuestraban al tipo al que querían clonar y lo llevaban a su laboratorio. Siempre se trataba de gente muy principal, con poder. Por ejemplo, Barack Obama (eh, el presidente de EE.UU. es más fácil de secuestrar de lo que podría creer un profano: ése es el mensaje oculto en tantas películas de Hollywood...). Una vez allí, asesinaban a otro tipo de aspecto similar e introducían su cadáver en la Máquina Clonadora. Conectaban al secuestrado (Obama, en este caso) en una camilla con un complicado instrumental adjunto y, en cuestión de media hora, la Máquina remodelaba la forma del cadáver hasta conseguir un cuerpo exactamente igual al del secuestrado, hasta en el mínimo detalle, ya fuera una verruga o un padrastro. De manera que ya tenían dos Obamas. Entonces el Obama clonado era reanimado y conducido a un Centro de Adiestramiento donde un equipo de psicólogos y otros expertos terminaban el trabajo remodelando su mente (con la transferencia de recuerdos que habían obtenido, por cierto, del cerebro del Obama original) y poniéndola al servicio de sus siniestros propósitos (básicamente, gobernar el mundo; las sociedades secretas oscuras son monocordes, en este aspecto). Luego, lo instalaban en el lugar de trabajo habitual del secuestrado y nadie se daba cuenta del cambio.

En cuanto al Obama original, era conducido a la Isla de los Desconocidos. El nombre responde a una cruel burla de este extraño grupo pues en esta isla, ubicada en un lugar muy lejano, cerca de Papúa-Nueva Guinea, agrupaban a todos los famosos y poderosos que habían secuestrado y que, desprovistos de sus cargos y prebendas en favor de sus clones ahora al servicio de la sociedad secreta, trabajaban como mulos en todo tipo de humillantes tareas.

Ni qué decir tiene que cuando me encomendaron la misión, me entusiasmé con ella y llegué a la conclusión de que, esta vez sí, conseguiría el ascenso a Tercero de carrera. Estudié las diversas fórmulas para estropear los siniestros planes de la malvada sociedad secreta y, al final, llegué a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era conseguir que me secuestraran a mí. Así me introduciría en su laboratorio y una vez allí desbarataría todos sus planes. En teoría el plan estaba bien diseñado (con el ligero defecto de que no soy un tipo famoso y por tanto secuestrable). En la práctica... Evito relatar todas mis peripecias. Lo cierto es que logré cargarme el plan de la sociedad secreta pero me pasé a la hora de utilizar mis poderes divinos y la misión concluyó con cuatro edificios derruidos y ardiendo, treinta y cinco sicarios muertos y doce más heridos de diversa consideración (mis capas de autoprotección funcionaron muy bien, aunque creo que me pasé a la hora de usar los rayos de destrucción), media ciudad colapsada y los reporteros de una docena de televisiones enfocándome y transmitiendo mi imagen en acción incluso a Internet.

Así que la consigna de discreción brilló por su ausencia...

Y, en cierto modo, la de eficacia también: destruí su cuartel general y su Máquina Clonadora, pero no pude detener a los principales responsables de la sociedad secreta. Los Seis Elegidos, que era como se autodenominaban los jefes (eran seis, claro), lograron huir. Un poco de mala suerte la tiene cualquiera.

El caso es que tuvieron que intervenir los dioses tutelares del día, que resolvieron el problema como suele hacerse en estos casos: extendieron un hechizo general sobre todo el mundo para que los mortales olvidaran lo que había ocurrido. En su mente sólo ha quedado el recuerdo de que se ha producido un terremoto en esta ciudad, que ha destruido varios edificios y ha causado treinta y cinco víctimas mortales y doce heridos. Pero ni rastro de mi imagen ni de mi actuación, ni de la Máquina Clonadora, ni nada. Hasta los Seis Elegidos, estén donde estén, han olvidado quiénes son en realidad y que se conocen unos a otros.

Como es lógico, me he despedido, un año más, de poder aprobar para subir a Tercero. Así que el año 2010 volveré a cursarlo en Segundo. Y van... Bueno, ya sabía cuando empecé esta carrera de Dios que no iba a ser sencillo terminarla, así que es el momento de apretar los dientes y tirar para adelante. Me queda el consuelo (mal de muchos, consuelo de tontos) de que nadie en mi clase ha conseguido este año aprobar el examen tampoco.

Ahora disfrutamos ya de unos días de asueto en la Facultad de Dios. He aprovechado para hacer dos cosas que siempre hago por estas fechas. La primera cosa: encender mi Vela Roja, para ayudar al Espíritu Divino del Sol a renacer durante el Solsticio de Invierno. En esta época, es como un Bebé cósmico que nace una vez más: como tantas otras, a lo largo de los eones. Y no está indefenso, como algunos creen, pues su poder es el más grande y no hay fuerza que pueda enfrentarse a él en los límites del Sistema. Sin embargo, durante este renacimiento el Fénix Solar sí puede ver ensuciada su Luz por los impíos servidores de la Bestia y por eso todos en la Facultad de Dios (profesores, alumnos, ujieres...) encendemos nuestra Vela Roja. Cada una de ellas por separado no es gran cosa, pero todas juntas arman una Llama Sagrada que alimenta al Bebé y le permite crecer más rápidamente para heredar el trono que se lega a sí mismo cada año.

La segunda cosa: me he ido con mi pandilla a casa de Jesús, que cumple años justo hoy y suele organizarnos una queimada para celebrarlo. Es uno de mis mejores amigos, desde hace no sé cuántas reencarnaciones, aunque está licenciado de la carrera de Dios hace ya bastante tiempo: siempre fue el más aplicado de entre nosotros. Él luchó con la Bestia hace tiempo pero, por desgracia, no pasó de las tablas cuando todos confiábamos en que le hubiera dado una buena patada en el culo y expulsarla así del Sistema para siempre. Aún así, se dejó literalmente la piel en el intento. En cierta ocasión, cuando todos dormían ya, me confesó su error:

- ¿Sabes? Fue como en un examen. Me falló la discreción.

Se atormenta desde entonces, aunque nunca ha habido nadie más valiente que él.

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